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09.04.2017 Críticas  
Yo también quiero estar enamorado

La compañía Wang Ramirez presenta su nueva creación en el Mercat de les Flors y nos sorprende con una propuesta que consigue convertir en algo corpóreo la alegoría amorosa. Tras “Monchichi”, nos trasladan a un terreno en el que la danza contemporánea se convierte en la única posibilidad para manifestar los anhelos y necesidades más recónditas e intrínsecas.

Resulta muy interesante la posibilidad de disfrutar, con apenas un día de diferencia y en la misma sala, de Everyness. Quizá de contenido menos autobiográfico, aunque sin abandonar ni por un momento sus señas de identidad, la coreografía de Honji Wang y Sébastien Ramirez se abre a una compañía de cinco bailarines (Wang como una de las protagonistas para poner en escena una de las coreografías más emocionantes de la temporada. Técnica y apóloga a la vez. Alusiva y simbólica a través de la creación de imágenes corpóreas, la personificación y la metáfora.

La coreografía continúa indagando en la unión de la danza clásica con rutinas cercanas el breakdance. No se buscará tanto la ubicación en una línea temporal precisa o una localización urbana como la amplificación escénica y enfática de la búsqueda del amor a través de un estilo y una aproximación en la que cada movimiento cuenta y está justificado en la medida que aporta significado y significante. La muestra de amor será cómo a través del entendimiento coreográfico se manifiesta cada uno de los estados anímicos de los implicados. Los que buscan el amor y los que lo encuentran. Los que lo disfrutan y los que lo envidian. Encuentros y desencuentros entro seres naturales e individuales (humanos) y una esfera blanca objetivable y mutable en función de los sentimientos que se experimentarán ante nosotros.

Los intérpretes no se centrarán en defender un rol en concreto, sino que desarrollarán una personalidad escénica en función de la necesidad de enamorarse que manifiesten en cada momento. El acercamiento, choque, incluso deserción, rechazo o huida. Amor, amistad, envidia… Es muy complicado, cuando se trata del trabajo con el cuerpo, y más del trabajo conjunto, que la fisicidad se mantenga en ese nivel alegórico y sentimental. Mostrando toda la pasión que las situaciones requieren, la voluptuosidad y sensualidad se usarán antes como concepto que como finalidad.

En pocas ocasiones, el elemento aéreo se utiliza con tanta adecuación y destreza. La esfera blanca (obra de Kai Gaedtke), que modificará su forma y actividad durante la representación, integrándose con el resto de la compañía, es toda una proeza. Salomon Baneck-Asaro consigue uno de los momentos más mágicos, manipulando en escena el preciado objeto y convirtiéndose en traductor de los sentimientos que se convierten en movimientos de sus compañeros en el escenario. Tanto Alexis Fernández Ferrera como Thierno Thiourne sorprenden y captan nuestra atención en todo momento, pero serán Joy Alpuerto Ritter y Honji Wang las que consigan atesorar la magnitud alegórica en su totalidad. Marcando más cada movimiento la primera y de una manera más orgánica la segunda, todo será posible en la medida que sus cuerpos y articulaciones sean capaces de desplazarse, batirse y zarandearse. Y esto sucede sin límite y de manera hipnótica, precisa, sugestiva y hermosa durante toda la coreografía.

De este modo, la escenografía de Constance Guisset, toma todo su sentido, delimitando el espacio con apenas algunos telones asimétricos oscuros y suelo blanco. Un espacio de libertad para que los cuerpos interactúen entre ellos, los seis. La iluminación de Cyril Mulon sabe como recoger los momentos más íntimos a la vez que delimita o multiplica el espacio de actuación de los individuos en un mismo escenario y al mismo tiempo.

Finalmente, lo que nos seduce sin remisión es la capacidad de integrar y combinar dos estilos de danza que, con la coreografía de Wang y Ramirez, la dramaturgia de Fratini y la composición musical de Schallbauer (impecable en su fusión electrónica y reproductora de sonidos de la naturaleza) crean al público la ilusión de asistir a la creación de uno nuevo en tiempo real. Lugares comunes erróneos como que lo clásico se reduce a una exhibición mucho más técnica y precisa y lo contemporáneo traduce movimientos más naturales o espontáneos de la vida cotidiana son clichés que nunca más tendrán cabida tras EVERYNESS.

Crítica realizada por Fernando Solla

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