El Teatre Tantarantana convierte el Àtic22 en un espacio distópico y quizá no tan improbable como nos gustaría pensar con Punt de fuga o la moral de l’herbicida. Un acercamiento a un género que se suele trabajar mucho en el terreno audiovisual pero no tanto en el dramático.
Imagen versus palabra. La dramaturgia de María Porras, adaptada por la Companyia Ésgrata, bascula entre ambos canales de expresión de un modo que convierte le desconcierto inicial en algo tan alegórico como palpable. La dirección de Eduard Tudela sigue en esta misma dirección e introduce todos los giros formales con el ritmo adecuado para que el desarrollo narrativo promueva una fuerte sensación de extrañamiento a la vez que mantiene el interés y la preocupación por entender qué se nos quiere decir y por qué sucede todo y de este modo.
El dominio de la metáfora escénica nos lleva de nuevo a una muy feliz convivencia de imágenes y texto. Entre el bucle y la necesidad de escapar de la naturaleza del propio ser humano. La tolerancia y difusión de la idea de exterminio cuando creemos que un único fin puede llegar a justificar el medio elegido, por mucha base científica o no que tenga. Muy bien hallada la objetivación de un niño perdido en una planta, así como el uso y significado de la tierra más allá de su impacto estético. Incluso el olfato del espectador llegará a participar en su asimilación de la pieza. Detalles pequeños que suman poco a poco y aunque quizá haya más acumulación que desarrollo en algunos momentos, el resultado final es satisfactorio.
Jordi Rovira y los integrantes de la compañía han sabido aprovechar muy bien las posibilidades del espacio, especialmente su gran “A”, para el diseño de escenografía y vestuario. Blancos y negros con elementos naturales y tecnológicos. Un trabajo que recoge de manera clara la esencia de la propuesta. La parte audiovisual está muy bien integrada en la historia, así como el diseño de iluminación de Core Rodríguez Vilaplana y de sonido de Guillem Gefaell. Todo ocupa el protagonismo que debe para romper progresivamente con los prejuicios con los que podamos enfrentarnos a la incomodidad que trasmiten la historia y el formato.
La interpretación de los tres integrantes del reparto aprovecha muy bien el asesoramiento en el movimiento de Xavier Torra. Cada uno realiza una aproximación muy distinta hacia su personaje y de esa pluralidad se enriquece el conjunto. Javier López se enfrenta a un personaje que sirve como vehiculador del relato y nexo de unión entre las distintas situaciones a las que se enfrentan sus compañeras. Georgina Latre mantiene una energía y crispación muy adecuadas para el estado que debe mostrar aunque quizá un punto demasiado inflado teniendo en cuenta las dimensiones del espacio. Muy bien tramado el juego de miradas que establece con el público en momentos determinados y mejor narradora cuando corresponde. A su vez, Laia Alberch comparte con nosotros todo el recorrido de su personaje con credibilidad y adecuación. Su habilidad para mudar de actitud y registro según las necesidades del momento consigue transmitirnos todas y cada una de las premisas de la obra, convirtiéndose en su mejor embajadora.
Finalmente, y aunque la duración del espectáculo no permita desarrollar más en profundidad todas las connotaciones morales e ideológicas, el posicionamiento de este Punt de fuga o la moral de l’herbicida queda muy bien expuesto. Un espectáculo cuya temática nada a contracorriente de lo que solemos ver en un espacio teatral y una aproximación a partir del teatro de texto que tampoco esperábamos para este contenido. Una función que se reta y nos reta, una iniciativa que siempre es de agradecer.
Crítica realizada por Fernando Solla