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19.03.2018 Críticas  
Una interpretación (anti)heroica

La Sala Muntaner acoge una nueva adaptación de La nit de la Molly Bloom, versión teatral que José Sanchis Sinisterra realizó ya en 1979 del capítulo final del “Ulysses” de James Joyce. En esta ocasión, Àngels Bassas se pone en la piel de un personaje que todavía a día de hoy sigue siendo tan icónico como recóndito.

Lo que podía ser indescifrable para muchos lo convirtió Sinisterra en algo mucho más tangible. No sólo le añadió signos de puntuación sino que propuso una estructura y un ritmo para el celebérrimo monólogo interior de la que hasta ahora había permanecido en un segundo plano con respecto al protagonista de la monumental novela. No hay que olvidar los paralelismos con la “Odisea” para un manuscrito que describe el paso de un día en la vida de Leopold Bloom y Stephen Dedalus en el Dublín de los años veinte del siglo pasado. Prácticamente cien años después, la fascinación que provoca su lectura se mantiene intacta y puntos de vista como el que nos ocupa son buena prueba de ello.

Artur Trias no sólo dirige la propuesta sino que también la ha traducido y adaptado. Aquí hallamos la primera gran sorpresa de La nit de la Molly Bloom. Que una obra mude de idioma y se manipule para crear y aportar algo nuevo no deja de ser síntoma de admiración hacia el autor original. No en vano nos encontramos ante un texto dramático de uno de los renovadores de la escena española. Trias ha sabido contribuir a que esto suceda y ha elegido las palabras adecuadas. Ha comprendido muy bien al personaje y lo ha dotado de voz a través de un uso valioso y muy rico del idioma catalán. No ha tratado de embellecer gratuitamente el texto y ha mantenido lo que en su momento podían considerarse obscenidades pero, a la vez, dotándolo de una musicalidad determinante para que la escucha sea provechosa.

Trias también se ha encargado del diseño del espacio escénico y aquí se establece una cierta y misteriosa poética que mantiene el morbo que debería atribuirse al espectador que se sabe testigo de algo privado pero que a la vez se siente atraído y abstraído ante la visión de una obra pictórica. Mariela Sernagoras torna la visión en algo corpóreo con la creación del atrezzo y el vestuario. Lo mismo sucede con la iluminación de Ignasi Camprodón, que crea el ambiente de intimidad óptimo a la vez que atrapa nuestra mirada en la figura de la protagonista. El diseño de sonido de Daniel Seoane amplía las posibilidades situacionales y crea la ilusión de este viaje vital e insomne que vive la protagonista durante una noche. Un trabajo conjunto que seduce y fija tanto nuestra mirada como nuestra escucha. Sin una búsqueda manifiesta del primer plano protagónico y que, sin embargo, engrandece el resultado final.

Y no habría función sin una extraordinaria interpretación de tan particular Penélope. Àngels Bassas consigue un trabajo que se podría asimilar a un talismán. Su aproximación no sólo es una suerte para el personaje sino que le dota de una salud escénica increíble. Abanderada de excepción de texto y propuesta, parecerá desaparecer dentro del mismo y hacerlo visible desde el interior. La voz del pensamiento. Esto es muy difícil de conseguir: hacer creíble que la actriz ejecute en voz alta lo que el personaje piensa. Le bastan dos frases para superarlo. Lejos de buscar un ensimismamiento condescendiente hacia su creación, la intérprete lleva el monólogo interior hasta sus últimas consecuencias. Y consigue evocar tanto lugares como estados de ánimo, especialmente la suspensión del tiempo desvelado. Esta ansiedad inquieta pero a la vez calmada. Ese repaso intranquilo aunque sosegado en apariencia. Sosiego sí, resignación no. El triunfo de la actriz es precisamente la urgencia que muestra al expresarse en esa suerte de altar expiatorio en el que se convierte su cama. Un tono y una ejecución vocal fantástica. Íntima y, más que contemporánea, universal. Así es la Molly de Bassas. Hay algo mágico en su interpretación y es que, mientras dura, tendremos la sensación de escuchar una vida ajena. Con atención e interés, pero ajena. Y de repente el silencio final y el fundido a negro y ¡zas!, algún dispositivo interno que antes de escucharla no poseíamos se activa en nuestro interior y caemos en la cuenta de la magnitud de lo que acabamos de ver: una interpretación (anti)heroica.

Finalmente, aplaudimos de nuevo la traducción y adaptación de Artur Trias, que realmente sirve un texto muy bien tramado a su protagonista. Y, por supuesto, nuestra más sincera ovación a Bassas. Una actriz a la que un servidor lleva dos décadas siguiendo y cuya admiración no deja de crecer. Personaje tras personaje, resulta un verdadero placer asistir a sus creaciones y ver como se crece en la corta distancia. Su trabajo aquí será de los que recordaremos como un instante preciado y dadivoso en el recorrido escénico de los que asistimos a esta especialísima función.

Crítica realizada por Fernando Solla

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