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02.06.2017 Críticas  
Un futuro cultural hipotético

Vamos a empezar hablando en serio. Ir a ver a Carmen Machi al teatro es siempre una apuesta segura. Esto es un hecho fehaciente que no puede ser tumbado de ninguna forma. Bajo esta premisa, la semana pasada decidí ir al Teatre Goya de Barcelona y disfrutar de La Autora de las Meninas.

Sabía poco de la obra, más o menos el hilo argumental que la productora dejaba entrever cada vez que hacía su presentación ciudad a ciudad. Pero nada tiene que ver con lo vivido en la platea del teatro. La historia evoluciona, cambia, se acerca a un público que no sabe bien bien lo que está disfrutando y hace que ames a la monja copista. Hace que ames incluso a la directora del museo comprometida con el futuro de la sociedad. Hace que ames incluso al vigilante de seguridad que hace volar a Sor Angela como una veleta.

La historia que nos presenta Ernesto Caballero, autor y director de la obra, es muy sencilla (a la par de terrorífica). En un futuro no muy lejano, la crisis financiera que sacude a Europa obliga al Estado español a desprenderse de buena parte de su patrimonio artístico. El grupo «Pueblo en pié» ha conseguido ganar las elecciones con mayoría aplastante y no necesita el apoyo de los grandes partidos de la izquierda y la derecha.

En su afán por que el pueblo sobreviva, deciden vender varios cuadros míticos del Museo del Prado de Madrid a un jeque árabe que quiere montar un museo en el desierto. El jeque se ha encariñado con Las Meninas y el gobierno no lo ha pensado dos veces. Para ello, contratan a Sor Angela, una conocida monja copista para que realice una precisa réplica del original velazqueño para que el pueblo español pueda seguir disfrutando de la obra y así poder vender el original al jeque con la intención de llenar de nuevo las arcas del estado.

Aunque Sor Angela no está de acuerdo, una generosa cuantía se ofrece para ayudar a su convento y debe ceder a ello. A partir de este momento, la religiosa se va a ver atrapada en una encrucijada de diversos intereses que propiciarán una radical transformación de su personalidad. La artista interna, cual posesión demoníaca, intenta salir de su cuerpo para abandonar la vena copista por la creadora contemporánea.

Carmen Machi es una artista del cambio. La camaleónica actriz pasa de una vergonzosa y humilde monja a una creadora en posesión extrema que sorprende al espectador. Su fino temple como monja y su locura exaltada como creadora sin limites en lo plástico, hacen que el personaje que parecía demasiado simple para ella, evolucione en sus manos de la forma más inesperada posible.

Por otro lado, no podemos más que vanagloriar el trabajo de sus dos co-protagonistas. Mireia Aixalà interpreta a la nueva directora del museo. Una directora que sabe manipular, engañar a Sor Angela, hacerle ver el camino y guiar a la monja hacia la cálida luz del cielo de las copistas. El engaño finalmente aparece en escena y la directora se transforma en un instrumento político que hace incluso plantearse un miedo extremo a que lo que estamos viendo pase en un futuro. ¿Seríamos capaces de ello? ¿Lo hemos hecho ya y no lo sabemos?

En cambio, Francisco Reyes, en su papel de vigilante, exterioriza el cambio de Angela. Y digo exterioriza porque si no fuera por él, la creadora escondida no aparecería en escena. Él, con un discurso muy bien hilado y, aparentemente, sin preparar; hace que Angela se plantee toda su vida de copista y que, con su ayuda, esta posesión demoníaca emerja. Aunque no voy a desvelar mucho de este personaje en esta crítica, puedo decir que Francisco Reyes realiza su papel de secundario a tal perfección que incluso a mi, su palabrería me convencería para hacer lo que consigue que Angela ejecute. Su palabra es verdad en cuanto sale de su boca.

En el caso de la escenografía e iluminación, realizada por Paco Azorín, esta es de una complejidad escondida que adoro: tres pantallas (móviles) que ejemplifican tres grandes cuadros de la galería, ayudarán al público a introducirse en una amplia sala de museo donde Angela trabaja. Las proyecciones cambian cada cierto tiempo, las pantallas se mueven para ejemplificar el agobio de la religiosa, las luces cambian como una veleta a la vez que su personalidad… Y todo sin que el espectador lo note. Un banco desde donde admirar los cuadros, se convierte en el epicentro de todas las conversaciones más importantes de la obra y, los instrumentos de trabajo de Angela, nos ayudarán a seguir paso a paso sus avances en la obra y en la pintura que con minucioso temple trata de copiar.

Mención especial a Ernesto Caballero quien ha sabido crear un texto y dirigirlo con un ritmo trepidante a la par de calmado. El juego entre las dos vertientes mentales de Angela y sus transiciones tan bien hiladas hacen que no despegues la vista del escenario en ningún momento.

En definitiva, La Autora de las Meninas es una obra que, por su título y sinopsis, puede hacer que elijas otra obra que ver este fin de semana pero, nada más lejos de la realidad. Yo, por mi parte, estuve a punto de no verla pero, si lo hubiese hecho, creo que me arrepentiría toda la vida. Sinceramente, no se la pierdan.

Crítica realizada por Norman Marsà

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