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30.04.2017 Críticas  
I’m (not) the victim

El Mercat de les Flors recibe una de las visitas más destacables de la temporada con Betroffenheit. De la unión de las asociaciones escénicas canadienses Kidd Pivot y Electric Company Theatre resulta una verdadera conmoción avalada, además, por el premio Olivier a la mejor nueva producción de danza, obtenido tras su residencia en el londinense Sadler’s Wells.

Crystal Pite (Kidd Pivot) y Jonathon Young (ECT) han creado el espectáculo conjuntamente y el resultado es una colaboración que destruye irrevocablemente las fronteras entre teatro y danza. La primera ha dirigido y coreografiado la pieza, mientras que Young ha escrito los textos, además de interpretarse a sí mismo sobre el escenario. Palabras y movimiento convertidos en pensamientos y sensaciones dentro de una función dividida en dos actos. Redistribución del espacio (también del sonoro), el tiempo el movimiento hasta conseguir que sean los cuerpos los que realmente generen el significado que buscan los personajes.

El resultado es impresionante. En escena se representa la gestión automática de una situación de crisis, producida tras un accidente. Quizá en medio de la lucha contra alguna adicción, que tanto podría ser una droga como la obsesión por el liderazgo y la toma de control sobre uno mismo o los demás. Betroffenheit se escapa a cualquier descripción ya que consigue general un nuevo lenguaje (diríamos que común y universal) a través de unos movimientos que, gracias a esta magnífica compañía, conseguirán abanderar más el significado que el significante. Nunca se fue tan concreto a partir de algo tan abstracto ni se consiguió una participación sensorial del público tan activa y atenta a través de una caso tan particular. Pite y Young han hallado un nuevo esperanto a través de su participación.

Palabras, pensamientos, cuerpos, sensaciones, coreografía, vibración, repercusión, espacio, habitación, reverberación, imagen, eco, sonido, oscuridad, sombra, luz, imagen, desesperación, fatiga, participación, empatía… Todo lo que sientan los personajes e intérpretes lo experimentaremos los espectadores. Desde la conceptualización a la fisicidad. A través del intelecto y de las percepciones y premoniciones que se generarán en nuestro sistema nervioso. Resulta complicado encajar y desprenderse de tanta aflicción y, sin embargo, la catarsis sucede. El trabajo de Peter Chu y Tiffany Tregarthen es tan imprescindible como necesario. Tanto como el de Cindy Salgado y David Raymond, que además apoyan la coreografía con sus conocimientos de salsa y tap dance, respectivamente. Un lujo.

Jermaine Spivey se convertirá en alter ego de Jonathon Young, así como en su rival, máximo competidor y compañero en este particular, recóndito y tortuoso espectáculo que se quiere representar dentro de la habitación. Ambos sobresalen como máximos embajadores de este nuevo lenguaje creado para la ocasión. Las palabras de uno parecen rebotar sobre el cuerpo del otro y viceversa, hasta (co)crear un nuevo significado a través del movimiento. Lo mismo sucede con el espacio escénico y su uso asimétrico durante el primer acto y ese monolítico y solitario poste en el segundo. Todo está ahí (incluso el vacío) aportando y generando contexto y significado. Tanto Spivey como Young se coordinan a la perfección con el diseño de iluminación de Tom Visser, generando unas imágenes impactantes gracias a unos claroscuros que, además, favorecen el desarrollo narrativo. La pareja de artistas realizan una labor portentosa hasta convertirse en primeros actores y primeras figuras de la danza, todo en uno. Indescriptible.

A destacar el diseño de vestuario de Nancy Bryant, imprescindible e impredecible. Tanto o más que las situaciones que se vivirán en escena. Realmente, las piezas saben captar el tono expresivo de cada momento, incluso en los momentos en los que la fantasía promete una pausa entre tanta desolación, así como el maquillaje. Pero sin duda, la composición y diseño de sonido de Owen Belton y Alessandro Juliani ponen la guinda de la función. Parte del texto está pregrabado, algo que en muchas ocasiones no podremos discernir. Esa es la gracia, puesto que pensamiento torturado e ilusorio y realidad convivirán en un mismo plano temporal. Este detalle es aprovechado por los miembros de la compañía para fortalecer sus interpretaciones con una adecuación perfecta.

Finalmente, Betroffenheit será recordada como una de las propuestas escénicas más arrolladoras que se pueden experimentar en una sala. Por su uso del flashback y su portentosa ejecución. Por la perfección de puesta en escena e iluminación. Por unos intérpretes fantásticos capitaneados por un memorable e inolvidable Jonathon Young. Y por un solo final de Jermaine Spivey que prácticamente nos deja sin respiración. Una pieza única e irrepetible, creada por dos compañías a las que habrá que seguir muy de cerca. Catarsis, convulsión, alteración, sacudida, conmoción… Betroffenheit. Una palabra que resume un espectáculo y un trabajo (el de Pite y Young, pero también el de todos los implicados) que resulta clave para entender el concepto de dramaturgia contemporánea. Un referente desde el mismo momento de su creación. ¡Bravo!

Crítica realizada por Fernando Solla

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