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25.07.2017 Críticas  
La vulnerabilidad como centro de (nuestro) mundo

La Sala Beckett estrena el nuevo trabajo de Pau Miró y tras la asistencia podemos afirmar que algo muy importante sucede en el escenario y atraviesa el patio de butacas. De algún modo, parece como si todas las obras anteriores del dramaturgo han ido trazado un itinerario hasta llegar a un destino llamado Un tret al cap.

A partir de tres personajes, Miró ha sabido cómo manejar algunos conceptos propios del ámbito público y su deconstrucción dentro del ámbito privado e íntimo. Censura y sentimiento. Seriedad y humor. Un estilo en apariencia aséptico y desecado que, sin embargo, contiene una amplitud y generosidad de matices, registros, recursos y subtextos que no parece conocer límite en manos del autor. Un autor que se dirige y que dirige a las intérpretes dominando cada detalle y encontrando siempre el tono y punto adecuados para impactar donde y como debe. Los impulsos irreflexivos y reprobables pasan a formar parte del mundo profesional y la objetividad e imparcialidad explican los sentimientos, las acciones y las motivaciones interiores. Una inversión que ofrece un juego dramático magnífico y emocionante.

El uso de la primera persona resulta un gran valor añadido de Un tret al cap. En combinación con la interpelación directa al público, la sensación que los personajes nos hablan directamente a cada uno de los espectadores se asimila desde la primera escena y no nos abandona. Mujeres que nos hablan a cada uno de los individuos que formamos un nosotros, la mayoría silenciosa. La elección del periodismo como profesión del personaje de Emma Vilarasau canaliza de algún modo esta necesidad de contrastar la información que tenemos de nuestro propio yo. Todos los datos a partir de los cuales hemos configurado nuestra propia identidad, aquella tras la que hemos desaparecido convirtiéndonos en referentes o estandartes de unos valores falsos y olvidados pretextos y que, precisamente, han terminado por anularnos en nuestra vida personal.

La escenografía de Sebastià Brossa sabe captar a la perfección esta dualidad que muestran los personajes, especialmente el de la periodista protagonista. La austeridad que de algún modo simboliza la ventana a través de la cuál vemos el mundo o tras la que nos escondemos al mostrarnos. Lo mismo sucede con la iluminación de David Bofarull que convierte en verosímil la invisibilidad entre los momentos privados entre los personajes y los que comparten explícitamente con el público.

La dirección de intérpretes es excepcional. Miró, respaldado por Alícia Gorina, consigue que las actrices ofrezcan tres composiciones genuinas y honestas. A partir de su caso individual dan valor a problemáticas comunes a día de hoy, tanto en el ámbito profesional como en el privado. La incomunicación y el aislamiento o autocensura en los dos ámbitos vitales. Precariedad laboral e interpersonal. Es algo precioso comprobar cómo cada personaje va reclamando su necesidad de expresarse (a los demás y a sí mismo) a la vez que el desarrollo de la obra les da herramientas y capacita para hacerlo. Ulldemolins sabe cómo moverse en un terreno que podría ser de nadie pero que ella hace propio con asertividad y sin impostura. Colomer ofrece en cada intervención momentos inolvidables, con emoción pero sin dramatizar en exceso, el contrapunto perfecto para sus compañeras de reparto.

Emma Vilarasau recoge el testigo de Miró y ofrece una interpretación adecuadísima y personal. Magnífica en el sentido que transmite cada matiz, cada palabra, cada momento. Su acercamiento al público es rotundo y emocionante. Una actriz que mira a los ojos y convence con su mirada y da en la diana con cada palabra, transmitiendo verdad a raudales. Un trabajo muy delicado que apoya y aprovecha tanto los momentos individuales como de conjunto para ofrecer siempre algo más, algo mejor. Experiencia y aprendizaje constantes. Impacto directo y profundización. Una labor ejemplar.

Finalmente, y tras todo lo descrito hasta aquí, hay que destacar el gran cierre de la obra. No tanto el desenlace (que también) sino el modo en que las protagonistas nos explican en forma de cuento el propio final del recorrido de sus personajes durante la obra. Ya sucedía en “Victòria” que una una modificación del tono imperante hasta el final conseguía redimensionar todo lo acontecido hasta entonces. En Un tret al cap esta opción impacta directamente en el espectador dando sentido al título. El talento de Miró para dejarnos en suspenso a la vez que impacta y conmociona en una sola frase nos noquea y sacude a partes iguales. Un creador único, sencillo, original y muy generoso tanto con el público como con los personajes y, por supuesto, los intérpretes. Una gran muestra de teatro contemporáneo y, a la vez, atemporal.

Crítica realizada por Fernando Solla

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