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28.04.2017 Críticas  
Potente autorretrato de la realidad difusa entre el artista y su obra

La Villarroel se convierte en el nuevo hogar de una obra que ya nos cautivó la temporada pasada. BROKEN HEART STORY mantiene intacta su capacidad de sorprender al público así como la de profundizar en un ideario tan particular como hábil para conseguir la empatía recíproca de todos los implicados en la naturaleza del acto teatral.

¿Qué pasaría si el Michael Cunningham de “Las horas” se fusionara con las fantasías de David Lynch? ¿Si la Virginia Woolf que nos presentó el autor alternara con los personajes del de Missoula? El artista que vive a través de su personaje y viceversa. Si todo esto sucedería y el ámbito de aproximación fuera el teatral, el nombre propio (femenino y singular) sería Saara Turunen. El título, Broken heart story.

¿Cómo conciliar la vida personal con la artística? ¿Como disociar la profesional de la intrínseca e individual? ¿Es posible? ¿Cómo ser mujer independiente y, a la vez, mantener una vida más o menos tradicional? ¿Cómo llevar todas estas dudas al terreno de la ficción dramática? De nuevo, ¿es posible? Y sí. La respuesta es sí. El sí de la artista con bigote. El Alma del artista. Sus padres y mascota. Los narradores. El público. Impresionante cómo se combina conceptualización y abstracción con un éxito tan rotundo. Se intuye aquí un gran trabajo conjunto de Turunen con Luisa Gutiérrez Ruiz, la traductora. El universo de una entregado en forma de palabras y personajes a la segunda, que lo devuelve a su creadora. Desposesión y recuperación. Parece que Turunen se somete al mismo juego que sus personajes, circunscribiendo su propia identidad como autora al ámbito de ficción en el que transcurre la obra.

En este terreno, Turunen consigue que las transiciones en las que un personaje cede el protagonismo a otro sean invisibles. Lo mismo entre actor y personaje(s), artistas y público. Hay que destacar los momentos conjuntos de Pepo Blasco y Vero Cendoya (ojo cuando su mirada se cruce con la nuestra, ¡qué verdad!). Asombrosa la transmutación de David Menéndez en tantos personajes como la imaginación de la autora requiera. Su actitud camaleónica así como la capacidad para retomarlos en cualquier punto es impresionante (y emocionante). Lo mismo sucede con Carmela Poch y su “animalización”, que nos introduce en el terreno de la fábula sin que apenas nos demos cuenta.

Carla Torres se convierte en el alter ego de Turunen y asume las riendas en un primer momento. La progresión narrativa personificada. Incluso cuando su personaje debe ocupar un segundo plano, su presencia su hará presente y consciente. Sin desmerecer el trabajo de sus compañeros, la labor de Patrícia Mendoza es espectacular. El efecto inverso al trabajo de Torres. De menos a más protagonismo, algo que la actriz aprovecha hasta conseguir que no podamos apartar nuestra mirada de ella. Su trabajo sabe captar la volatilidad de todos los sentimientos expuestos por un personaje que se sabe ficticio hasta conseguir mostrarnos la historia de su Alma dentro de la historia principal. De nuevo, impresionante. El tiempo parece pararse cuando ella está en escena.

Las rupturas de la cuarta pared se aprovecharán para que los intérpretes muestren su implicación y nos miren a los ojos de manera tan divertida como impactante. “Es importante. Nos lo tomamos en serio”, dirán. Y se nota. Y gracias a su espectacular labor, nosotros también. No desvelaremos más detalles. Estos artistas, todos, se merecen que los disfrutemos en primera persona.

Para que el juego escénico funcione de esta manera es imprescindible la labor del resto de implicados. El vestuario de Mireia Farré Canela juega muy bien con la dualidad entre realidad y ficción, así como la escenografía de Anna Tantull, que nos sitúa de manera realista en la sala de estar de un hogar. Será la excepcional iluminación de Raimon Rius la que consiga que la magia de todos suceda con éxito ante nuestros ojos. Es muy importante su función en combinación con el movimiento de los intérpretes. La precisión (también la del técnico) es milimétrica. Los momentos en que, gracias al trabajo corporal de los actores, se recrea la ilusión estroboscópica son más que destacables. Mención especial para la composición musical de Cesc X Mor.

Finalmente, Broken heart story ofrece mucho más de lo que parece. Un juego muy persuasivo que se expande en función de las ganas que cada espectador disponga para dejarse sugestionar. Resulta muy emocionante contemplar cómo una autora es capaz de mostrarse con tanta sinceridad (y necesidad) como sus personajes a través de una ficción tan bien orquestada. La dualidad entre la cuestión de género y artística también se reflejará a través de este maravilloso ejemplo teatral en el que prima, por encima de todo, la calidez y la cercanía. La ilusión y la calidad de una fantástica propuesta y unas no menos inspiradas interpretaciones. Imprescindible.

Crítica realizada por Fernando Solla

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