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10.04.2018 Críticas  
La mejor versión de sí misma

El Club Capitol se convierte en guarida y refugio de un misterio cómico. El secret de la Lloll sube de nuevo a los escenarios y se revela como un espectáculo que ha ido evolucionando y adaptándose a espacios y formatos sin olvidar ni el sentido del humor ni las peculiaridades del momento actual que vive nuestra sociedad.

Lloll Bertran es única. Genio y figura de una cómica cuya inspiración y capacidad para entroncar con el público son indiscutibles e inalterables. Una artista que utiliza su gran amplitud de registros dramáticos con generosidad y acierto. No es habitual formar parte de un auditorio que se entrega y participa de un modo tan entregado y cómplice. En esta ocasión nos explicará un cuento teatralizado en el que lo menos importante será si el contenido es real o ficticio porque la ilusión con la que lo recibimos genera un clima tan confortable como predominante.

A partir de una idea original de la propia Lloll, que también firma el guión y la dirección (con ayuda de Bernat Cot), nos encontramos ante un espectáculo en el que la parte musical tiene gran importancia y está plenamente integrada como elemento constituyente del mismo. Se recuperan temas conocidos que la actriz había versionado junto a Celdoni Fonoll. Canciones populares de distintas épocas y procedencias (muchas de conocidos musicales) que se integran y hacen avanzar la historia y describen a los personajes. Letras tan delirantes como divertidas que están perfectamente a la altura de un “Forbidden Broadway”, por ejemplo. Visto el talento y la hilaridad que se desprende del escenario, ¿nadie ha pensado montar una versión autóctona?

La complicidad de Ariadna Cabiró al piano y de Eduard Autonell son imprescindibles para que el espectáculo mantenga el tono y el ritmo deseados. La primera marca el tempo y realiza una labor parecida a la de poner banda sonora a una proyección de cine mudo. Un trabajo que viste la función y acompaña a la anfitriona en todo momento y que se integra a la perfección en la dramaturgia que se ha ideado para la función. Autonell se convierte en un partenaire de lujo. Músico e instrumentista a partir del uso y manipulación de distintos objetos, clown, técnico improvisado y lo que haga falta. La comicidad y complicidad que mantiene con sus compañeros y con el público, sin duda, eleva el resultado final de la función. También sabe captar y transmitir con su mirada la ilusión y alegría que compartimos todos los presentes. La magia de la función.

La escenografía de Jordi Bulbena necesita un número mínimo de elementos de los que, sin embargo, extrae el máximo de partido. Taburete, biombo, mesa, lámpara y poco más. Justo lo que hace falta para que dejemos volar la imaginación. La iluminación de Joan Segura y el sonido de Joan Gil están siempre atentos a los requerimientos de la función. A destacar también cómo las canciones se integran para hacer avanzar la historia y cómo se consigue un hilo progresivo y cohesionador que evita caer en la fragmentación del espectáculo.

Finalmente, nos gusta seguir reencontrándonos con una Loll Bertran que nunca da por hecho que su presencia por sí sola es suficiente y siempre busca cómo conectar con el público. Algo que consigue con creces, sobresaliendo tanto en la interpretación del texto como de las canciones y unificando el tono entre contenidos y formatos para ofrecer un espectáculo que nos resulte familiar y cercano y, al mismo tiempo, nos sorprenda e ilusione. Sí, ilusión sería la palabra. Emoción también. La de sabernos frente a una nigromante del humor cuyo estilo y calado persisten y se mantienen imperturbables y por los que no parece pasar ni el tiempo ni el momento ni el lugar.

Crítica realizada por Fernando Solla

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