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08.12.2017 Críticas  
Devastadora parábola sobre la (im)posibilidad de fuga

La Sala Beckett muestra el resultado de la residencia de la compañía Arcàdia con el cierre de la trilogía sobre la familia de Llàtzer Garcia. Con Els nens desagraïts asistimos no sólo a la consolidación de un autor y unos intérpretes sino a una de las propuestas más rotundas de la actualidad escénica.

No es habitual esta toma de distancia entre autor y director cuando ambas figuras las ocupa la misma persona. La capacidad de analizar el contenido y la forma narrativa desde fuera para encontrar las mejores soluciones escénicas que demuestra Garcia es verdaderamente impresionante. Lo mismo sucede con su dirección de actores y la impronta de ecuanimidad hacia todos los personajes. Y sin embargo, el apasionamiento y la introspección lo embargan todo. No hay héroes ni villanos, sino la necesidad de entender y de indagar en las personas y sus motivos. No tanto un punto de encuentro (que también) como la posibilidad tangible de todos sus porqués.

A destacar la clamorosa adecuación metalingüística del texto. Esa aproximación es realmente arrebatadora y consigue que los espectadores nos mantengamos en suspenso ante lo que estamos presenciando y escuchando. Con atención creciente que progresivamente le gana el pulso y desvanece cualquier atisbo de extrañamiento o rechazo. La indagación sobre los hábitos y costumbres de la comunidad religiosa retratada se salda con matrícula de honor, precisamente, a través del leguaje utilizado. Esta habilidad del autor se traduce en un fuerte contraste entre la primera y segunda parte del espectáculo. Contraste que se establece a través del propio ritmo narrativo, y también de la asignación de personajes y, lo más importante, del desarrollo y convivencia de un ideario en apariencia antitético, que termina por desarmarnos.

Las dimensiones de la sala facilitan la ubicación de la escenografía de Elisenda Pérez de un modo estética y narrativamente muy adecuados. Un trabajo conjunto con la iluminación de Paco Amate y el espacio sonoro de Guillem Rodríguez que alcanza la excelencia. El oficio de los tres se complementa y entiende a la perfección y potencia el resultado individual de los demás. Una tierra de nadie, a la vista y escondida. Un territorio físico, pero sobretodo interior. Anterior pero todavía presente. Difuminado o entre tinieblas. Un recuerdo, algo lejano pero presente. Elementos que moverán los intérpretes y otros que se mantendrán fijos en escena. Pérez y Amate triunfan con su puesta en escena. A su vez, Rodríguez consigue amplificar el espectro de personajes y voces, presentes y ausentes, a través de nuestra modificación del punto de vista y perspectiva, en este caso auditivo. También la anticipación de los que vendrán. Las escenas en las que algunos personajes hablan con otros que no aparecerán físicamente en escena hacen avanzar la narración a la vez que propician la escucha activa e implicación del público.

Garcia ha sabido trasladar todo lo descrito hasta aquí a un elenco entregado y generoso, ecuánime y espléndido. Teresa Vallicrosa realiza una composición precisa de su difícil personaje y es capaz de transmitir desde el principio el equilibrio justo entre personaje real y evocado, firme y rememorado, finalmente omnipresente. Lo mismo sucede con Guillem Motos, que se desdobla y desarma en sus dos personajes con una espontaneidad y rabia no exenta de desconsuelo. Ramon Pujol consigue vehicular el chispazo imprescindible para que las dos maneras de pensar expuestas en la obra no sólo convivan sino que modifiquen nuestra valoración de un punto de vista, probablemente opuesto, en el que nos habíamos situado mucho antes de entrar a ver la función. Muy buena aproximación siempre adecuada en tono y gesto. A su vez, Muguet Franc realiza un trabajo excepcional. La actriz es capaz de vehicular toda la fuerza dramática de la primera parte a través de una creación llena de matices a través de voz, cuerpo y mirada. Una interpretación a recordar, también en un segundo tramo en el que consigue desarmarnos por completo a la vez que se convierte en gran embajadora del texto de Garcia.

Finalmente, Els nens desagraïts no sólo cierra con éxito una trilogía estupenda, sino que nos sitúa ante un dramaturgo aventajado capaz de conseguir piezas fuertemente arraigadas al territorio geográfico y humano que refleja y, a la vez, de una universalidad rotunda y necesaria para nuestras artes y letras. Un gran embajador cultural acompañado de un equipo de campeonato.

Crítica realizada por Fernando Solla

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