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25.05.2018 Críticas  
La liturgia de lo superfluo

La Seca Espai Brossa acoge Requiem for Evita. Una aproximación a la figura de Eva Perón a partir, principalmente, de la visión musical que Andrew Lloyd Webber imprimió al personaje. Jordi Prat i Coll ha creado una dramaturgia en la que destaca la capacidad de observación del ceremonial cristiano y su fusión entre apasionada, irónica y gamberra con el material elegido para el culto.

Dos trabajos anteriores de Prat i Coll vienen a la cabeza al asistir a Requiem for Evita. Serían “Liceistes y Cruzados” (2014) y “Eva Perón” (2004). No se trata tanto de evocar a las figuras de Serafí Pitarra o Copi, aunque probablemente haya más del segundo que del primero en esta función. Quizá no sea algo buscado expresamente pero resulta muy interesante leer este espectáculo como una réplica o contraposición del que vimos hace una década en el Espai Lliure. Del primero retomamos el buen pulso paródico y la habilidad para plasmar en el escenario esta sensación de reunión. En este caso, se han sabido mezclar factores históricos como la visita que el personaje real realizó a la ciudad condal en 1947 con la imagen idealizada que se pueda tener de ella a través de las canciones del musical en varias de sus versiones.

La manipulación de las masas y el miedo a la muerte estaban muy presentes en las piezas del argentino. También el travestismo. Casualidades del destino (véase agenda de los intérpretes), el personaje titular es interpretado por Iván Labanda y Anna Moliner en funciones alternas. En nuestro caso, el trío escénico compuesto por Labanda, Jordi Vidal y Andreu Gallén se ha convertido en un conjunto cómico que bien podría asimilarse a una suerte de Marx Brothers contemporáneos que se sirven de lo queer que resulta la propuesta para realizar un ejercicio de autofirmación. Amable y nada peyorativo. Al final, un acto de fe que se traslada a esa defensa del musical como género teatral válido y a la altura de cualquier otro que muchos de nosotros hemos tenido que exponer (u ocultar) en algún momento de nuestras vidas. Punto para Prat i Coll, que ayuda a los protagonistas a salir del lumpen a la vez que saca al género, precisamente, de ese mismo destierro injusto.

El diseño de escenografía de Judith Torres convierte el espacio escénico en un altar a mayor gloria de la protagonista. De ese modo, la presencia micrófonos y teclado se naturaliza dentro del tipo de celebración, así como los púlpitos y atriles. La iluminación de Lluís Robirola sabe cómo introducir la ruptura de la cuarta pared dentro de la esencia e idiosincrasia de la función. Nos ha encantado descubrir elementos de coleccionista como el cartel promocional de la marca de maquillaje Revlon que utilizaba la imagen de Madonna caracterizada de Evita, cuando protagonizó la versión fílmica de Alan Parker. Realmente, la idea se ha llevado hasta las últimas consecuencias y estos guiños ofrecen siempre un aliciente entre fanático, extravagante y friki. Pura delicia.

En cuanto al sonido se podría haber optado por una opción no microfonada para las voces, aunque también es cierto que la amplificación hiperboliza unos temas ideados para dejarnos clavados en la butaca. En ese sentido, tanto Labanda como Vidal cumplen con nota (nunca mejor dicho). La espectacularidad vocal no está reñida con los momentos más íntimos y “serios” de su interpretación. También los más cómicos, incluso desternillantes (la confesión de Labanda es antológica). Andreu Gallén realiza un muy buen trabajo como director musical, dotando de ritmo y energía al conjunto mientras dura la representación. Sorprende para bien su integración como un intérprete más. Sus intervenciones y su talante terminan de redondear la labor de un elenco excelente que sabe incluir y hacer comulgar al público con destreza y naturalidad en todo momento. Los tres han asimilado muy bien la actitud y la pose devota como si de una pieza más de su vestuario se tratara.

Todo incluido en la cultura del hashtag y muy bien hilvanado en una dramaturgia que utiliza canciones “externas” al original (que no desvelaremos) y que ofrecen dos de los mejores momentos de Labanda y Vidal. Las letras de David Pintó han sabido captar el sentido que quiso imprimir Tim Rice y funcionan muy bien dentro de la propuesta de Prat i Coll. La integración de discursos de Eva Perón a modo de salmos resulta uno de los hallazgos escénicos más hilarantes de la temporada. Canciones, ruptura de la cuarta pared y un especial cariño hacia estos personajes que somos también nosotros y que nos entregamos al peronismo del mismo modo como lo hacemos hacia todo lo superfluo que nos rodea. Sin cuestionarlo en ningún momento y en chándal (de marca, eso sí). Como Eva, que se acercaba al pueblo vestida de Dior.

Finalmente, y por todo lo expuesto más arriba, Requiem for Evita es una función que transita de manera nada errática entre el disparate, la sátira, la indulgencia, la mala leche y también, aunque muy bien integrado, por un exhibicionismo narcisista (impúdico y vocal) en el que todos los congregados nos revolcamos con regocijo y alevosía. Será difícil retomar este personaje o estas canciones sin recordar la versión/visión de Prat i Coll y compañía. Una muy sana y divertida reivindicación disfrazada de expiación de nuestros“guilty pleasures” más pecaminosos y, por supuesto, musicales.

Crítica realizada por Fernando Solla

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