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19.10.2017 Críticas  
Imponente (y parcial) exhumación aproximativa

Martin McDonagh vuelve a La Villarroel. Un espacio que le sienta más que bien al dramaturgo y cineasta angloirlandés. La calavera de Connemera da buena prueba de ello. Iván Morales se acerca al lado más salvaje del autor y se rodea de un elenco en estado de gracia para obsequiarnos con una puesta en escena impactante y veloz.

Corría la temporada 1998/1999 cuando el panorama teatral Barcelona sufrió una fuerte sacudida. El estreno de “La reina de bellesa de Leenane” supuso no sólo la puerta de entrada a un McDonagh novel sino también un montaje que dos décadas después todavía se recuerda como referencial. Mario Gas captó toda la brutalidad, sordidez, dureza y patetismo de unos personajes interpretados por Vicky Peña, Montserrat Carulla, Àlex Casanovas y Jacob Torres. Intérpretes que, al mismo tiempo, entendieron y transmitieron toda la ternura y humanidad de una comedia negra cruel y descorazonadora.

La mención no es gratuita. Mismo autor y misma sala, pero también un retorno al mismo pueblo, condado y conjunto dramático (“The Leenane Trilogy”). De nuevo un viaje al condado de Galway, en el corazón del oeste rural de Irlanda. Personajes vecinos de aquéllos nombrados aquí, y viceversa. Rumorología municipal. A pesar de que las aproximaciones de Gas y Morales no tienen nada que ver, del díptico se enriquecen ambas propuestas, y de maneras distintas. Algunos de los personajes que se nombraban allí serán los protagonistas aquí, incluso rememorando escenas evocadas entonces, otros nombrados entonces mantendrán esa misma condición, como el pare Walsh (o Welsh). La desgracia del Pato Dooley de allí se relativizará aquí.

Teniendo en cuenta las visicitudes de todo este microcosmos de personas, resulta muy estimulante su peculiar condición de seres evocados y tangibles. Que el protagonista de La calavera de Connemera sea un desenterrador de tumbas no deja de ser ser irónico. Morales no ha querido profundizar en elementos melancólicos que ya están presentes en el texto y se ha decantado por el desahogo y esparcimiento de todo el conjunto. Sin llegar a la frivolidad y sin evitar el escarnio sí que se decanta por un tratamiento gamberro de la violencia (también psicológica) imperante cercana al estilo de Tarantino, que es referente confeso del autor original.

Su idea, brillantemente adaptada y traducida por Pau Gener, da mucha importancia al uso del vocabulario y el lenguaje, algo que contrasta con el ímpetu y fisicidad de la dirección de actores. La opción de situar la escena (sin renunciar a ninguno de los espacios interiores descritos en el texto) en el exterior, posiblemente el cementerio, es un gran acierto de la escenografía de Marc Salicrú. El verde imperante del césped incluso parece dar esperanza a los personajes. Morales se sirve de contrastes constantes entre lo que se dice, evitando os lugares comunes y habituales cuando se quiere reflejar la melancolía dramatúrgica irlandesa, y lo que se muestra. El hiperrealista uso del tratamiento de la sangre sería uno de los ejemplos. La iluminación de Sylvia Kuchinow sobresale al mantener, sin embargo, la oscuridad e intimidad de los personajes y el vestuario de Míriam Compte opta por conservar la adecuación espacio-geográfico-temporal. El sonido de Pau Matas es igualmente meticuloso y juega en esta frontera entre la adecuación y el expresionismo.

Y qué decir, de las interpretaciones. Sin duda, el punto fuerte de la función en el que Morales ha conseguido un gran triunfo. Xavi Sáez juega muy bien las cartas de la aproximación a su personaje aportando siempre un plus y evitando caer en el cliché. Marta Millà consigue elevar el ritmo en las escenas en las que aparece con su Maryjohnny Rafferty. Pero lo verdaderamente apabullante es la interpretación de Pol López y Oriol Pla. Juntos consiguen que no sólo salten chispas en el escenario, sino que serían capaces de provocar un cortocircuito mental al más cuerdo. Pla está pletórico (algo que con el carrerón que lleva le añade valor añadido al ya demostrado talento del actor). Recoge a la perfección el testigo del movimiento diseñado por David Climent y consigue que habla, gestualidad y trabajo físico encajen a la perfección. López, a su vez, es el que recoge la complejidad absoluta no sólo de su personaje, sino también de toda la obra. Desbocado pero sin perder nunca el norte dentro de la lógica de su atribulado y melancólico personaje. Su dicción (menuda aptitud para interpretar una borrachera), credibilidad y verosimilitud incluso en los momentos en los que texto y visión parecen disidir es magnífica. Un triunfo.

Finalmente, con La calavera de Connemera nos encontramos un texto no tan rotundo como el anterior. Una aproximación perfectamente válida y mayoritariamente exitosa, pero más posible y apta que definitiva. Algo que no le resta un ápice de interés y que, de nuevo, será recordada por contener dos de las interpretaciones más explosivas y compenetradas en décadas. Por todo esto, y por el (inolvidable) uso del tema de “Nothing Compares 2U” de Sinéad O’Connor, la visita es feliz y muy satisfactoria.

Crítica realizada por Fernando Solla

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