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06.10.2017 Críticas  
La injusticia adjetivada

Ana Fernández ofrece un recital de altura en su papel de Lady Chatterley. La Sala Margarita Xirgu del Teatro Español se transforma en el tribunal que escucha atento los alegatos de esta apasionada mujer que defenderá a pecho descubierto su libertad y su derecho a vivir como ella desea.

La obra del escritor británico David Herbert Lawrence: El amante de Lady Chatterley obtuvo notoriedad mundial al ser prohibida en Inglaterra durante más de 30 años y en pleno siglo XX. Una obra que relataba como una mujer de cierta posición acomodada, mantenía una relación adúltera con uno de los empleados de su paralítico marido. Al parecer, la estricta sociedad británica no estaba preparada para leer esa historia.

Roberto Santiago agarra esa historia y nos presenta un texto en el que vemos a Constance Chatterley defendiéndose a sí misma en un tribunal compuesto íntegramente por hombres. Pero no se defiende del adulterio, se defiende de su impedido marido que le niega el divorcio. Un texto ácido, rico en frases hirientes y verdades irrefutables. Antonio Gil mueve la escena con certeza y Ana Fernández consigue indivisa atención.

Hablar de El Lunar de Lady Chatterley es hablar de una gran actriz como es Ana Fernández. El personaje transita la rabia y el deseo de reconocimiento del sexo femenino. Lo hace con rotundidad, mezclando humor y enfado, haciendo un hábil y generoso uso del lenguaje, enfrentándose a un tribunal que la desprecia por el hecho de ser mujer. Encarándose a un mundo regido por hombres que retuercen el lenguaje para abusar de su posición. Ana agarra al espectador desde el primer momento. Se dirige cara a cara a muchos de nosotros. Deduzco que en cada función elige a quien entre el público le hablará a los ojos como su pusilánime marido. Fui yo el elegido, y he de reconocer que me la creí en todo momento, le aguanté la mirada, intentando sentirme ofendido por su interpelación, intentando sentirme paralitico de cintura para abajo, les prometo que el poder de la mirada de Ana no se olvida fácilmente.

Un monólogo fantástico, que se disfruta de principio a fin, un recital para el que faltan adjetivos, todo un lujo al que le quedan pocas funciones y que merece ser visto y gozado. Todos necesitamos que nos descubran un lunar que desconocíamos en nuestro cuerpo, eso puede cambiar el curso de nuestra vida.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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