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20.11.2017 Críticas  
Misericordia por encima del hastío y la frustración

Àlex Rigola vuelve a Chéjov. O quizá sea al revés o simultáneamente. Con ellos retornamos a la caja del Heartbreak Hotel, que en su paso por el Temporada Alta 2017 nos ha sacudido con una aproximación constructiva y devastadora a la vez del Vania del autor ruso.

Rigola tiene un talento singular y determinado para trabajar los textos en los que basa sus propuestas. Es indiferente si el material de origen es dramático o narrativo, nueva creación o adaptación de un guión cinematográfico. El resultado es siempre un bosquejo con entidad propia. Sabe cómo llegar al corazón de los escritos y los desnuda hasta conseguir mostrarnos sus raíces. El esqueleto a partir del cual construye y desarrolla su visión, fuertemente aferrada al terreno del pensamiento y a la voluntad de plasmar la imperfecta naturaleza del ser humano.

Otro de sus puntos fuertes es el de la simultaneidad. Durante dos décadas hemos podido comprobar cómo un espectáculo llevaba al siguiente y, así, sucesivamente. Ampliando su visión o profundizando en sus descubrimientos. En cualquier caso (y aunque no su primera obra), esto es así desde aquel indómito “Titus Andrònic” (2000). Glosar cada eslabón de tan fructífera cronología sería un ejercicio apasionante que, probablemente, se llevará a cabo en algún momento no demasiado lejano. Y por supuesto, y quizá la fortaleza definitiva y que las relaciona a todas, es que Rigola posee una habilidad colosal para crear imágenes, tan potentes como sintéticas, a través del lenguaje dramático y su interacción con el resto de disciplinas artísticas.

Todo lo descrito hasta aquí parecen hitos (o milestones) que le han conducido directamente a Vania. Rigola ha dado un paso más, hasta ahora el definitivo, en su método de trabajo. La idea de caja quizá no se había compartido con el público como hasta ahora pero siempre ha estado muy presente en la trayectoria del director. La palabra y el intérprete como sublimación del ejercicio teatral y, sin embargo, qué gran uso de la imagen (en este caso minimalista) para aportar significado. Hablábamos de síntesis textual convertida en imágenes, a modo de post-it (como los que veremos aquí). También la habilidad para llegar (y hacernos llegar) al corazón de Chéjov a través de una lámina del profesor Cuthbert Tornasol. Conceptos, ideas, imágenes, convertidos en representaciones de estos sabios o talentosos, distraídos, sordos cuando se trata de percibir y comprender la amargura de sus semejantes… De nuevo, un feliz encuentro.

El esfuerzo realizado por (y con) los actores es, en definitiva, la esencia de la función. La depuración del texto se convierte en boca de estos cuatro virtuosos en algo sublime. Una naturalidad desbordante que va mucho más allá de lo que podamos imaginar. ¡Qué manera de escucharse y a la vez mostrarse a través de los silencios! La coordinación que ha conseguido Rigola entre los cuatro y, de nuevo, sus silencios es apabullante. Luís Bermejo será el Vania de referencia para cualquiera que asista a la representación, hacia los que vendrán y los que ya han venido. Gonzalo Cunill realiza un trabajo matizado y sentido, haciendo gala de un discernimiento muy delicado. Irene Escolar es un prodigio de naturalidad y profundización. Indaga incansablemente y nos arrastra con ella al interior de su personaje. Y Ariadna Gil nos desarma por completo. Nos desmonta tanto cuando se dirige a sus compañeros como cuando muestra el malestar vital de su personaje hacia el modo cómo la perciben los demás, en silencio. Parece como si todo sucediera sin guión previo, incluso los giros argumentales y cambios de escena. Un auténtico portento.

Con ellos, Rigola ha elaborado un trabajo que recoge y asimila lo que sucede durante la representación. Lo que les pasa a los personajes, a lo que aspiran, es lo que ha demostrado con su dirección y adaptación. Toda la oscuridad y desencanto, toda la desilusión y la tristeza emanan de y embalsaman la caja y, sin embargo, nos sentimos vivos. Esa urgencia y esa necesidad, también la angustia vital, de los personajes nos las transmiten. Pero sobre y ante todo, el porqué. El cómo han llegado hasta ahí. Esta ilusión por mostrar todo esto a través del teatro, es el gesto más misericordioso al que pueden apelar unos artistas y al que podemos aspirar los espectadores. Como se dirá de Gonzalo – doctor Ástrov en la obra, Rigola tiene el talento, es decir, la audacia, claridad mental y amplitud de horizontes, para hacer crecer el árbol. Las raíces las viene plantando hace tiempo. Quién sabe si entonces se preocupaba por lo que iba a ocurrir años después. Pero el caso es que ha ocurrido. Vania ha ocurrido.

Finalmente, el espectador que participe de este Vania no sólo traspasará cualquier idea (física o mental) sobre el espacio de la representación sino que será testigo de un punto de encuentro inusitado y excepcional en la carrera de todo creador. Como si cada uno de los muchos hallazgos que hemos compartido, creación tras creación, fuera uno de los nudos de la madera con la que se ha construido este magnífico artefacto escénico.

Crítica realizada por Fernando Solla

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