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07.04.2017 Críticas  
WHITE RABBIT, RED RABBIT: La historia que nunca se repite

No encontraréis nada sobre el texto. No encontraréis nada sobre lo que sucede en escena. Ni siquiera el actor sabe que va a suceder. El público llega, el telón se levanta y la magia comienza.

De la misma manera que White Rabbit Red Rabbit es un desafío para los actores, también su crítica es un desafío para nosotros: al salir de la Sala Barts, donde se hospeda la obra estos días, los espectadores aceptamos el pacto no escrito de que no podíamos desvelar lo que allí sucedía, ni contar ningún otro detalle que pudiese desvelar la magia que se desplegaba dentro de las puertas del teatro. Aun así, a pesar de este secretismo en el que se protege su obra, pondremos todos nuestros humildes esfuerzos para convenceros de que vayáis a verla.

En cierto sentido, uno de los objetivos de todo artista, autor o creador es la búsqueda de la originalidad; encontrar aquello que los haga únicos, algo que, más allá de buenas reacciones o de un cuidado proceso de presentación, no sea solamente “una obra más”. El autor de la obra, Nassim Soleimanpour, sabe esto, y por esta razón ha ideado un “protocolo” para su obra, que la convierte en algo único. Solamente se requiere de un actor para hacer la obra, pero una vez este la interprete, ya no podrá volver a hacerla, porque ya conoce por donde se desarrollarán los hechos. De ahí que esta obra la realice cada día un actor/actriz distinto: podéis ver la lista completa en la página web del Barts.

Ángel Llatzer fue el primero en enfrentarse al desafío de White Rabbit Red Rabbit dentro de la serie aquí en España. Con su humor y su cinismo característico intentó desenvolverse con el inesperado peso de la obra. Hubo momentos en los que se rió del autor, otros en los que se vio sorprendido por este, pero en todo momento supo seguir adelante y guiarse, junto con el público, a través del desconocido camino que tenía delante. Es difícil saber si jugaba con la sorpresa del texto o si verdaderamente se encontró, más de una vez, pasmado por lo que tenía delante, pero lo cierto es que, incluso haciendo sus incisos personales, no rompió con la magia única de la obra.

A partir de esta excepcionalidad de la obra, de este factor en el que cada obra es distinta, se encuentra el objetivo de la obra: desarrollar nuevas maneras en las que se gestiona una obra de teatro, no solamente desde un punto de vista escénico o artístico, sino también por la relación que se desarrolla con la audiencia. Al estar el mensaje del autor “filtrado” por la espontaneidad del momento y por el particular foco que le pueda dar el actor/actriz que lo interpreta en ese caso, surge una miríada de anécdotas a las que cada uno puede darle un cáliz más o menos cálido, pero que no hacen sino contribuir todavía más al carácter único de la obra.

No todos los experimentos funcionan bien (por experiencia, lo más probable es que te acaben explotando en la cara). No obstante, White Rabbit Red Rabbit es una clara excepción, sostenido no solamente por su éxito internacional sino también por la tremenda acogida con la que ha sido recibido, por su ingenioso uso del secretismo y por el emotivo mensaje que esconde. Un extraño juego de marionetas en el que autor, actor y público se manipulan mutuamente y entran en un extraño pacto del que no se pueden deshacer.

Crítica realizada por Rubén Recio

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