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12.05.2017 Críticas  
Estimulante exploración teatral del choque cultural

Julio D. Wallovits vuelve a las tablas, concretamente a las de la Sala Beckett. Argentinamiento resulta una sátira alegórica del distanciamiento que existe entre los valores de la vieja Europa y la capacidad de improvisación, dadas las circunstancias, de Argentina. Sin duda, un vehículo poético capaz de traducir un estado de ánimo en su singular manifestación artística.

La implicación personal de Wallovits parece invadir todos los elementos que intervienen en la representación hasta conseguir rozar la excelencia en la mayoría de ellos. El gran valor de la función es que se sustenta sobre unos cimientos férreos en forma de texto. La poesía que invadirá todo el conjunto, satírica, grotesca, avispada y divertida, permite que el espectador se empape tanto del contenido como de la forma, participando de manera activa a través de una escucha que traduce el interés que despierta lo que sucede y se dice en escena. No se trata tanto de tomar partido como de analizar una situación global a través de un caso muy particular y que se muestra con total y radical autonomía en la expresión. Muy bien utilizado el espacio de libertad en que se convierte la escena cuando se tienen argumentos.

La dirección de actores es excepcional. Todos ellos han conseguido encontrar el tono y matiz adecuado para el concepto o idea que deben manifestar, mucho más allá de la ficción individual que justifica su existencia en escena. Sobre Pasquale Bávaro recae la difícil misión de introduciros en el juego que sirve como excusa para coincidencia de todos los personajes en un mismo lugar, algo que el actor resuelve con simpatía y buen hacer. A su vez, Francesc Garrido sorprende con una creación que es burla y síntesis del patetismo dramático del aburguesamiento europeo al mismo tiempo. Nunca caerá en la caricatura gratuita ni injustificada. Su movimiento escénico, así como su ejecución del texto son impecables.

En este terreno, tanto Ramiro Blas como Joaquin Daniel nos dejan con la boca abierta. De la complicidad escénica de ambos se benefician sus personajes y, por extensión, la obra entera. Los dos saben aprovechar el texto que les brinda Wallovits y renunciar a convertirse en prototipos autocomplacientes. Los momentos en que dialogan tienen un brío y ritmo afinadísimos. A la vez, sus intervenciones en solitario se convierten en una auténtica master class. La capacidad de evocar situaciones que no existen y hacer partícipe a cada espectador para que las reviva en su imaginación a tiempo real que tiene Daniel es espectacular. A su turno, Blas consigue una mágica elegía del paisaje de su tierra que termina por decantar la balanza de la empatía del espectador.

Ambos nos seducen con su franqueza, sinceridad, franqueza y espontaneidad. Nuestra confianza se va con ellos (sus personajes), persuadidos por la familiaridad y sencillez que desprenden. Cuando ellos aparecen se para el mundo y no nos queda más que escuchar y aprehender. El Argentinamiento sucede, y con éxito.

El diseño de escenografía de Ramon Ivars y la iluminación de Jimmy Gimferrer aprovechan la polivalencia de la sala. Con unos pocos elementos de utilería y atrezzo, adelantán la platea y aprovechan el espacio escénico de tal manera que la propia idiosincrasia de la sala se convierte en parte importante del decorado. Lo mismo sucede con la luz, con la que Gimferrer consigue que nuestra atención se focalice en las palabras. Pocas veces el uso del claroscuro, resulta tan elocuente, asertivo y bien hallado. Juntos, dotan a la propuesta del envoltorio necesario para que el resultado sea perfecta.

Finalmente, no nos queda más que celebrar tanto el texto como la dirección de Wallovits. Sería injusto desvelar las sorpresas y alegrías que nos depara esta particular aproximación a una realidad plasmada a través del lenguaje. No es habitual esta precisión poética tan bien integrada en una dramaturgia. Un espectáculo que, sin duda, resulta una de las propuestas más interesantes de la presente temporada teatral. Imperdonable sería dejarlo escapar.

Crítica realizada por Fernando Solla

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