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05.01.2018 Críticas  
Mariona Castillo elevada a la novena potencia

El Maldà se convierte en el nuevo hogar de Les dones de Guido Contini. Lo que nació como un concierto escenificado crece y se transforma en un sentido espectáculo unipersonal acompañado por un piano. Una meritoria aproximación al trabajo original de Maury Yeston.

Mariona Castillo también ha evolucionado como intérprete en paralelo a este espectáculo. Decir que su interpretación es excelente es quedarse corto. La artista sabe cómo recoger tanto las directrices escénicas de David Pintó como las musicales de Gustavo Llull y de movimiento de Ariadna Peya. Un tándem muy acompasado que logran extraer el que probablemente sea el mejor trabajo de la actriz y cantante hasta el momento. El acercamiento a cada personaje es característico para cada uno de ellos y las transiciones imperceptibles. Además de con la voz, el intercambio de miradas y gestual y el trabajo corporal y coreográfico son espectaculares. La naturalidad con la que Castillo juega con su única pieza de vestuario y cómo aprovecha esta polivalencia es muy destacable. Ojo a ese grandioso momento final en el que Mariona se transforma en todas las protagonistas con apenas un giro y su trabajo facial. Imprescindible interpretación.

El marco de El Maldà se convierte en el espacio escénico ideal para este espectáculo. Se crea un ambiente muy especial que consigue la ilusión de acercarnos al original de Fellini. Su película “8½” nos situaba en plenas crisis creativa y existencial de un exitoso cineasta cinematográfico. Y esos baldosines blancos y negros tan característicos del espacio más la utilización de todas las entradas y salidas del espacio y el magnífico diseño de iluminación de Jordi Berch (que sitúa algunos de los puntos de luz en forma de focos disimulados entre o bajo las sillas que ocupamos los espectadores) nos acoge en un marco incomparable.

La adaptación que Pintó ha realizado de las letras de Yeston juega con el doble significado de algunas palabras una vez traducidas al catalán. “Nine” es “nou”, vocablo que tanto puede significar nueve como nuevo. Como traductor-adaptador destaca de nuevo por conseguir imágenes sencillas en sus frases, facilitando tanto desarrollo del argumento como de las motivaciones de los protagonistas. Elevando siempre el significado de lo que dice y lo que oculta la interpretación. En Les dones de Guido Contini esta constante sobresale especialmente, ya que sin escuchar ninguno de los diálogos y sin apenas presentación conoceremos a todos los personajes (a las mujeres y a Guido). Un gran apoyo para que Castillo pueda afrontar cada canción en el registro correspondiente.

Un último punto, y quizá el definitorio del espectáculo, es el cambio de punto de vista y, a la vez, la fidelidad al espíritu original. Es decir, Yeston supo cómo dar un especial protagonismo a todos los personajes femeninos a partir de sus canciones estelares. De todos modos mantuvo esa construcción esencial de personajes reales y evocados o imaginados. En este caso, serán esas mujeres las que se expliquen en primera persona ante un Guido imaginado (presente en escena mediante una silla vacía y sobre ella su chaqueta colgada en el respaldo). Otra posibilidad es que al cruzar la entrada de la sala ya estemos de lleno situados en la mente del protagonista elidido. Muy interesante giro en el tratamiento de personajes y de la persona narrativa.

Finalmente, recuperar este espectáculo supone un punto de encuentro entre cualquier espectador y el género musical. Funciones como Les dones de Guido Contini ejemplifican cuál es nivel que queremos a nivel de aproximación al material original y de interpretación. Una clara muestra de algo que se dice y se repite y que es una gran verdad: en Barcelona, las auténticas joyas del género brillan con luz propia en la corta distancia de un espacio íntimo y cercano.

Crítica realizada por Fernando Solla

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