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02.04.2017 Críticas  
Oriol Genís, ¡vaya chófer!

El Maldà se convierte en espacio hermano de la Bodega Bohemia y, juntos, nos trasladamos a la Barcelona más underground de la década de los noventa. Oriol Genís es la cara visible de un espectáculo unipersonal muy especial que traspasa la fronteras de la nostalgia y el homenaje para ofrecernos un sentido y generoso regalo.

¿Qué fue de Andrés Villarrosa? supone un hito muy importante a distintos niveles, ya que impulsa un género, el cabaret, al que se suele mostrar cariño o simpatía sin saber muy bien a qué nos estamos refiriendo. A través de la hilvanada dramaturgia que Marc Rosich ha creado alrededor de la figura del artista y de un trabajo interpretativo exuberante veremos qué se esconde ante y tras las bombillas y las lentejuelas. Con cariño pero con certidumbre. Un juego escénico que, como en las mejores ocasiones, se debe descubrir y disfrutar, nunca ser explicado previamente.

Lo que realmente marca la diferencia es que todo esto se hará única y exclusivamente a partir del desarrollo del personaje de Villarrosa y, por supuesto, del trabajo de Genís. Progresivamente, y sin artificios aparentes, la magia sucederá. Del monográfico que nos explica quién y cómo es y en qué momento surge la figura del personaje titular y su aparición en escena para volver a cantar algunas de sus canciones, el espectáculo se transformará en una continuación de sus quince días de gloria en la Bodega Bohemia.

Así sin más, a partir de la muestra de su vestuario y un radiocassette como máximo objeto de utilería. Genís parecerá desaparecer para ocupar el cuerpo de un artista que ya nunca más será desconocido para nosotros. Se transformará en lo que ante nuestros ojos es la vívida encarnación de Villarrosa. Precisamente cuando menos lo vemos, más presente está el actor, que parecerá recorrer a todo lo aprendido en su dilatada carrera para ponerlo al servicio de su fuente de inspiración y la principal razón de ser del espectáculo y, por supuesto, de los espectadores.

La ruptura de la cuarta pared es evidente pero la participación del público pocas veces resulta tan espontánea y cariñosa. En paralelo, se nos ofrecerá una irónica, a la par que respetuosa, reflexión sobre el oficio del artista y el estado dominante en lo que al teatro y los espectáculos de variedades se refiere. No es tanto un cuestionamiento como una llamada de atención a que hay vida más allá de lo establecido dentro de los circuitos de referencia consensuada.

Durante el desarrollo del espectáculo se nos explicará la creación del mismo. Aquí hay un divertido doble juego, ya que será en boca de Villarrosa que Genís nos explicará cómo él y Rosich preparaban este proyecto a la vez que presentaban otros trabajos en el Teatre Lliure o también veremos cómo la figura del actor está asociada a los trabajos de Albertí en el TNC. Muy bien introducido el uso de la acotación dialogada.

La ilusión de que Genís está compartiendo material original de primera mano con los espectadores es perenne durante todo el espectáculo a través de las cintas y las piezas de vestuario. Hay que destacar de nuevo no sólo su encarnación de Villarrosa sino su adecuación en la ejecución musical (gracias también a la labor de Òscar Machancoses en la dirección musical). Un lujo asistir en directo a esta interpretación que es a la vez ofrenda y muestra de admiración, cortesía y consideración. Un ejercicio altruista, noble y generoso que convierte al actor en el chófer ideal para conducirnos hacia el artista evocado.

Finalmente, nos quedamos con una interpretación magnánima que, además, supone un gran esfuerzo no tanto en la recuperación de la memoria colectiva sino en lo, que tras la asistencia a esta función, será un ejercicio de asentamiento histórico y cultural. El conocimiento de una figura que gracias a Oriol Genís pasará a ser tan referencial como su trabajo aquí. Una gran sorpresa la que hemos disfrutado en El Maldà.

Crítica realizada por Fernando Solla

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