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16.02.2018 Críticas  
Hermosa parábola sobre el transeúnte intrínseco

La Sala Beckett acoge el estreno del nuevo texto de Josep Maria Miró como uno de los eventos centrales del ciclo dedicado a su teatro. Olvidémonos de ser turistas ofrece un aliciente añadido y es que, esta vez, la propuesta está dirigida de fuera hacia dentro. Es decir, autoría y dirección no coinciden y la segunda viene firmada por Gabriela Izcovich.

Esto es algo habitual en los cuantiosos montajes que se han realizado de las obras de Miró a nivel internacional, pero supone una novedad para los que acudimos a sus representaciones en casa. Nos encontramos ante una pieza muy delicada, profunda y, en última instancia, liberadora. Parece como si todas las señas de identidad del autor se encontrasen aquí y, sin embargo, algo distinto y la sensación de descubrir algo nuevo nos invade durante y tras la representación. Miró sigue indagando en estructuras narrativas elípticas en las que la convergencia genérica marca, en gran parte, el desarrollo de la pieza. En esta ocasión, la primicia la encontramos en que la profundización en las necesidades y motivaciones internas de los personajes supera cualquier artificio necesario para que el intercambio de géneros suceda de modo sorpresivo.

Habrá elipsis y permuta genérica, por supuesto. Pero la dirección de Izcovich realiza un trabajo tan preciso, vasto y recóndito con los intérpretes y con el texto que cada escena parecerá ser afluente de la anterior. Todo lo que no se dice queda tan bien explicado a través de la mirada de la pareja protagonista que, realmente, se consigue una atmósfera en la que el sofoco expía en sosiego. Funciona muy bien la decisión de que Esteban Meloni y Eugenia Alonso interpreten a distintos personajes (el cura avistador de ovnis es todo un hallazgo) y, en cambio, Lina Lambert y Pablo Viña defiendan a un único individuo cada uno.

Esto es necesario para que veamos la evolución de los segundos al encontrarse e interactuar con los distintos sujetos que facilitarán el desarrollo de su doloroso viaje interior. En este terreno, hay que alabar la profundización que consiguen aportar Meloni y Alonso a todos los personajes que interpretan. Él consigue que pongamos su rostro a los ausentes y ella dota de una humanidad y espontaneidad insólitas a las distintas mujeres que defiende. Incluso tendremos la sensación de estar contemplando a actrices distintas. Viña nos sitúa al mismo nivel de estupefacción y búsqueda de su personaje. Su delicadeza para decir el texto llega a conmovernos. Lo mismo sucede con Lambert que realiza un trabajo impresionante al mostrarnos con su mirada todo el recorrido del terrible viaje interior de la protagonista. El que se dice y el que no. Realmente muy emocionante.

El uso de los símbolos también está tramado con buen pulso, así como la inclusión de factores geopolíticos. Incluso supera el marco de la representación. La localización de la acción exterior cerca de La Triple Frontera, crisol entre Argentina, Brasil y Paraguay es un reflejo escénico de la naturaleza del proyecto, que es una co-producción a tres bandas entre Buenos Aires, Madrid y Barcelona. Así los personajes y todos los implicados en las distintas facetas artísticas. Pero todo va mucho más allá hasta transformarse en una hermosa parábola sobre el transeúnte intrínseco. Parábola porque es una narración dramática simbólica de la que los personajes (y muy probablemente los espectadores) extraen una enseñanza. También porque sin manifestarse de forma expresa el término matemático, el recorrido de la pareja protagonista podría describirse como una curva abierta formada por dos líneas o ramas simétricas respecto de un eje y en que todos sus puntos están a la misma distancia de un foco y directriz. En este caso, el pasado.

Finalmente, nos ha gustado mucho el juego establecido entre la escenografía de Enric Planas y la iluminación de Maria Domènech. En este terreno, Izcovich ha arriesgado y, finalmente, ha conseguido la carta ganadora. Un espacio prácticamente vacío y oscuro y unas proyecciones tímidas, incluso desconcertantes, que muestran cómo poco a poco el horizonte de los protagonistas se va ampliando. Hermoso y adecuado al tono que impera en la propuesta. La música original de Lucas Fridman también apoya a que todo fluya según las necesidades de la pieza.

No queda más que asistir y celebrar que el texto de Josep Maria Miró ha caído en muy buenas manos.

Crítica realizada por Fernando Solla

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