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27.02.2018 Críticas  
Formidable retorno al torno de la infancia

El Teatre Tantarantana se convierte en valija privilegiada y presenta en sus Baixos22 la nueva propuesta de la Cia. El Martell. El mar no cap en una capsa de sabates indaga en cómo lo que vivimos como una infancia libre ha podido configurar una vida adulta perpetradora del modo actual de concebir el mundo que nos rodea.

Laia Alsina Ferrer lo ha conseguido. Ha realizado un trabajo enorme. Divertido, profundo y muy emocionante. Integrando tanto el teatro de texto como el movimiento escénico, cercano a la coreografía. Como directora ha marcado el ritmo perfecto, ya que sin que apenas nos demos cuenta y bajo un ambiente lúdico, el aprendizaje que extraemos de la función se asimila a tiempo real. Como dramaturga el triunfo es todavía mayor. No se ha conformado con recoger un conjunto de anécdotas sino que las ha vertebrado y estructurado a través de un uso excelente de la unidad de tiempo (el que dura un recreo) y espacio (un aula escolar), tomándose las libertades creativas necesarias para salirse de cualquier estructura cerrada, encorsetada o lineal, pero sin perder nunca el foco. A destacar la labor de Robert González como ayudante de dirección.

Increíble exposición de la cuestión de género y la configuración de la identidad sexual. Cómo a través de una mención, imagen o mirada se valida y prueba que estos factores son intrínsecos aunque maleables y manipulables es algo digno de admirar. La capacidad de observación y sensibilidad para transmitir de todos los implicados a través del texto, movimiento e interpretación de un modo completamente espontáneo y connatural es apabullante. Salimos cambiados tras asistir a esta obra. Con la ilusión de haber vuelto a un punto en el que es posible modificar algunas cosas. Brutal.

Mención especial a la escenografía y vestuario de Carlota Masvidal y Gala Garriga. Un espacio prácticamente desnudo donde todo lo imaginado tendrá cabida. Un gran acierto el de rodear el escenario con unas redes que tanto podrían ser las de una portería de fútbol como unas enormes mallas marineras de este océano al que hace referencia el título. Un decorado capaz de dejar espacio libre a los protagonistas y a la evocación a la vez que se convierte en tejido que poco a poco les irá confeccionando como los adultos que un día serán. Un espacio de juego abierto que es a la vez celda o aula de castigo para estos cuatro alumnos que se han quedado sin recreo. Unas piezas de ropa que evidencian a qué generación se hace referencia de un modo sutil y no excluyente. Muy bien tramado el diseño de luces de Ruben Taltavull.

Sin querer desvelar más de lo que estrictamente necesario, hay una constante en las piezas de la compañía y es cómo el discurso escénico impacta en el contenido de sus propuestas. En esta ocasión, los intérpretes no sólo utilizarán su nombre propio sino que, llegado el momento, se requerirá la aportación del público. Esto no es algo novedoso en sí mismo pero sí que en esta ocasión es implacable e imprescindible para que el impacto de la obra sea total. Los niños actores que increparán al público veterano para un requerimiento muy concreto y clave para que caigamos en la cuenta del adulto que somos y cómo pensamos. Golpe y giro maestro del que extraeremos un gran aprendizaje. Razonamiento y emoción. Persuasión y pedagogía. Instrucción y cultura. De nuevo, brutal.

Y esta colisión sucede gracias a un trabajo excelente de los cuatro interpretes que siempre suma, como muestra individual y por contraste colectivo. Un trabajo conjunto con la directora y dramaturga de matrícula. Precisamente porque consiguen transportarnos a nuestra infancia. No a un recuerdo o momento concreto. No a una infancia idealizada o embellecida (discordante para algunos, quizá), no. Qué se siente al ser un niño. Cómo se siente. El mar no cap en una capsa de sabates es eso. Ahí nos transportan y ahí nos quedamos todavía cuando la función ha terminado. Cada uno de un modo particular (entendemos que la carga y aportación personal es considerable) logra hacer tangible lo que parecía imposible. Y es, precisamente, hacer de bisagras entre los comportamientos o las actitudes que muestran en escena a la vez que evocan las repercusiones que esos actos tendrán en su paso a la vida adulta. Muestran la intención del texto a través de la inocencia de su registro. Sin caricaturizar pero sin renunciar a una interpretación profunda, divertida e hipocondríaca. Muy fiel a la dramaturgia. Andrea Artero, Cristina Arenas, Martí Salvat y Toni Guillemat se convierten en embajadores de lujo de la propuesta. Una entrega también física que es un regalo para el espectador.

Finalmente, nos encontramos ante una de las piezas más relevantes de lo que va de temporada. No sólo por su indiscutible valor artístico sino también antropológico. Se suele mirar al pasado para intentar comprender el presente. Esto es algo que se debería practicar de manera transversal. Política, geopolítica, sociología… El mar no cap en una capsa de sabates muestra de manera cristalina cómo un grupo de personas convierte en ejemplo relevante una muy sana inquietud por indagar sin tapujos en lo más profundo de la configuración de la sociedad humana a la que pertenecen. Liderados por una directora y dramaturga inquieta y con una gran capacidad para captar la esencia de los temas que les preocupan y manifestarlos artísticamente, no podemos hacer más que aplaudir una propuesta que nos ha entusiasmado y que se podría resumir en esa implosiva y culminante cara a los Reyes Magos. Magnífico espectáculo.

Crítica realizada por Fernando Solla

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