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13.03.2018 Críticas  
En el principio, fue la Mujer

Tras su estreno el pasado año, en Alcalá de Henares. Lulú es la ¿cuarta? ya, colaboración entre Paco Bezerra y Luis Luque, cuyos nombres pocos concebimos ya separados. El tándem podría adoptar ese eslogan del New York Times asociado a la Faraona, Lola Flores, ni cantan ni bailan, pero no se los pierdan. Luque y Bezerra, Los Faraones del teatro patrio.

Un agricultor buscando vengarse de la serpiente que acabó con su mujer. Dos hijos, de este mismo, cuyas responsabilidades comienzan a sobrepasar. Una mujer herida a los pies de un manzano. Y un predicador improvisado que orienta al clan de los manzanos. Lulú es una mezcla de géneros literarios que se mueve entre el relato gótico, la crónica de sucesos, el drama existencial, y Cuarto Milenio.

Carmen Porter e Iker Jiménez podrían haber disfrutado mucho en el patio de butacas (y posiblemente lo hagan si llega a sus oídos esta Lulú), y no me extrañaría que dedicasen un programa a desentrañar las claves de este montaje, pues todo el primer acto en el que se plantea este relato de misterio softcore, deudor de buena parte del cine picantón de los 90, crea un clima de conspiranoia milenaria, mitos que cobran vida, y pechos en escena (viva esa paridad entre el masculino y el femenino), que harían explotar los medidores de audiencia en las casas monitorizadas.

Lulú podría ser la segunda entrega de una trilogía agrícola, que abrió a recientemente programada «Dentro de la Tierra» en el teatro Valle-Inclán, y cuyas críticas se movían entre la fascinación, el pasmo y la incredulidad. Vaticino que esta residencia en el teatro Bellas Artes cosechará apelativos muy cercanos, pues los ingredientes son similares, y todo lo malo achacable a uno, se puede trasladar a este caso. El elenco: inspirador y sugerente, que satisfará a toda la audiencia sea cual sea su orientación sexual, porque todos nos encontramos representados. Armando del Río, como Amancio, el padre, comienza con una gravedad para imprimir edad, que ya solo su potente presencia con barba cana, sería suficiente. David Castillo, como Abelardo, pasa desapercibido entre tanta niebla escénica y calenturas varias; su personaje está simplemente esbozado y no le permite destacar como hermano, ante el poderío físico de César Mateo, Calisto, el otro hijo, cuyo topless se queda grabado en la retina del espectador.

Chema León, es Julián, ejerciendo de predicador exorcista, y especialista en conspiraciones de proporciones bíblicas. Si León se encontraba muy afinado bajo la batuta de Luque en «Insolación», aquí solo le falta una barba blanca y un cono de papel de aluminio en la cabeza para que su interpretación sea más paródica. Y llegamos a la estrella, la protagonista, el leitmotiv de la función, ella, la Eva, el origen: María Adánez. Son muchos los años en que la sigo, y montaje tras montaje es de alabar que la afectación se ha convertido en su sello personal, y aquí en Lulú se suelta la melena. Su histriónica interpretación es una delicia para aquellos que valoramos el sentido del humor, el exceso, y la ausencia de vergüenza, porque hay que tener muchas tablas para defender este/estos personaje/s, cuyo plot twist te deja, literalmente «con los pies colgando» porque tanta locura no puede tener cabida en este montaje, y «desmontar» todo el planteamiento inicial, toda la historia que te han contado, con este cruento testimonio rural final, es meritorio.

Espero que los Faraones sepan tomarse esta ¿crítica? con el mismo sentido del humor con el que ellos han acometido este proyecto, porque solo desde ese punto en común puedo llegar a valorar algo tan desvergonzado, autoparódico, y muy disfrutable, si se tiene claro que seria seria, la propuesta no es. Si John Waters de pronto se pusiese serio, haría este cruce entre su particular universo y el cuidadísimo montaje de Mónica Borromeo que nos sumerge en un universo Johnfordesco hipnótico (el uso de la iluminación y el humo, como propuesta escénica es brillante). Espero con avidez el cierre de esta trilogía que se abría con tomates, ha continuado aquí con manzanas, y que espero que finalice con pepinos o berenjenas; allí me tendrán, ansioso en el patio de butacas.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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