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21.12.2017 Críticas  
La aventura de buscar al otro

El Umbral de Primavera cuenta con una de las programaciones mas variadas y completas del circuito off de la capital, y todos sus estrenos son montajes delicatessen de consumo inmediato, pues son contadas y muy cotizadas, las ocasiones de disfrutarlos, como este Aire siempre de viaje de Sara García Pereda, dirigido por Pablo Canosales.

Un hombre y una mujer se mueven sobre un cuadro abstracto. Andan, corren, se desplazan en bicicleta, se caen, se vuelven a levantar, y repiten un mantra que nos acompañará durante toda la función: «¿Cuándo se da algo por terminado? A lo mejor hay que correr.» Juan Caballero es Fer, y Violeta Orgaz es Nadia. Él es un matemático en busca de si mismo, y ella una artista abstracta buscando su lugar sin un método claro. La lógica y la exactitud frente a la confusión y lo impredecible. Dos personas que en su búsqueda han cruzado sus caminos y de cuyas decisiones dependerá el tiempo que les tomará continuarlo, juntos o separados.

Aire siempre de viaje es una comedia romántica de aventuras con alguna pincelada de drama, pero únicamente por la adversidad, porque las cosas no salgan como esperamos, sin irnos al extremo de cualquiera de sus acepciones. Fer y Nadia emprenden la aventura de comenzar una relación casual, muy siglo XXI, sin ataduras, nada serio, sin ponerle nombre; algo que no implique un compromiso, algo tácito que no suponga una presión extra al ya arduo hecho de existir. Todos nos hemos encontrado en el trance de chocarnos contra la individualidad imperante en los últimos tiempos, y donde encontrar los lugares comunes, el cruce de caminos que no impida que cada uno siga el suyo propio, se ha convertido en algo normal, y ese «no eres tu, soy yo» ha traspasado las barreras del tópico para convertirse en una máxima, en una forma de vida; una justificación del actuar de muchos, huyendo de todo lo que signifique obligación, acuerdo, deber, o responsabilidad. El compromiso es el hombre del saco de los millenials.

Juan Caballero se mete en la piel del audaz Fernando, como el significado de este nombre, «el que se atreve a todo por la paz», el de «vida aventurera» como la que emprende por Sudamérica en bicicleta. Una búsqueda personal que en él tiene mas el valor de reto, de cuenta pendiente, y de cumplir con los deseos de uno mismo, mas que de introspección o viaje iniciático. Fernando se mueve, avanza, toma la iniciativa de salir de la inactividad, de la comodidad, de la rutina; él es todo lo contrario a la Nadia de Violeta Orgaz, en la que la «esperanza» que significa su nombre, está ligada a encontrar su sitio, su verdadera vocación, algo que le haga moverse por dentro, sin romper la quietud, su quietud. El ruido estático que dificulta la comunicación de ambos en la distancia, es el mismo que le impide escuchar a Fernando y emprender esa expedición en pos uno del otro.

El personaje de Juan está construido como un castillo de Lego, pieza a pieza, y con una cohesión perfecta. La travesía personal de Fernando tiene un calado muy profundo en Caballero, y lo que mueve a este a buscar esa andanza, interesa a la audiencia, y nos hace desear que hubiese más Fernandos en el mundo que no tengan miedo a demostrar sus sentimientos, a mostrarse sin filtros, a pedirnos que le acompañemos aunque haya que correr. Violeta tiene la dificultad de interpretar a una mujer tan abstracta como su arte, con tonalidades que se ven ensuciados por la oscuridad, por la niebla que le impide ver bien el camino a seguir, y que difuminan a su personaje, como contrapunto a la claridad del de Juan.

Aire siempre de viaje es un texto difícil, enrevesado, con constantes saltos en el tiempo, que no hacen perder el hilo de la historia, ni siquiera el interés, gracias a la mano de Pablo Canosales, quien guía con decisión a los dos actores, indicando la orientación a seguir, el Norte común, que les hará llegar a sanos y salvos a su destino, marchando con ellos en esta odisea amorosa y vital.

Este montaje hará las delicias de todo buen aficionado a la comedia romántica gafapasta, a todo aquel que se haya enfrentado a una historia sin final, o con un final anticipado, que le haya hecho reflexionar si la distancia entre dos personas es menor si hay voluntad de encontrar los lugares comunes, de dejarse llevar en un placentero viaje en el callejear por el interior del otro; caminar por un sendero como el que conducía a Dorothy a Oz, de brillantes baldosas amarillas, cuyo destino sea nuestro verdadero yo, transparente, en el que buscar refugio en el abrazo del otro, sin miedo al compromiso y cuyo único pacto sea compartir el Aire siempre de viaje.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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