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23.04.2018 Ópera  
Descubrimiento Real

Corría el año 1953 y en los actos de coronación de la Reina Isabel II de Inglaterra se incluía la presentación de Gloriana. Benjamin Britten aceptó el encargo y creo una ópera que recreaba el malogrado romance entre Isabel I y el Conde de Essex.

La ópera se estrenó con más malas críticas que buenas, ahora el Teatro Real hace justicia y esta nueva coproducción pone a Gloriana en el lugar en el que siempre tuvo que estar.

Cuando aún resuenan en los pasillos del Teatro Real los acordes y la celebración de Billy Budd, la última ópera de Benjamin Bitten representada en el Real, y que nos dejó a muchos totalmente sobrecogidos, llega Gloriana, considerada un trabajo que no llega a la altura de Bily Budd, pero que tiene una solidez envidiable y un desarrollo casi cinematográfico que la convierten en un auténtico descubrimiento para muchos.

Estrenada en 1953 en el Covent Garden, ante un público que no era asiduo a la ópera, y que estaban allí más por los fastos de la coronación de Isabel II, Gloriana no fue acogida calurosamente ni mucho menos. Eso la relegó casi al olvido, siendo escasamente representada. El Teatro Real, en su apuesta por una programación arriesgada, coproduce este nuevo montaje que sin duda colocara a Gloriana de nuevo en el panorama internacional.

Una escenografía magistral firmada por Robert Jones, un vestuario de Brigitte Reiffenstuel que derrocha belleza para acompañar unas melodías que usan vientos y percusiones con fuerza, acentuando momentos de belleza soberana –nunca mejor dicho-. Fanfarrias que seducen y momentos de gran intimidad. Un coro que sobresale y que en algunos momentos tiene reminiscencias a Broadway –el inicio de tercer acto, con esas sirvientas cuchicheando tras la estancia de la Reina, es puro musical-.

Pero si en algo destaca Gloriana, es en el papel actoral. Requiere de los cantantes algo más que cantar bonito. El desarrollo de los dos personajes principales, a saber, Isabel I y el Conde de Essex, pasa por todos los arcos dramáticos. El enardecido amor que siente la monarca por el Conde, la disyuntiva del Conde ante las muestras de amor que no pueden ser correspondidas. Luego vendrán la decepción, los sentimientos de traición y finalmente la terrible decisión de firmar la sentencia de muerte del Conde. Me quedo con la escena de Isabel I despojada de su corona, de sus suntuosos trajes, se encara al Conde. En esa secuencia, casi de cine se encuadra todo el dilema de esa mujer obligada a gobernar un país, rechazando sus deseos, mitigando sus pasiones por el bien de su nación. Todo eso se ve en la cara y el gesto de la Reina. La dirección de David Mcvicar ha conseguido que las emociones traspasen del escenario a la platea. Todo funciona de manera perfecta, los bailes coreografiados por Colm Seery, el coro, la orquesta magistralmente dirigida por el Maestro Ivor Bolton. Un primer y segundo repartos que están igualados en calidad y que consiguen que Gloriana hipnotice de principio a fin.

Muy posiblemente esta representación de Gloriana pasará a la historia del Teatro Real, la oportunidad que nos ha dado al descubrir esta rareza, con un lenguaje contemporáneo, entendiendo una nueva manera de hacer ópera que atrae a público joven y menos joven. Un lujo totalmente Real.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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