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13.09.2017 Críticas  
La rayuela romántica

La Sala Verde de los Teatros del Canal se inunda de un aire enamorado. Apoderada la sala de un texto entre ligero y etéreo. Ha escrito Ignasi Vidal un texto juguetón, de amor y renuncia del mismo. El juego de la rayuela en escena y poesía que emana desde el escenario. Un juego amable que acaricia al espectador.

Cinco personajes verán sus vidas entrelazadas por culpa del amor. Pedro y Amanda se reencuentran después de haber roto su relación tiempo atrás, solo para redescubrir lo enamorados que están el uno del otro. Pedro está con Marta ahora. Marta es compañera de Paz en una inmobiliaria. Paz vivirá un flechazo inesperado con un cliente, con consecuencias inesperadas. Las decisiones de todos estos personajes afectaran irremediablemente a los demás. Como un juego, las escenas se dibujaran en el gran tablero de juego que es ese escenario.

La escenografía enseña y oculta a la vez. Unos grandes paneles de pizarra en el que los interpretes enumerarán las diferentes escenas, y escribirán el espacio que ocupan, permite un desenfado agradecido. La música que acompaña a esos juguetones cambios de escena no puede ser más acertada.

Y luego está el Ciclope y Rayuela. No solo la rayuela del juego de tiza, sino la Rayuela de Julio Cortázar. Concretamente el capítulo siete, donde se halla este descriptivo párrafo al que se hace referencia en varias ocasiones a lo largo de la función: “Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio..”.

Los cinco actores se mueven en un terreno cómodo. Las escenas transitan entre la comedia ligera y el drama contenido. Manu Baqueiro interpreta a Pedro con soltura, sin estridencias. Celia Vioque es una Amanda que se siente cómoda en escena. Daniel Freire y Sara Rivero tienen la parte más complicada, al ser su historia más inverosímil. Eva Isanta compone un divertido personaje, al que se le echa de menos en más escenas.

El clima que se crea durante la función es sumamente agradable, todo fluye con suavidad, sin sobresaltos ni estridencias, lo cual se agradece. A lo mejor alguna carga de profundidad permitiría que la función calara más al espectador, que al final parece que se queda solo con la superficialidad. Aun así El Cíclope se disfruta con agrado.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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