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05.01.2018 Críticas  
Poner la mirada en algo bello

Continúa brillantemente el trabajo de Ernesto Caballero al frente del Centro Dramático Nacional, en esta ocasión como autor y director, con la obra La autora de las Meninas que puede verse en el Teatro Valle-Inclán. Miembro de la Academia de las Artes Escénicas, su nombre es garantía de calidad y confianza en el mundo del teatro actual.

Todos tenemos en nuestra mente aún el asunto de la restauración de Ecce Homo de la localidad zaragozana de Borja. Algo que motivó ríos de tinta, horas de televisión y que hizo tristemente famosos a la supuesta restauradora y el pueblo aragonés. Eso sí, los beneficios económicos que se generaron fueron cuantiosos e inesperados. Algo de todo eso podemos encontrar en La autora de las Meninas, un ejercicio-ficción sobre un tema muy controvertido en el mundo del arte: la copia. Un argumento llevado al extremo ya que aquí en la reproducción o copia de la obra de arte están implicados nada menos que el Museo del Prado y el Gobierno de turno de la Nación a cargo de un partido populista –Pueblo en Pie- que decide vender a una monarquía petrolífera la joya del Prado, dejando una copia en el museo. Para ello se contrata a una copista habitual del museo, una monja -Sor Ángela- que se encargará de realizar la reproducción en unas circunstancias excepcionales. Los cambios en el sentir de la pintora, los vaivenes en el entendimiento de su trabajo nos hacen pensar en el ego del artista o de las personas en general, sea cual sea su actividad profesional. Y ahí entra algo que siempre será actualidad: la copia del arte en este caso, pero también la copia de las ideas, de la palabra ajena, hacer propio de uno lo que nos gusta de otros pero cambiándolo para que parezca nuestro, nuevo, inédito; la falta de creatividad actual donde todo se nos da ya hecho, pensado.

Igualmente parece ponerse en entredicho el arte moderno, las vanguardias en todas sus variantes y la comparación entre lo entendido como clásico, entendido cono antiguo y lo que busca explorar los nuevos conceptos. Sin olvidar el fondo del discurso: la necesidad del arte ante una crisis que arrasa con el bienestar de todos.

Carmen Machi en un papel pensado para ella, o así lo parece, lo borda. El escenario es suyo, cómo se mueve, cómo se hace con la historia, cómo implica al público que se rinde ante una actuación portentosa, original, única. Bien acompañada por Mireia Aixalà y por Francisco Reyes, aunque éste último desentona en algunos momentos, que se esfuerzan en dar prestancia a sus secundarios personajes. Con una escenografía muy sencilla pero efectiva y necesaria que ayuda a la narración y una cuidada iluminación que introduce al espectador en las situaciones que se van narrando a lo largo de las casi dos horas que dura la función.

Algunos espectadores saldrán pensando en lo que se les ha contado, sacarán conclusiones; otros quizá ya salgan pensando en sus cosas, olvidándose pronto, pero en cualquier caso sería interesante que quedara un poso en el espectador que le hiciera pensar un poco más, mirar de otra manera al pararse delante de una obra en un museo. Para su propia satisfacción, su propio deleite, el gusto de poner la mirada en algo bello.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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