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05.11.2017 Críticas  
El cigarrillo es la punta del iceberg

El Pavón Teatro Kamikaze acoge la versión teatral de Smoking Room. La que se convirtiera en una de las revelaciones cinematográficas de hace quince años, encuentra en su salto a los escenarios una aproximación útil y capaz de vehicular todas las premisas ideadas por Julio Walovitz y Roger Gual, trayéndolas además a nuestro aquí y ahora más inmediato.

La dirección de Gual sabe cómo barajar todas las cartas en su justa medida hasta conseguir la mano ganadora. Las transiciones de lo cómico a lo patético o esperpéntico están muy bien llevadas, siempre con el tono y tempo adecuados. El elemento conspirador y la asfixia que nos provoca (a nosotros y a los personajes) el miedo al otro y a sus motivaciones mellan nuestras defensas progresivamente mientras dura la representación y la tensión, incluso intriga, asomarán las orejas hasta conseguir un efecto en el que la catarsis y el desasosiego coparán el protagonismo.

“Sólo sabemos lo que nos dicen. No sabemos lo que hay detrás”, dirá uno de los personajes. Walowits y Gual han hilvanado un texto a partir de su propio guión cinematográfico. Conscientes que la construcción de la acción a partir de las réplicas mantiene y eleva el nivel de tensión durante el desarrollo de la pieza, han querido ir mucho más allá y evitar la fotocopia. Sin querer desvelar más detalles de los estrictamente necesarios, han decido prescindir de los personajes femeninos. Esta decisión favorece al conflicto que viven los protagonistas, ya que de algún modo se refleja la incapacidad masculina para superar los conflictos de un modo racional y meditado. Por otro lado, se ha focalizado el asunto en el empecinamiento de un trabajador de reunir las firmas necesarias para conseguir una sala para fumar. De este modo, todo gira alrededor del asunto, concretando incluso más que en la versión cinematográfica y superando algunos tópicos o clichés de género.

No habría Smoking Room sin un elenco como el que se ha reunido aquí. Globalmente un trabajo excelente y no lineal, es decir seis interpretaciones que dotan a cada personaje de carácter propio. Cada gesto, cada pausa y cada mirada está ahí por algo. Gual se supera en el terreno de la dirección de actores y ha sabido atribuir cada personaje al intérprete más adecuado. Lo mismo cuando los hace interactuar. Saltan chispas cuando Miki Esparbé y Edu Soto aparecen en escena (impresionante su desarrollo como intérpretes espectáculo tras espectáculo). Secun de la Rosa sabe cómo dotar de profundidad a Rubio tanto a a partir de sus réplicas como de la escucha de sus compañeros, mostrando la progresión a través de la mirada. Manuel Morón capta y transmite el tono óptimo para mostrar los estadios por los que pasa su personaje de manera apabullante. Manolo Soto se crece escena tras escena hasta conseguir momentos de altura. Y Pepe Ocio defiende al personaje que más difícil nos pone la empatía sin descubrir sus cartas hasta el final.

La escenografía de Almudena Bautista ha encontrado una muy buena solución dramática al conseguir que sean los mismos intérpretes los que muevan algunos paneles para delimitar algunos de los espacios colindantes a sus oficinas. A nivel dramático, contrasta esa dificultad que sufre el personaje Ramírez para conseguir firmas para obtener una sala interior para poder fumar en su edificio con la posibilidad logística de mover o girar fácilmente algunos elementos escenográficos. Esta opción también dota de ritmo al conjunto y favorece la transición entre escenas.

Al mismo tiempo el diseño de iluminación de David Picazo y el espacio sonoro de Pau Vallvé también transitan hacia esa misma dirección. Apenas perceptible su presencia durante la mayor parte de la función, hay algunos momentos estético-expresivos en los que un cambio de color lumínico o auditivo amplifica el espectro genérico que comentábamos más arriba. A su vez, el vestuario de Santiago Tello nos sitúa inmediatamente en el ámbito oficinista-administrativo dotando a cada uno de los seis personajes de unas características sutiles y diferenciadas que aportan matices y refuerzan el propio trabajo de todos los intérpretes por imprimir una personalidad propia e individual a sus roles.

En 2017 puede ser que ya tengamos bastante más interiorizado que en 2002 cómo funcionan las empresas multinacionales. Quizá el efecto sorpresa hacia lo que se cuenta no es tan grande como entonces, pero la fuerza dramática (y cómica) de todo el tinglado refleja a la perfección cómo vive laboralmente un gran sector de la población empleada. Smoking Room ofrece algunas de las réplicas e interpretaciones mejor trabajadas de la temporada, adecuándose además al tiempo y momento actual de muchos de nosotros y adaptando con habilidad y talento a su predecesor fílmico.

Crítica realizada por Fernando Solla

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