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10.08.2017 Críticas  
En busca de un presente sin riesgo

Tras su estreno dentro del Surge en la Sala Tú, y su posterior prórroga, llega al Teatro Lara la obra No soy Dean Moriarty, de Joan Yago, dirigida por Gerard Iravedra e interpretada por Fernando Tielve y Héctor Molina, como los alter ego de Sal Paradise y Dean Moriarty, dos de los personajes de «En el camino» de Jack Kerouac.

Dos camareros, en un antro cualquiera que por estética podríamos situar perfectamente en una carretera perdida de la geografía americana, planean su proyecto común de hacer el viaje de sus vidas; como si de un ritual iniciático se tratase, fantasean con todo el saber que el mismo aportará a sus vidas, y cómo este no será mas que el principio de resto de sus vidas. Un viaje en el que ser libres, vivir mil aventuras entre la peor calaña de cada casa, disfrutar de cualquier señorita con al menos un agujero entre las piernas, y no temer a lo que pueda venir.

Pronto reparamos que esta situación que plantean no es mas que una burbuja que les explota en la cara cuando reparan en que ni el uno es Dean Moriarty ni el otro es Sal Paradise. No soy Dean Moriarty se mueve en ese peligroso terreno de la recién estrenada mayoría de edad, con todas las ganas de comerse el mundo que uno tiene una vez que ve deshacerse el lazo parental, y todas las decisiones y consecuencias que ellas conllevan le hacen a uno ser un ser independiente y libre.

Fernando Tielve es Sal, es ordenado, el que tiene los pies en el suelo y no le tiene miedo al futuro, que ve la oportunidad final de «hacer algo» con su vida, saliendo de la rutina y de las mismas vistas un día tras otro. Héctor Molina es Dean, el incongruente loco que quiere vivir su vida al límite llenando la misma de excitantes sensaciones, pero que cuando se le da la oportunidad de transformar todas esas fantasías en realidad, ese salto al vacío es demasiado vertiginoso y la vida que lleva no le parece tan mala.

No soy Dean Moriarty habla de ese juego a ser mayor, a querer vivir una vida que no es la tuya, como en el caso de los protagonistas, la de dos personajes de una obra literaria, que en realidad si vivieron las mil aventuras que relatan, pero que estos dos conformistas deciden resignarse a vivirlas solo en su cabeza. Es tan fatalista la conclusión que uno saca del discurso de este montaje, que reparamos en que es fiel reflejo de la sociedad actual y de los jóvenes que serán muy pronto adultos sin aspiraciones y anodinos, para los que «hacer algo», «saber cosas» o «ser interesante» es algo que está muy bien que sean los demás, ya sean figuras públicas, o su entorno en redes sociales, para darles unas alas imaginarias que les permitan momentáneamente colarse en sus vida, pero que disfruten cómodamente desde el lugar en el que estén, como simples espectadores, y no actores de su propia vida.

Es mas importante la reflexión que nos obliga a hacernos este No soy Dean Moriarty, que el propio mensaje que transmite. Que hasta uno mismo traicione a sus propios modelos de conducta como hacen estos Sal y Dean, es un detalle sin importancia, porque lo que debemos cuestionar es qué queremos ser, cómo queremos serlo, y qué hacer para lograrlo, haciendo propio ese proyecto, sentirlo como algo que hará de uno mismo alguien mejor, o la mejor imagen de uno mismo, sin influencia de ese común que es la sociedad y que muchas veces nos arrastra a un pesimismo que debemos superar, y afrontar un futuro sin miedo, nuestro, y libre.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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