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19.01.2018 Críticas  
Una propuesta imperecedera y dos grandes intérpretes

El Gran Teatre del Liceu recupera una propuesta que sigue deslumbrando y emocionando a partes iguales. L’elisir d’amore sirve a Mario Gas para situarnos en un contexto neorrealista de commedia all’italiana y así favorecer tanto a la partitura de Gaetano Donizetti como al libreto de Felice Romani.

El poder de la connotación. La propuesta que nos ocupa sorprende todavía por su habilidad para combinar y aportar múltiples capas de lectura, tanto del formato como del contenido. Seduce irremisiblemente cómo se llega al fondo de los personajes y se confronta su construcción hasta ofrecer un punto de encuentro que coincidirá con los momentos álgidos, musicalmente hablando. El idealismo embelesado de Nemorino y el pragmatismo inquebrantable de Adina. Un gran hallazgo de Gas es la integración del coro con los protagonistas y su interacción en escena.

Realpolitik. Este concepto nos remonta al imperialismo europeo previo a la 1ª Guerra Mundial, cuando se abogaba por el florecimiento de los intereses de un país teniendo en cuenta su entorno inmediato. Nuestro director sabe cómo conseguir evocar esto, tanto a nivel de situación espacio temporal como del espectro interior de los personajes, potenciando la amargura que se cuela en medio del jolgorio. Esto sucede en gran medida por el salto temporal entre la actualidad y la época original en la que surgió L’elisir d’amore y la ubicación en un punto intermedio. La introducción del tema de clase y el sentimiento de inferioridad de las más humildes y la glorificación del estamento militar, entre otros asuntos, aportan un gran valor añadido al resultado final.

La escenografía y vestuario de Marcelo Grande resultan las principales cómplices y señas de identidad de la propuesta. El espacio acerca la escenografía y, por tanto a los personajes, hasta convertir toda la platea en el mismo lugar de la acción. Un realismo exacerbado que nos situará frente a una plaza cerrada al fondo por una fachada de edificios, a la vez pasarela para que el coro y los protagonistas puedan situarse a distintos niveles de altura. Un gran juego de siluetas tras las ventanas evidenciará tanto el ámbito público como privado, favoreciendo que siempre haya personajes (anónimos o no) en escena, frente o tras el decorado. Lo que se muestra y lo que se oculta. Algo que también capta la iluminación de Quico Gutiérrez. Un trabajo conjunto impecable que entiende las necesidades del gran formato sin renunciar por ello a la frontalidad y cercanía necesarias para que todo suceda con éxito.

La participación del Cor del Gran Teatre del Liceu va mucho más allá de los requerimientos vocales, integrando a ese elenco de personajes anónimos que Gas sabe colocar tan bien, siempre en el punto exacto. La dirección musical de Ramón Tebar consigue copar el protagonismo cuando debe pero también priorizar las voces de los intérpretes. Todos cómplices de la fiesta que nos han preparado los implicados y que incluirá como un elemento más el acto de asistir a una representación operística, integrándonos a los allí presentes de un modo magistral.

Y qué decir de un maravillo elenco. Mercedes Gancedo demuestra que no hay roles pequeños si el intérprete no lo es y hace grande a su Giannetta. Paolo Borgogna y Roberto de Candia saben cómo aproximarse a sus personajes de un modo distinto y se complementan muy bien. Teniendo en cuenta que ambos son barítonos, su caracterización y acercamiento consigue dotarles de una personalidad muy marcada y diferenciada como el oficial Belcore y el vendedor ambulante Dulcamara, respectivamente. Jessica Pratt supera con nota el difícil rol vocal al que se enfrenta. Todas sus arias suponen un momento álgido gracias a su entrega y rango, especialmente “Prendi, per me sei libero”. Y, por último, Pavol Breslik nos regala un Nemorino para la posteridad. Una interpretación mayúscula que alcanza su cenit con “Una furtiva lagrima”, donde el tenor nos desarma por completo. Su rango vocal es el perfecto pero es que su ademán es el ideal en todo momento. Un profesional que demuestra un carisma que no conoce techo y que crea ante nuestros ojos una de las mejores, rotundas y más celebradas interpretaciones más de al temporada,,

Finalmente, L’elisir d’amore se beneficia de la capacidad de Gas para sumergirse tanto en el fondo como en la forma de las piezas y contextualizarlas. Una visión que va mucho más allá del contenido de las mismas, confrontándoles con la opción elegida para crear algo nuevo y sustancialmente valioso. En este caso la convivencia del lenguaje musical y el escénico ofrece una rendición mutua entre ambos que consigue evocar una especie de sentimiento colectivo muy cercano a la euforia del enamoramiento. Un trabajo que, además, nos permite recordar otros del director escénico, amplificando todavía más si cabe nuestra experiencia.

Crítica realizada por Fernando Solla

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