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30.01.2018 Críticas  
El poder del perdón

El Teatro Real hace un regalazo al público programando la exitosa ópera estrenada en el 2000. Un acontecimiento teatral que quedará como uno de los grandes momentos de esta temporada. Dead Man Walking es un clásico desde ya. Una ópera contemporánea que juega brillantemente con las emociones del espectador y con una puesta en escena apabullante.

En 1993, la hermana Helen Prejean escribió un libro autobiográfico en el que relataba su relación con un preso condenado a muerte por el violento asesinato de dos jóvenes. La hermana Helen se convirtió en la consejera espiritual del convicto durante sus tres últimos meses de vida, visitándoles en repetidas ocasiones, hasta el momento de la ejecución de la pena de muerte. Todo ese proceso la llevó a acercarse a los procedimientos legales de la pena de muerte y desde entonces es una activista en contra de la misma.

Dos años más tarde ese relato fue llevado al cine con gran éxito. La película se tituló Pena de muerte en nuestro país. Protagonizada por Susan Sarandon y Sean Penn. Dirigida por Tim Robbins, le valió cuatro nominaciones de la Academia, y el Oscar para Susan Sarandon. En 1997, Terence McNally y Jake Heggie se pusieron a trabajar en una ópera que contara el relato de la hermana Prejean. Tres años después, en el 2000, estrenaron en San Francisco lo que se ha convertido en un éxito clamoroso. Recuerda a West Side Story, tiene Bernstein, Sondheim, todos los clásicos americanos. Hasta Elvis Presley aparece. Una maravilla que bebe de la mejor tradición operística, que se acerca al mejor Broadway, y que consigue crear una ópera profunda, moderna, que hace que el espectador se quede clavado en la butaca hasta el último aliento.

Lo que llega al Teatro Real después de 18 años desde su estreno es el montaje original, con el lujo de tener a una de las mejores mezzosopranos de la actualidad. La estadounidense Joyce DiDonato. DiDonato imprime una tremenda humanidad en su personaje. El duro viaje, el conflicto de conciencia que la atormenta. Todo se ve en su impecable manera de moverse en escena y su perfecta interpretación de las melodías. La acompañan en el viaje un elenco a la altura de esta magistral producción. Michael Mayes como el reo condenado a muerte, simplemente perfecto. María Zifchak es la creíble madre del convicto y Measha Brueggergosman es la hermana Rose, consiguiendo al principio del segundo acto, en su dueto con la hermana Helen, uno de los momentos más mágicos que recuerdo en el Real.

La escenografía firmada por Michael McGarty es de esas que se recuerda para siempre. Nos lleva desde el bosque donde se perpetra el terrible asesinato, al penal de Angola, en el estado de Luisiana, a los pasillos del corredor de la muerte hasta llegar a la misma sala de ejecución. Un prodigio escénico que no chirría por ningún lado. Clavados en la memoria se quedan los momentos finales, en los que hasta el foso de la orquesta se queda a oscuras, para uno de los momentos más sobrecogedores que he visto en escena.
Pero si algo sobresale, y que hace que el conjunto sea redondo, es la partitura. Bebe de los clásicos americanos, sus toques góspel, su jazz, blues y como no, arias que impresionan por su belleza y perfección.

Después de todo este derroche de belleza queda el debate ético, el que se desarrolla en los corrillos a la salida del Teatro Real. Dead Man Walking pone el ojo en la validez de la pena de muerte, en la utilidad de llegar a compensar una muerte con más muerte, en si el perdón y el arrepentimiento deben llevar a una ejecución, en si es más desgraciado el asesino o la propia víctima. Un debate que resuena y resuena en las sienes de todos los asistentes a la función. Ser testigo de un acontecimiento histórico como es el estreno en España de un clásico contemporáneo es un lujo. Dead Man Walking es un ejemplo de que la ópera no es solo Wagner y Puccini. Un ejemplo de que con las herramientas de nuestro siglo se puede componer y llegar a emocionar a un teatro entero. Con la agilidad requerida para contar la historia, con lenguaje actual. Una ópera que es un éxito clamoroso allá por donde pasa.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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