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25.05.2018 Críticas  
Cruel y poética radiografía sobre el deseo insatisfecho

El Teatre Tantarantana sube una pieza de Alberto Conejero al Àtic22. Cliff (Precipici), dirigida y traducida por Francesc Amaro, nos ofrece una de las mejores radiografías escénicas sobre el deseo insatisfecho que hemos visto en mucho tiempo. También una interpretación matizada, rica y pormenorizada de un Pau Sastre que nos atrapa desde que aparece en escena.

Lo que seduce del texto de Conejero es la voz propia que ha imprimido tanto al personaje como a su historia. Nos implica de un modo inmediato al mismo tiempo que extrae una poética de la sordidez y que, por encima de todo, prioriza a la persona. No se trata de una biografía al uso ni de retratar la época dorada de Hollywood aunque se juega muy bien con la imagen que todos tenemos en nuestra cabeza de un tiempo y un lugar que quizá nunca existieron como imaginamos. Centrado en la figura de Montgomery Clift lo que vemos es un canto tan despiadado y cruel como puede serlo la vida. Y universal.

La estigmatización de la homosexualidad, el alcoholismo o la relación maternofilial. Sentimientos y enfermedades o adicciones situados a un mismo nivel. Un deseo motivador e insatisfecho. Un rostro reconstruido tras un accidente de tráfico. Una muerte que llegó mucho antes del último día. Muy revelador el estilo y habilidad de Conejero para situar, a través del personaje, la esencia de la interpretación en el plano teatral antes que en el cinematográfico. Y un acto hermoso el de convertir en monólogo la historia de Clift ya que, de algún modo, en cada función se le ofrece la posibilidad de alcanzar lo que le fue negado en vida: el regreso al teatro. No interpretará al Treplev de Chéjov pero sí que se enfrentará a si mismo. Escenificando una vida y quizá recuperándola. Aquí el autor hace muy buen uso de las connotaciones del monólogo interior. La presencia de Tennessee Williams tanto en los títulos que delimitan las escenas como en el texto ofrece un interesante y sutil paralelismo.

Un material como el que nos ocupa requiere de una interpretación entregada y aprehensiva. Absorbente. En este sentido, el trabajo de Pau Sastre resulta excepcional. Parece desaparecer para profundizar hasta en lo más recóndito y mostrárnoslo todo. La construcción que realiza del personaje es no sólo generosa sino diríamos que piadosa. Su expresividad e introspección parecen ilimitadas. El intérprete ha sabido escuchar las palabras de tan potente texto hasta acompasar su respiración a la del personaje y, por tanto, a la del autor. La articulación vocal es magnífica y le ayuda a configurarlo. Su expresividad facial nos recuerda constantemente la frustración tras el accidente. Resulta muy impactante a la par que hermoso ver al actor proyectado a la vez que a nuestro intérprete. Sastre capta la poética de todo el conjunto y la integra en su interpretación de un modo completo y, a la vez, muy personal. Un trabajo complejo que se nos muestra con una verosimilitud envidiable y que sabe cómo incluir y mostrar los estragos del paso del tiempo. Destacamos la urgencia que le transmite al personaje y su capacidad para evocar al resto e incluirnos a través de conversaciones, llamadas y miradas. También la consecución de lo que probablemente sea lo más complicado de transmitir: la luz. A pesar de todo.

Una de las mayores virtudes de Cliff (Precipici), además del hallazgo del título, es que sabe elegir a qué personalidades convierte en personajes sin limitarse a un ejercicio de citación gratuito. A través de la interacción con Clift o de su propia visión toparemos con Marlon Brando, Elisabeth Taylor, James Dean o Marilyn Monroe, todos ellos ángeles caídos. Conversaciones convertidas en llamadas telefónicas y un personaje que siempre se mostrará en primera persona. Amaro ha mantenido la estructura narrativa original en doce escenas. Ha imprimido a la puesta en escena del ritmo teatral que le es connatural utilizando elementos cinematográficos para situar y dar contexto. Nos parece muy buena decisión la de proyectar los títulos de cada escena, ya que resumen la esencia de lo que sucede en todas ellas. Títulos muy bien pensados por Conejero, ya que podrían resumir tanto la vida como la trayectoria profesional del actor. También la proyección de imágenes que refuerzan o contrastan las impresiones del personaje sobre sí mismo y su aspecto físico.

La escenografía de Paula Font lo sitúa todo sobre marcas que delimitan un espacio del que el personaje escapa en ocasiones y del que en otras no puede salir. Con los mínimos objetos consigue mostrar y evocar todo lo necesario, favoreciendo la interacción con el intérprete. Muy bien hallados los efectos sonoros de flashes y de puertas. Esos golpes de puertas al cerrarse que se anticiparán al último y que acrecientan la sensación de abandono y desamparo del protagonista. Joan Rey Cubells y Laia Garcia Fernández realizan un trabajo milimétrico como técnicos de luz y sonido. Su labor en directo es imprescindible para el éxito de la propuesta. Mención especial a la selección musical, una presencia que se ha intensificado en esta versión con muy buen resultado. El trabajo de Amaro es detallista y minucioso como también lo es su traducción. Fiel tanto al contenido como al estilo original.

Finalmente, la presencia de Cliff (Precipici) en nuestra cartelera propicia un momento muy feliz en este temporada teatral que ya termina. Por la valía humana del material original y la visión que le ha imprimido Amaro, así como por la consolidación de Sastre como un intérprete robusto y camaleónico. Por normalizar la traducción entre lenguas limítrofes pero que como todas denotan las singularidades culturales que representan y aportan una visión propia al material original al mismo tiempo que universalizan su valía. Y también porque Conejero es una autor que, cada vez más, forma parte de nuestra manera de entender el teatro y ya no podemos conformamos con unas pocas funciones en gira. Proyectos como el que nos ocupa son buena muestra de ello.

Crítica realizada por Fernando Solla

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