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08.09.2017 Críticas  
Quien mira lo pasado, lo porvenir advierte

Fira Tàrrega 2017 nos da una calurosa bienvenida con a X amor o Mujeres áureas. Tras su paso por el Festival de Almagro y el Teatre de Ponent nos encontramos una función muy delicada en la que todas las piezas del engranaje dramático funcionan a la perfección. Un viaje desde la contemporaneidad hacia el Siglo de Oro de nuestra literatura.

Pocas veces la función didáctica que pueda tener el arte dramático se aprehende con tanta naturalidad y en paralelo a la asistencia a una representación como en este caso. La dramaturgia de Jonay Roda no tiene desperdicio, como tampoco la dirección de Txell Roda. Cabía el riesgo de situarse en el estrado de la erudición extrema, algo que podría dispersar al público. En cambio, ambos saben cómo darle la vuelta al asunto y jugar con el lenguaje y el formato de un modo ejemplar. Hasta conseguir no sólo la implicación del espectador sino el discernimiento de que su situación es bastante similar a la de las protagonistas femeninas. El trabajo de los intérpretes pone el resto.

La adecuación de la propuesta es un pilar imprescindible para su éxito. El balance entre el tono y la musicalidad de entonces con algunos elementos contemporáneos resulta espléndido. Personajes anacrónicos. Los de ahora, porque somos fruto de la herencia recibida por el poder dominante de entonces. Las de antes, porque en su tiempo era impensable que se las permitiera expresarse de un modo semejante. La renuncia a convertir la pieza en una glosa interminable de citas, autores, frases célebres y virtudes no impide que se destaque a Lope de Vega como el renovador del teatro que fue en su momento. Todo fluye no sólo a nivel textual sino dramático con inusual solvencia. Sin verse las costuras de ningún adoctrinamiento, el aprendizaje sucede rotundamente.

El cuestionamiento siempre antes que el linchamiento. Otra gran virtud de la propuesta. Al no tratarse de una biografía al uso se genera una sensación a medio camino entre el desconcierto y el desasosiego. Todos conocemos a Lope de Vega pero posiblemente no a María de Zayas y a sus compañeras áureas. Paulatinamente los personajes que se nos pueden antojar ficticios no lo serán y nuestro enfado se torna mayúsculo cuando nos damos cuenta que se nos ha negado el que también deberíamos haber recibido como legado cultural. Sin él, la configuración de nuestra sensibilidad artística también ha sido mutilada. Y, por tanto, nuestra identidad. ¿Por qué?

Sin duda, esta función no sería lo mismo sin sus cuatro intérpretes. Pilar Martínez, Mònica Luchetti y Laura López (hermoso y sorprendente su talento para el canto) están perfectas. Cada una con un estilo propio pero muy alineadas con la finalidad última de la función. Dicción del verso, movimiento, gesto. Todo está ahí por algún motivo. Un trabajo que emociona por lo que dicen pero especialmente por cómo lo dicen. La escena en la que le espetan fragmentos de las obras de sus personajes a Lope – Veiga, tanto como la respuesta de él es tan descorazonadora como memorable.

A su vez, Manuel Veiga realiza una labor sobrecogedora y consigue mostrarnos todo el recorrido del ideario de su personaje desde su siglo hasta el nuestro. Y lo más importante, convierte en algo tangible su posibilidad de redención. La naturalidad al versar es apabullante. No menos que su trabajo con la voz. Vigoroso pero sensible. Rudo y enérgico. También el gesto y en el rostro. Él solo consigue reflejar con su interpretación la esencia de la literatura del Siglo de Oro, y de este modo se convierte en compendio estético y conceptual de la novela picaresca, la poesía ascética y mística, la sátira y la comedia. Entre su don Perlimplín y este Lope de Vega los espectadores somos testigos muy afortunados del talento inconmensurable de un actor de primerísima categoría

A destacar también la maravillosa labor en el sonido de Noel Jiménez. Al tratarse de una función al aire libre, los actores deben ir microfonados. El riesgo de que con la amplificación se pierda la musicalidad tan característica que imprimen los cuatro intérpretes se salda con éxito. Otro puntal imprescindible es la música original de Jaco Abel, que él mismo interpreta. Muy bien contrastada la función estética o de adecuación temporal con los toques más contemporáneos. Su presencia en escena actualizaría la premisa de entonces, cuando la música formaba parte viva de la naturaleza de la representación teatral.

Finalmente, a X amor o Mujeres áureas se convierte en el más potente de los agentes culturales. Reivindicativo a través del hilo dramático conductor. Una función que, por su utilidad y servicio educativo, se convierte en imprescindible. Muy relevante también la ruptura del tiempo y lugar de la acción y el salto constante del entonces al ahora y al revés, con algún momento de extrañamiento pero nunca más que el necesario. Con un cuarteto de intérpretes excepcionales, no nos queda más que celebrar un trabajo redondo que reclama y desde luego obtiene toda nuestra atención. Una función de un valor incalculable.

Crítica realizada por Fernando Solla

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