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12.02.2018 Críticas  
La noche de las cigarras

Este texto de Daniel Dimeco tiene mucho de Tennesse Williams, pero trasladando el agobiante calor del sureste americano al territorio meridional africano, manteniendo a unos personajes llenos de frustraciones y con unas pulsiones sexuales insanas, fruto de traumas arrastrados desde la infancia y entornos familiares con inmensas carencias afectivas.

La manada se desarrolla en la cocina de una granja de Karoo, Sudáfrica, un lugar enmedio de la nada, entre dos grandes focos de población como son Ciudad del Cabo y Puerto Elizabeth. Un lugar donde cada uno se rige por su propia ley, y en el caso de estos tres hermanos, es la ley del deseo, de la caliente y salada piel de aquel que tengan mas cerca, ya sea este cuerpo una menor de edad o alguien con parentesco sanguíneo. Vera prepara la comida para su marido y su hermano Andries, cuando Helen, su hermana pequeña, irrumpe en la casa buscando refugio. Poco a poco, como los ingredientes del guiso de Vera, se va cocinando el drama de estos tres hermanos, con el fuego del tacto y sus palabras.

El proyecto surge de un laboratorio teatral a cargo del director y de los actores, Raquel Domenech, Roksana Nievadis y Rodolfo Sacristán, y fruto de esta investigación y de las improvisaciones, nace este texto y esta puesta en escena, gran baza del montaje, puesto que solo La Puerta Estrecha con esa cocina puede hacer que la experiencia sea totalmente inmersiva.

La Vera de Raquel Domenech es la lider de La manada, una mujer asertiva, dedicada a su casa, y a mantener la unidad de la familia en torno a la mesa de esta cocina; una mujer acorralada por las circunstancias de paredes hacia dentro, y por un calor asesino que masacra a su rebaño, en el exterior; un fuego interno, de lo más profundo de su ser, que busca salir, a través de su piel. Su interpretación inicial, callada, mirando por la ventana, leyendo, incapaz de concentrarse, con el sonido de una radio de fondo, crea una atmósfera hipnótica que, como ella parece preveer, nos anticipa que algo va a ocurrir.

Roksana Nievadis (Helen) es la hermana pequeña, desplegando en su interpretación todo el abanico de características propias de su posición en la familia: inmadura, deslenguada, caprichosa, y con una predisposición al juego, en este caso, sensual con su Andries (Rodolfo Sacristán), personaje oscuro, siniestro, vicioso, y en definitiva, el reguero de pólvora que hace volar por los aires las defensas de estas mujeres. La maquinaria perversa que se comienza a mostrar según conversan en la cocina, va desvelando los engranajes de esta máquina-familia que lleva funcionando desengrasada desde la infancia de todos, y cuyo único lubricante son las lágrimas derramadas, el sudor de todos ellos, y la saliva de sus bocas.

Es evidente el carácter improvisatorio de la interpretación de los tres actores, rozando algunos diálogos el carácter de recién surgidos en sus mentes. Una actuación muy natural, pero que se acusa forzada en diversas ocasiones; las entradas y salidas de escena no encajan en el montaje, y da una tregua al espectador que no considero que le favorezca, pues le saca de la tensión generada a escasos pasos de uno. Raquel Domenech es el personaje más estudiado y su recital es con el que nos quedamos ante el abrupto final, que es realmente desconcertante. Es tan lento el ascenso a esta montaña de secretos de familia, y tan súbito el final, que la sensación no es ni siquiera del vértigo ante una caída al vacío, sino descubrir que había un ascensor en la cara opuesta de esta cumbre.

No obstante, la perfecta ambientación, la creación del espacio sonoro, y el riesgo que supone representar un texto con tantas aristas sin caer en la más absoluta incredulidad de respetable, denota un gran esfuerzo en la dirección y un gran compromiso de los actores para con este tan personal proyecto.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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