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09.02.2018 Críticas  
El chivo expiatorio

Los Malditos Compañía vuelven a las tablas con este segundo proyecto que recupera la estética de Danzad Malditos. Con una historia dura, de digestión lenta, con impactantes y cuidadas escenas. El Teatro Kamikaze acoge una cacería, un ataque al distinto, un pacto con la manada. Escenas de Caza es un espectáculo complicado que provoca reacciones encontradas.

Una calurosa tarde del mes de julio de 2015, en el marco del desaparecido Frinje, y en el ahora más que olvidado Matadero (que malogrado espacio) se estrenó algo que sería todo un éxito. Los que tuvimos el tino de comprarnos una entrada para aquello que solo se representaba dos días, nos quedamos sobrecogidos ante uno de los espectáculos más brutales escénicamente que se recordaban. Danzad Malditos, que recreaba los extenuantes concursos de baile durante la crisis estadounidense de principios del Siglo XX lograba tal grado de realismo, que no solo los actores acababan agotados, el público vivía una experiencia angustiante en más de un momento. De aquello nació Malditos Compañía, que presenta ahora su segundo proyecto. Escenas de Caza se basa en un film de 1969 llamado Escenas de Caza en la Baja Baviera. Si bien la historia se ha actualizado y trasladado de país, entendemos que la esencia de la caza al distinto, al raro, (en el film era la caza al homosexual), se mantiene en la obra.

Nos encontramos en un pueblo en fiestas patronales, rituales religiosos se mezclan con otros más paganos. El alcohol corre libre, chupinazos, desenfreno esperado durante todo el año, una manada de gente dispuesta a divertirse según el costumbrario. En ese marco regresa al pueblo un joven que marchó años atrás. Los motivos de su marcha los desconocemos, los de su regreso también. Eso no es lo importante. Él no es parte de esa manada, de ese fervor colectivo. Esa masa de personas dudará de sus motivos, le buscará taras, le imputará hechos no probados, en definitiva, necesitan un chivo para expiar sus pecados, y el diferente es el blanco perfecto para ello.

Eso en resumen es lo que cuenta Escenas de Caza, una denuncia nada amable de la bajeza humana, de como nos dejamos llevar por los sentimientos colectivos, de como muchas veces golpeamos e insultamos sin base, solo por limpiar nuestra propia conciencia (como si eso fuera tan sencillo).

Alberto Velasco se ha rodeado de su equipo para crear esta desasosegante historia. La escenografía de Alessio Meloni una vez más deja impresionado. La suciedad de esa plaza en fiestas, la basura, ese gran mural con el chivo a punto de ser sacrificado, el gran cerdo de la matanza. Lo que consigue Alessio con sus escenografías es de otro planeta. Una música tremenda, vestuario de Sara Sánchez que funciona a la perfección y unas luces maravillosas de David Picazo. Un conjunto escenográfico que no tiene flaquezas.

El texto de María Velasco es el que no está del todo redondo. Cuesta demasiado entender todo lo que está ocurriendo, un reiterado abuso de simbolismos y ciertas escenas que se alargan en exceso juegan muy en contra de todo el conjunto. Solo en el tramo final encajamos las piezas, solo cuando de verdad se produce la brutal e injustificada cacería nos percatamos de todo lo que se nos ha estado contando la hora y media anterior.

Otro cantar son los actores, a los que no se les puede reprochar su entrega absoluta. Destacan Carmen del Conte que congela la sonrisa con su alegato sobre los niños. Borja Maestre con su siempre imponente presencia y Julio Rojas que conmueve en su expiación final. Todos se entregan a un conjunto que debería recortar la duración de alguna de sus escenas y clarificar la intención.

La sombra de un exitazo como Danzad Malditos es alargada, y puede jugar en contra del espectador que se acerque a Escenas de Caza esperando el dinamismo y energía que tenía aquella maravilla. Mi recomendación es acudir despojado de comparaciones (algo que no hice yo y me arrepiento) y descubrir una propuesta arriesgada, que exige esfuerzo al espectador. Aunque todo el conjunto tiene alguna irregularidad no puede negarse que un espectáculo así, con esa entrega actoral, esa impactante belleza escénica, pocas veces se puede ver. El duro mensaje, el golpe de realidad ante unas acciones que son más que comunes deja amargor en el paladar. Podemos ser presas de manadas descerebradas, o podemos dejarnos llevar por la histeria colectiva. La cacería se abre en el Kamikaze, decidir el bando no es tan sencillo como parece.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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