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05.04.2017 Críticas  
El tesoro que buscamos cuando vamos al teatro

Acercarse a El Maldà estos días supone encontrar el tesoro. El que buscan las protagonistas de este espectáculo y el que nos mueve a los espectadores a ocupar el patio de butacas de un teatro. Una inmersión en un universo apasionante recreado por cuatro intérpretes en estado de gracia permanente mientras dura la función.

Creación en estado puro a partir de la memoria y la búsqueda de la configuración de la identidad individual (personal y artística). Barbes de Balena (o de què estan fetes les cotilles) es una pieza teatral en la que la implicación de las distintas creadoras resulta imprescindible. Su mayor éxito radica en la capacidad de destacar siempre en perfecta armonía aportando enteros a la historia principal.

El trabajo de Maria Albadalejo en el vestuario es impresionante. Sus piezas hablan por sí solas y, además, sirven tanto para marcar una época concreta como alegórica, así como para introducir la fábula y fortalecer su discurso a través de la metáfora. Estéticamente fabulosas, la adecuación a la historia que se quiere contar es absoluta, favoreciendo todavía más si cabe la calidad y calidez de las interpretaciones de las cuatro artistas que saben aprovechar las oportunidades del figurinismo hasta convertirse en verdaderas sirenas de la interpretación y fascinarnos por completo.

La escenografía, también de Albadalejo desnuda casi al completo la sala, liberando el espacio para que la coreografía de Anna Romaní pueda adquirir todo el protagonismo y que el movimiento se perciba limpio y relevante. Apenas unas peceras que se convertirán en alegoría perfecta de lo que se explica en cada momento. El concepto de pecera o acuario, así como el de escaparate, simbolizará muy bien el lugar que se ha reservado a la mujer a lo largo de la historia. Como adorno, como objeto al que (ad)mirar… En colaboración con la iluminación de Laura Clos “Closca” se consiguen momentos íntimos y expresivos de una belleza inaudita. Como si el foco delimitara en la apertura del cuello de la pecera el reducido espacio reservado para las féminas.

Hay un trabajo conjunto entre estas disciplinas y el espacio sonoro y las composiciones musicales de Ariadna Cabiró que quita el hipo. La combinación del texto que se dice en escena con el off de las abuelas o antepasadas de las protagonistas cantando canciones populares de su época ofrece tanto las personas (personajes e intérpretes-descendientes) la posibilidad de encontrar un espacio en el que intercambiar impresiones y reflexionar con toda la libertad que confiere el arte teatral. Un espacio autónomo en el que la autodeterminación sucederá cuando los antepasados encuentren la posibilidad de encontrarse y explicarse a sí mismos ante la generación posterior y, por extensión, lo mismo sucederá con el público.

Los sonidos acuáticos elevarán el espectáculo hasta su máxima expresión alegórica, aportando enteros a la excelente dramaturgia compartida e hilvanada magistralmente por Anna Maria Ricart y la dirección de Mònica Bofill. Por último, las composiciones creadas para la ocasión son preciosas y preciadas, puesto que su hermosura siempre estará ligada al desarrollo de historia y personajes. Algunas más ilustrativas (a modo de anuncio radiofónico de la época) y otras más introspectivas en las que los personajes se desarrollan y se explican. La introducción a base de nombres propios y algunos solos son especialmente relevantes.

En escena cuatro sirenas, como decíamos más arriba. Su implicación va mucho más allá de la encarnación o compromiso con un personaje, puesto que la mayor parte del tiempo deberán escenificarse a sí mismas y representar una o varias disciplinas artísticas y convertirse en “la” mujer que las desempeña. La mujer artista y trabajadora convertidas en sinónimas. La interpretación al piano de Ariadna Cabiró es francamente elogiable, así como su sensibilidad y delicadeza para mostrar(se) ante el público. Laura López incluye las tres disciplinas (interpretación, danza y canto) con una naturalidad y espontaneidad que no están reñidas con la garra y el poso que nos queda al salir de la sala. Anna Romaní desprende una ternura y comicidad tanto a través de su excelente ejecución de la coreografía como del resto de su interpretación. Y Núria Cuyàs consigue abducirnos desde el principio hasta que no podamos apartar la mirada de la suya. Su interpretación de las canciones es impresionante (con un solo realmente emocionante y catártico), así como su movimiento, su dicción y la verdad que desprende en todo momento en su comunicación directa con el público. Y la profundidad de su mirada parece no conocer límites. En ella, y en sus compañeras dentro y fuera de escena, encontramos al verdadero tesoro de la función.

Finalmente, Barbes de Balena consigue a través de un caso particular y concreto retratar no sólo una época sino sus reminiscencias en la actualidad. Una reflexión fabulada sobre cómo los distintos factores sociológicos han condicionado nuestra forma de ser, de pensar y de relacionarnos, siempre con la cuestión de género en mente y cuya reivindicación no os otra que la excelencia en la ejecución de todas y cada una de las disciplinas artísticas, reflejo (en este caso nada ilusorio) de la capacidad femenina. Pieza teatral que es medicina para el alma.

Crítica realizada por Fernando Solla

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