novedades
 SEARCH   
 
 

23.03.2017 Críticas  
Nunca se vuelve por el mismo camino

La Sala Margarita Xirgu del Teatro Español se convierte en un enorme mapa. Un mapa de esos que una vez desplegado es imposible de volver a doblar y que quede como estaba. ¿A quién no le ha pasado eso? Llevando esa premisa al terreno del desamor, Antonio Rojano firma un texto desequilibrante e impactante.

Los hechos y experiencias vividas (buenas o malas), no son muchas veces como fueron, sino más bien como las recordamos y procesamos en nuestra mente. La mente, esa energía brutal que cada uno de nosotros tenemos, procesa y dibuja constantemente los recuerdos. Nos los dulcifica o nos los tiraniza, a veces sin control y con sufrimiento. El desamor, el abandono del ser amado, la no explicación (o no querer aceptar la explicación) puede ser un sentimiento tan doloroso. Simplemente insoportable.

En ese momento encontramos al personaje principal, a Erika. Intentando superar lo insuperable, queda con un intrigante desconocido, Balzacman. En esa cita ella se desahoga, cuenta su dolor. Él, con una divertida disección le informará de la existencia de unas pastillas para olvidar. Las pastillas no son de efecto irreversible. Tienen su antídoto, pero después los recuerdos nunca serán la realidad de lo sucedido. Erika, ayudada por su amigo médico, Lucas, que a la vez es pareja de una de sus mejores amigas, Sonia, se toma la pastilla.

Asistiremos al viaje de ida y vuelta de Erika, a la vez que Balzacman nos cuenta la búsqueda obsesiva del causante del dolor de Erika. Él busca a T, el hombre que abandonó a Erika. En esa búsqueda, que le llevará a Escandinavia, le veremos encontrándose con una fogosa camarera noruega y un gato que le habla con acento mejicano.

Todo esto ocurrirá en una de las más grandes escenografías que haya visto la Sala pequeña del Español. Una escenografía que recrea un apartamento, y que el público verá a través de los grandes ventanales del salón y del dormitorio. La gran balconada se convertirá en el fiordo en el que los personajes conocerán la furia.

El texto de Antonio Rojano y la puesta en escena de Víctor Velasco tienen altos componentes cinematográficos. Por momentos parece que estamos en una sala de cine y no en un teatro. Las idas y venidas en el tiempo, las escenas que se meten en otras escenas. La música, el sonido, el clima. Todo es muy cinematográfico. Espero que alguien convierta este texto en una gran película. Ingredientes le sobran.

Los cuatro actores no lo tienen fácil. Este no es un texto lineal, y los constantes cambios de registro les ponen a prueba. Sandra Arpa como Erika empieza dolida y resignada para acabar con rabia. Francesco Carril tiene en sus hombros a un personaje rocambolesco. Pícaro, deslenguado, divertido por momentos, arrasado en otros. David Fernández «Fabu» e Irene Ruíz completan el cuadro con acierto.

He de reconocer que la confusión me invadió en más de un momento. Necesitaba saber que les estaba pasando a los personajes, quería saber si lo que estaba presenciando era la realidad, o era el recuerdo distorsionado. Salí de la sala desconcertado pero aliviado. Lo que había visto me había mantenido pegado a la butaca durante la hora y media que dura la función. El planteamiento es todo un acierto, juega con el suspense y con un desconcertante y asfixiante clima.

Furiosa Escandinavia es de esas obras que necesitas hablarlas largo y tendido, solo de esa manera descifras matices y perspectivas. Al final, también el recuerdo de la obra será distinto en cada espectador y esa polarización la hace grande.

¿Cómo recordamos las experiencias dolorosas? ¿Cómo nos recomponemos? ¿De verdad queremos olvidar según que trances? ¿Si los olvidáramos, los echaríamos de menos? ¿En que nos convertiría no tener según qué recuerdos? Yo sigo buscando respuestas. Quizá un viaje a Escandinavia tenga la clave.

Crítica realizada por Moises C. Alabau

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES