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18.05.2018 Críticas  
El erotismo de los cuerpos en movimiento

El Gran Teatre del Liceu se transforma en el universo de Jean-Christophe Maillot con Le Songe. La visita de Les Ballets de Monte-Carlo se salda como una gran sorpresa ante el diálogo que se establece entre dramaturgia y coreografía. Hasta diecisiete bailarines en escena divididos en tres bloques de personajes, con sus tres estilos musicales y otros tantos de danza.

Distintos lenguajes, distintas músicas y distintos movimientos se traducen en en un desarrollo anárquico tanto espacial como temporalmente hablando y en una puesta en escena entre hipnótica y lujuriosa. A partir del original shakesperiano, Maillot da rienda suelta a su espíritu de dramaturgo y a su obsesión por convertir en movimiento las palabras y la acción de la pieza adaptada. Bailarines que son actores y que adquieren distintos grados de madurez coreográfica. Resulta muy interesante la convivencia y fusión de estos tres mundos gracias a una escenografía e iluminación que parecen no estar pero que nos transportan y nos hacen partícipes de lo que sucede en escena.

Ernest Pignon-Ernest desnuda el espacio y juega con la profundidad de campo. Normalmente los distintos estadios suelen situarse encima o debajo, pero no delante o atrás. Esta sería el valor añadido y diferencial de su aportación. El mundo de las hadas, los duendes y los elfos que aparecerá al fondo y lo impregnará todo a su paso. El uso de gadgets resulta todo un hallazgo, así como unos efectos especiales que utilizan el humo escénico a placer y con una fuerza dramática sensacional. El elixir que nos hace ver, también a los espectadores, lo que Maillot quiere. La capacidad de la danza para hacernos soñar y transportarnos a mundos que, de otro modo, sólo serían posibles en sueños. Dominique Drillot lo ilumina todo a oscuras. Lejos de ser una contradicción, sus puntos de luz serán los resquicios que permiten que unos personajes se cuelen en el mundo de los demás y (trice)versa. El uso cenital de la luz es magnífico.

El vestuario de Philippe Guillotel es de una adecuación impresionante. Estéticamente se podría entender a cada grupo de personajes y lo que les sucede en función de la escala cromática y las texturas utilizadas para cada uno de ellos. Colores que se corresponden y contrastan con la coreografía para cada grupo. El blanco y gris en escala para los cuatro atenienses enamorados y sus preceptores. Ellos serán los que realicen unos pasos milimétricos para mostrar todas las reacciones y emociones. Lo que hacen es realmente bailar un texto. Energía y vigor para mostrar el choque de la tradición que se impone a las decisiones de los más jóvenes. Todo ello apuntalado con la música de juventud de Felix Mendelssohn.

Mucho más agreste y colorido para las hadas y duendes. Transparencias que visten los desnudos y marcan las formas de los cuerpos. Una coreografía erótica al ritmo de la música electroacústica de Daniel Teruggi, plagada de sonidos naturales que crujen y se rompen, al son de los cuerpos y los movimientos que, para ellos, son la coreografía de los instintos primarios y sensuales. Impresionante. Y para los artesanos, caracterización que es animalización u objetivación en función de los requerimientos del momento. Ellos construyen su mundo y nos lo muestran a partir de lo que experimentan y observan de los demás. En este caso la música de Bertrand Maillot evidencia la mecánica de su naturaleza.

Y de nuevo, la dramaturgia y coreografía de Jean-Christophe Maillot. Todas las disciplinas integradas como elementos esenciales de lo que se está mostrando. También la selección musical. Tres universos que los bailarines se repartirán. Es curioso que sean los propios intérpretes los que muevan las piezas de decorado, creando su mundo escénico en función de sus necesidades como bailarines y personajes. Formas de distintos cuadriláteros con sus aristas para los atenienses y mucho más esféricas, voluptuosas y uterinas para las hadas y espíritus del bosque. Estilos de danza narrativa, teatral y abstracta que se fusionan y se influencian aunque, finalmente, el impacto libidinoso de los personajes de Titania, Oberón y Puck lo impregna todo. Resulta muy interesante leer estos roles a partir de la sumisión voluntaria y embrutecida y la dominación y entrega de los cuerpos en función del género o la naturaleza de los seres. Roles sexuales y afectivos. Una arrebatadora y todavía rompedora visión de “El sueño de una noche de verano”.

Finalmente, todo esto no sería posible sin una compañía de virtuosos que se expresan mediante el cuerpo de un modo sublime y totalmente naturalizado dentro de la propuesta y las exigencias de la creación de Maillot. A destacar tanto la coreografía ideada para Marianna Barabás, Jaeyong An y Le Wang (o Titania, Oberón y Puck), así como su ejecución, que en la segunda función en el Gran Teatre del Liceu entusiasmaron al público con el erotismo transmitido con los movimientos y la coreografía. Estandartes de un visionario del que esperamos recibir más visitas.

Le Songe triunfa por encima de todo en escenificar con valentía y de un modo muy tangible la técnica del oficio, el amor por el mismo y una suerte de danza voluptuosa y sensual que resulta apasionante y excitante. Y no, esto no es un sueño. Es una muy feliz realidad escénica y una excelente estructuración narrativa a través de la disciplina de la danza.

Crítica realizada por Fernando Solla

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