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05.01.2018 Críticas  
Capricho musical de una pasión inconsciente

Se cumplen 75 años de la muerte de Stefan Zweig, reconocido filósofo y escritor austriaco, cuyas obras son de casi obligada lectura para entender mucho de la historia de Europa. Allá por 1929 público una novela titulada 24 horas en la vida de una mujer. Llevada al cine en numerosas ocasiones, ahora nos llega una versión musical de este interesante texto.

La mágica sala San Juan de la Cruz del Teatro de la Abadía de Madrid acoge este estreno de Lamarsó Produce. Dirige y adapta la obra Ignacio García y encabeza el reparto Silvia Marsó, que arriesga al máximo poniéndose en la piel de la Señora C. La propuesta está llevada al terreno del musical de cámara. En escena un piano, un violín y un violonchelo, acompañaran las 24 horas del relato. Una idea original, melodías originales compuestas por Sergei Dreznin. Hay que reconocer la valentía de un proyecto así. No es nada fácil trasladar esa novela al terreno musical, consiguiéndose un saldo desigual en algunos momentos.

El relato que se cuenta es el de como por azar, una adinerada viuda inglesa, se ve envuelta en un loco romance con un joven ludópata al que conoce en el casino de Montecarlo. Ese encuentro y los sucesos de esa alocada noche marcarán la posterior existencia de esta mujer. Toda su vida después de ese día estará influenciado por los hechos de esas imborrables horas. Veremos ante nosotros a esta mujer ya anciana que para librar su conciencia nos contará el relato de esa jornada. Silvia Marsó pasará de ser esa mujer ya entrada en años a la joven viuda que vivirá la experiencia que la transformará para siempre. En escena le acompañarán Felipe Ansola como el joven, y Víctor Massán como el hombre.

Toda la escenografía y la atmosfera es de un magnetismo envolvente. La iluminación del maestro Juanjo Llorens consigue recrear con excelente lujo desde la luz del casino, a la estación de tren, a la habitación de hotel donde se refugiaran los enardecidos amantes. El vestido rojo que luce Silvia es símbolo de la pasión y el desenfreno que llevará al irremediable camino peligroso que se anuncia desde un principio.

Adaptar un texto como 24 horas en la vida de una mujer, ya de por sí no es tarea fácil, pero adaptarlo además en forma de musical me parece titánico. Aquí es donde flaquea el conjunto, ya que el envoltorio es delicado y sutil, pero el contenido se queda muy por debajo de lo esperado. Lo que debería ser un relato en el que la conciencia se pone a prueba, en el que la revelación de unos hechos que cambiaron la vida de esa mujer debiera ser de una emoción incontenible, se queda en una confesión que no sorprende ni remueve. Quizá la cadencia musical de algunos temas, las forzadas rimas, quitan mucho del peso del texto. Hay que reconocer que Silvia está estupenda en escena, su trabajo es admirable, pero la intención de todo el conjunto se me queda tan floja. Destaco a Víctor Massán como ese hombre que arroja verdades lapidarias, él sí que le tiene pillado el ritmo y la intención, también su personaje es más agradecido y canalla, lo cual le permite un lucimiento extra. Felipe Ansola está correcto, pero me cuesta ver en él al joven que desencadena los resortes de esa mujer.

La función se espera con gran expectación, pero a medida que pasan los minutos, el lastre se hace pesado, y deseamos la explosión de la emoción y de la sinrazón, queremos ver el salto sin red, queremos sentir lo que late en el corazón de la Señora C, y nos quedamos muy en la superficie. (Tampoco ayuda el hecho de que para recrear la atmosfera se usa mucho humo, que provoca unos irrefrenables y psicológicos ataques de tos, que hacen temer por la integridad física de media platea. Ese humo no provoca tos, pero se ve que es algo psicológico y la sola visión del mismo desencadena verdaderos estertores de la muerte).

Dicho esto, alabo el arrojo de tomar el excelente texto de Zweig y llevarlo a escena, pero aun y siendo amante del género musical, me pregunto si ese empeño ha deslucido el conjunto. Al final la sensación es que esas 24 horas no terminan como debieran.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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