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11.05.2017 Críticas  
La ballena fabulada y pesimista

La compañía La Chacha del Rey ha subido su primera creación al Àtic 22 del Teatre Tantarantana. El espectáculo sitúa a las dos protagonistas sobre el lomo de una ballena implacablemente estática. Yo quería ser una chica Almodóvar pero dejó de tener sentido resulta un montaje que recoge (muy hábilmente) el espíritu de “Los días felices” de Samuel Beckett.

El título cita explícitamente la canción que Joaquin Sabina lanzó en 1992, algo que no sucederá durante el tiempo que dure la representación. Pero sí. Si estamos atentos, sí que se evocará. Hay que tener las ideas muy claras para conseguir asimilar en una única dramaturgia a Beckett y a Sabina. No tanto sus figuras como sus trabajos. En este terreno, sorprende la hábil labor de Laia Alberch y Paula Ribó, también intérpretes del espectáculo.

No hay decisión errónea en la puesta en escena, ya que todo favorece la idea principal sobre la que se vertebra la función: la insatisfacción crónica de los seres humanos y la previsibilidad de nuestro devenir vital. Al mismo tiempo, se ha dado con un código totalmente adecuado a la generación (teatral y no) a la que pertenecen las artífices. Un gran acierto resulta la canalización de este factor, ya que la empatía del público surgirá de manera espontánea desde la primera escena, independientemente de la edad o grupo social al que pertenezca cada uno.

¿Por qué sucede esto? Precisamente porque las dos actrices captan nuestra atención desde el primer momento. Realmente, es difícil apartar la mirada. Con su actitud y su capacidad comunicativa (verbal y corporal) saben cómo mantenernos en un difícil y estimulante terreno a medio camino entre el extrañamiento y la curiosidad. Sobresalen en su trabajo físico. La coreografía y sus movimientos también deben repetirse pero a distintos ritmos y con ligeras modificaciones. Sin querer mostrar ningún tipo de virtuosismo gratuito, ambas nos sorprenden con una ejecución perfecta. Lo mismo sucede con su dicción y con la profundidad de sus miradas durante los largos silencios en los que nos muestran mucho más de lo que dicen. Muy buen trabajo en este aspecto.

Incluso el espectro cromático es sutil y sencillo pero adecuado y destacable. Chandal blanco para una y negro para la otra, alternando color en zapatillas deportivas y complementos y demás piezas de vestuario. Suelo negro (no olvidemos que estamos sobre una ballena) y azúcar blanco delimitando dos líneas… El espacio sonoro y la elección musical también muestran una proyección que apoya el desarrollo de la función.

Lo mismo sucede con el texto (y aquí retomamos la inspiración en la canción de Sabina). Yo quería se una chica Almodóvar: sin duda algunos de los mejores momentos de la función llegan cuando las actrices intercalan cuerpos y líneas de texto manifestando qué querrán hacer en la vida. El recorrido del entusiasmo al desengaño se evidenciará de nuevo a través de las miradas y la siguiente repetición. La que nos llevara al gran conjunción adversativa: pero dejó de tener sentido.

La progresión por repetición (de nuevo el padre Beckett) tiene el ritmo necesario para poder captar todo el dramatismo de la situación. Muy bien utilizado el recurso de mostrar alguna acotación proyectada, a modo de chiste o guiño hacia el público. No se busca ningún tipo de elitismo intelectual, y sí plasmar una sensación o angustia vital de dos personajes que se intuyen inocuos. La principal diferencia con el texto de Beckett será que, si Winnie parecía buscar motivos para seguir viviendo su rutinaria vida, aquí los dos personajes parece que de alguna manera proyectarán esta sobre su futuro.

Finalmente, hay que destacar de nuevo el trabajo de Alberch y Ribó. No sólo por ser la cara visible en todos los ámbitos, sino por su capacidad para canalizar unas inquietudes muy ambiciosas en una dramaturgia tan alegórica como precisa y concreta. Con La Chacha del Rey encontramos a una compañía a la que nos gustará seguir de cerca.

Crítica realizada por Fernando Solla

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