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17.09.2017 Críticas  
El amparo de los recuerdos no vividos

El Teatro Pavón Kamikaze ha estrenado Venus, una obra que marca un ecuador brillante a una temporada inmejorable. El Ambigú vuelve a ser el espacio elegido para la ciencia ficción, y en este montaje, supone un personaje más, para enmarcar todas las dudas, las palabras que no se pronunciarán, los deseos que nunca se expresarán, los besos que nunca se darán.

Venus es el nombre de un dúo musical, que se despide esa misma noche; Miguel (Diego Garrido) opine que es un nombre ridículo elegido por Paula (Nuria Herrero), la cual se despide a su vez de Mario (Carlos Serrano-Clark), que emprende un viaje para no volver. Enlazamos con Jorge (Antonio Hortelano) que llega a este bar, tras despedir para siempre a su padre. Allí se encuentra con Paula (Ariana Bruguera), su inseparable amiga de la adolescencia, a la que hace años que no ve. Un encuentro incómodo, frío, que oculta una historia detrás que poco a poco se irá revelando.

El argumento parece sencillo, y pronto su maquinaria queda a la vista, resultándome esta decisión brillante, para hacer que el espectador se centre en disfrutar de la bonita historia que se desarrolla en escena. Todos los personajes tienen algo que contar, Todos están viviendo un momento inolvidable de sus vidas. Todos están en este bar para despedirse de un ser querido, de una vida, del antiguo yo.

Antonio Hortelano lleva el peso de la función con un personaje al que la aparente impasividad de su rictus, e viene como anillo al dedo, y cuya falta de expresividad se ve maravillosamente solventada al final. Ariana Bruguera funciona muy bien como adolescente de 15 y 17 años, aunque muy fría como adulta, lo cual desconcierta bastante, pero no dificulta el progreso de la función.

Nuria Herrero es un caramelo de actriz y para los que llevamos disfrutándola mucho tiempo como imprescindible en los montajes de ese portento llamado Abril Zamora, este salto a un «gran teatro» no es más que la constatación de la carrera que le espera. Su candidez, su acelerado hablar y esa imagen de prima hermana, cercana; hace que la audiencia dibuje una involuntaria sonrisa en cualquiera de sus intervenciones. Personaje clave de la trama, Paula está escrito con un mimo, y tiene una evolución bonita, que es imposible reprimir las lágrimas con ella.

A Diego Garrido le califico (muy) gratuitamente como el malo de la historia. Aunque esta hostilidad que sentí en un primer momento, da un giro de 180º, y es su historia la que acusamos no saber más, aunque precisamente estas elipsis son las que le dan esa profundidad a Miguel. Su melodía es como alguna de las canciones que interpreta a la guitarra, corta pero muy emotiva. Carlos Serrano-Clark, cerrando el elenco, es un Mario con un desarrollo confuso, pero sin cuya existencia, la función perdería la gran carga emotiva que supone su presencia, y esto ya le hace imprescindible.

Me hubiese gustado calificar a Venus como el sleeper de la temporada, si estuviésemos en julio, aunque espero no precipitarme en mi juicio, pero este es uno de los montajes imprescindibles de la temporada que comienza. La audiencia somos un barquito en medio de una tempestad llamada Venus, y provocada por un ente superior, Víctor Conde.

Toda la sección musical, las referencias cinéfilas y las líneas lapidarias del texto que podrían haber caído en el mister wonderfulismo, pero aquí suenan naturales, fluyen con los personajes, y llegas a ansiar vivirlas. La experiencia emocional que supone este proyecto trasciende la sala; si la vida es esto, y lo que nos espera en un futuro es al menos una cuarta parte de lo que nos cuenta Conde, qué bello es vivir.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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