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16.02.2018 Críticas  
En esencia

José Sanchis Sinisterra, uno de los autores españoles más reconocidos, toma uno de los clásicos del teatro, Las Tres Hermanas de Chéjov y lo deconstruye, lo reduce en actores y tiempo, pero manteniendo la esencia de ese mítico texto. El Fernán Gómez se convierte en el hogar de esas Tres Hermanas que ansían la libertad, el aire fresco, escapar del aburrido pueblo, ir a Moscú.

La compañía catalana Atrium lleva triunfando tres temporadas en Barcelona con esta propuesta. Ahora, traducida al castellano nos llega a Madrid. Esa sala llena de relojes que se adelantan, se paran, se atrasan, que marcan las emociones de las Tres Hermanas. La obra original de Chéjov, un clásico del teatro, tiene un amplio reparto que va más allá de las Tres Hermanas que dan título a la obra. Aquí todo se reduce a ellas. El ambiente asfixiante de la Rusia rural, los miedos a quedarse solas en ese pueblo donde ya nunca va a pasar nada, la resignación a matrimonios concertados, sin amor. El tiempo que pasa y juega en contra de los deseos vitales. Todo eso, que es la esencia del clásico Chejoviano está en esta propuesta.

Marta Domingo, Patrícia Mendoza y Mireia Trias encarnan a Las Tres Hermanas, pero a la vez nos narrarán las andaduras de los otros personajes que aparecen en la obra, bien en forma de narradoras de los acontecimientos o bien desdoblando personajes. Un ejercicio nada fácil, con un texto profundo. Aunque con algún titubeo con el texto el día del estreno, a las tres se las ve con la entrega y la emoción requerida.

Provoca cierto desconcierto al inicio, hasta que conseguimos ubicar la personalidad de cada una, hasta que sus frustraciones son evidentes. Hay momentos que se repiten en bucle, injustificadamente en algún momento, pero que en otros momentos añaden intensidad al conjunto.

Tanto la escenografía, como la música y el vestuario nos llevan enseguida a esa casa rural rusa. No solo a la casa, sino a las calles del pueblo, a la oficina de correos donde trabaja una de ellas, o a la escuela donde da clase otra de las hermanas. Escuchamos a Andrèi, el hermano violinista, toda la ambientación, perfectamente iluminada nos transmite el más puro Chéjov.

En estas Tres Hermanas, el ritmo es pausado (el original de Chéjov también lo es). Concentración para encajar las piezas de la historia es requerida por parte del espectador. Entender la frustración y los ardientes deseos de huir de ese pueblo, a una vida con más incentivos en Moscú no es fácil en los primeros compases de la obra. Poco a poco va haciendo poso todo el conjunto. Al final la esencia de este clásico del teatro permanece y el buen trabajo de las tres actrices que consiguen contagiarnos del hastío de una vida que ansía libertad y reconocimiento.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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