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23.07.2017 Críticas  
El renacer del poeta a través de los moribundos

El reconocido y multidisciplinario artista Wadji Mouawad, de quien en Catalunya ya se han interpretado una buena parte de sus obras, nos trae al Grec durante tan solo un par de días, los dos últimos trabajos que forman parte de una trilogía compuesta por las siete tragedias de Sófocles y que ha decidido reunir en el díptico Des Mourants.

En este tercer opus, Mouawad realiza una versión libre de dos tragedias: Inflammation du verbe vivre (Inflamación del verbo vivir) basado en la historia de Filoctetes y Les larmes d’Oedipe (Las lágrimas de Edipo) que nos cuenta el último día de vida de Edipo, una vez expulsado de Tebas.

Detrás de estas obras hay una historia especial y personal, pues el encargo de traducirlas que había recaído en su amigo Robert Davreu no pudo llevarse a cabo por la muerte del poeta. Esto genera un bloqueo mental y emocional en Mouawad, hasta el grado que decide interrumpir el proyecto y abandonarlo. Con el empuje de parte de su equipo, finalmente decide emprender un viaje en solitario a la Grecia natal de Sófocles, en busca de esos héroes de papel pero en una Grecia actual y con unos cuantos siglos de diferencia.

Ese viaje de búsqueda tiene además otra razón de ser. Es un viaje donde coger fuerzas para empezar de nuevo, uno en el que es necesario morir para volver a vivir de nuevo. Y en el que debe encontrar las respuestas para continuar con un proyecto en el que brilla más la ausencia de un amigo que la historia que se debe escribir. Una expedición para afianzar la seguridad de que la palabra, la poesía, es lo que él necesita para continuar. Todo ese periplo es el que le sirve de impulso a Mouawad para reescribir ambas obras, dirigirlas y llevarlas finalmente a cabo.

En su necesidad de descender al Hades y donde un taxista le sirve de guía (a modo del barquero Caronte), el autor se encuentra no uno, sino muchos Filoctetes, personas abandonadas a su suerte, gente que ha sido dañada en un agresivo periodo de crisis, perros que aúllan con miradas tristes, sillas vacías que traen recuerdos de infancia a la memoria y jóvenes a los que se les obliga a madurar robándoles sus sueños. Y es con ellos que da a luz INFLAMMATION DU VERBE VIVRE, en el que el propio Mouawad es el protagonista, interpretándose a sí mismo, e interactuando con su mismo yo en el documental de su viaje a Grecia junto a Dimitris Kranias en el papel del taxista. Con una escenografía simplista en apariencia, pero donde existe un gran trabajo detrás de coordinación, y donde el autor se pasea continuamente a través de la pantalla, apareciendo y desapareciendo continuamente de escena, el dramaturgo habla con el público, habla con el taxista y habla consigo mismo en voz alta.

Al atractivo de conocer en persona al propio Mouawad, se le añade verlo trabajar al completo escribiendo sus ideas pero también explicándolas frente al publico, así como el poder llegar a conocer una parte tan íntima de sus pensamientos y su propio ser. El ritmo de los 135 minutos que dura la función, no decae en ningún momento sino que se consigue de forma magistral que nos vayamos adentrando cada vez más en esa Grecia que le ayuda a reflexionar, a recuperar sus ganas de vivir y escribir, y a su universo personal. O lo que es lo mismo: observar el proceso de verle declinar el verbo «vivir» para poder llegar a él. Y, a la vez, esa declinación se desentraña de forma equidistante con la historia de Filoctetes que originalmente se propuso escribir.

Inflammation du verbe vivre está maravillosamente redactado y ejecutado. Es un plato demasiado fuerte para digerir. Y demasiado intenso. No sé si es por esa razón o por que el ritmo de Les larmes d’Oedipe es completamente opuesto y de una oratoria poética lenta y pausada que el ver los dos espectáculos seguidos, después de casi 3 horas del anterior (por problemas técnicos que se hicieron esperar cuarenta minutos para ser resueltos) hace que el segundo decaiga levemente en interés.

En la historia de la ultimas horas de Edipo, Mouawad vuelve a describir, pero esta vez con matices de poesía oral y visual, las semejanzas de los tiempos cuando Grecia era una gran potencia y los de la actual que no es ni una sombra de lo que fue. Para ello, cuenta con tres actores en escena: Patrick Le Mauff, en el papel del moribundo Edipo, Charlotte Farcet como Antígona, la hija y hermana de Edipo y Jérôme Billy en el papel de un moderno Pericles que se encargará de explicar la situación actual de la Grecia moderna a estos dos personajes que vienen en busca de refugio a un antiguo teatro. ¿Porque un teatro? Quizá porque como Pericles explica, «el teatro es algo de los hombres para el refugio de los hombres. Un refugio para los dolores que sufren los hombres». Edipo y Antígona padecen, se afligen y viven angustiados los últimos momentos de vida de él por todo lo que llevan a sus espaldas y presentarlos en este marco es quizá el mejor que se le ha ocurrido a Mouawad.

La escenografía continúa con la línea de la anterior, con la sencillez de una pantalla donde los actores aparecen en siluetas como si de sombras chinas se tratasen, aunque luego la pantalla se eleva para dejarnos ver a los actores durante un breve espacio de tiempo para volverlos a esconder tras la pantalla al final. Junto al texto, Billy representa varios temas entre lírica y ópera formando así un conjunto de imagen, texto y sonido que cierra todo el trabajo completo de las siete obras de Sófocles.

El autor de Incendios, Bosques o Un Obús en el Corazón nos sigue fascinando, nos sigue dejando boquiabiertos, nos sigue inundando de su creatividad. Nuestro teatro contemporáneo no sería el mismo si no hubiera conocido a Wadji Mouawad. Y, posiblemente, él no sería el mismo si no hubiera tenido la oportunidad de compartir lo pasa por su mente y siente su corazón.

Este año, el Grec se está saldando con grandes propuestas pero, indudablemente, apostar por la experiencia Mouawad ha sido uno de los mayúsculos aciertos del festival.

Crítica realizada por Diana Limones

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