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15.03.2017 Críticas  
Madre no hay más que una

Somos muchos los que vamos en peregrinación a las salas de teatro en cuanto nos enteramos que Pablo Messiez presenta algún proyecto nuevo en la capital, ya sea por autoría, como ocurrió hace unos meses con “Todo El Tiempo del Mundo”, como en este caso dirigiendo HE NACIDO PARA VERTE SONREIR, de otro argentino, Santiago Loza, en el Teatro de La Abadía.

La soledad, el amor, el desamor, lo que somos, lo que no sabemos que somos, como reza el subtítulo de este proyecto, “Soy otra cosa que no se”, son una constante del teatro de Messiez, y ha buscado un buen aliado en Loza, ya que su texto rebosa de todos esos sentimientos. Tenemos a Mirian, una madre preparándose para internar a su hijo Rubén en un psiquiátrico. En la hora y media que tiene de duración asistimos a esa dolorosa despedida de una madre, que se mueve entre los sentimientos encontrados de cumplir con el deber de velar por el bienestar de su hijo, el egoísmo de ponerla en ese trance, o tomar la via alternativa de romper con todo y seguir el instinto mas profundo de protección.

Isabel Ordaz interpreta de forma magistral a una señora que como ella expresa, se ha ido limando con los años hasta convertirse en quien es, una mujer a la que se le da bien dar ordenes, y cumplir con lo que se espera de ella, ser una buena mujer, una buena esposa, una buena madre, y una buena señora de la casa, en contraposición a todo lo que representa su sirvienta, una ausente joven, que solo es citada, pero que llegamos a sentir como una mas. Mirian es una mujer que por la educación recibida, se ha resignado a no hacer caso de las pulsiones que iban en contra de la sociedad de su época, y es muy representativa la anécdota que relata de las gafas de sol oscuras que le gustaban de niña. Ordaz es esa señora que reconocemos en nuestra propia madre, en nuestra abuela, en la vecina del cuarto, y es precisamente esa cotidianidad lo que hace que sintamos como nuestro ese momento que está viviendo.

Nacho Sánchez es Rubén, el hijo loco, testigo mudo de todo el monólogo de su madre. Su personaje se mueve entre el estar y el no estar, entre el mundo que capta el ojo, y lo que está mas allá que solo los mas sensible pueden percibir. Nunca llegamos a saber qué es lo que ha llevado a Rubén a esa situación, ni lo que será de él, ni siquiera su voz, pero con tan solo los escasos momentos en los que reacciona ante los llamados de su madre, o cuando accedemos al mundo onírico en el que ha buscado refugio, sirven para poder decir que lo que hace Nacho, con ese poder gestual, corporal, y esos grandes ojos, no lo pueden llegar a hacer muchos, y labra una muesca mas en la tremenda carrera que le llegamos augurando muchos desde “La Piedra Oscura” de Conejero.

La exquisita escenografía de Elisa Sanz, dando siempre en el clavo con lo que se quiere expresar, y convirtiendo en un personaje mas a esa cocina, brillantemente iluminada por Paloma Parra, que es una isla, un nido, un nido dentro de otro nido, un refugio de la vida diaria, un confesionario pagano, con música de bolero de fondo, y el ruido blanco de los electrodomésticos.

Es muy difícil que el texto de Santiago Loza no remueva los sentimientos del público, y la dirección de Messiez es, una vez mas, y me reitero, brillante. Esta es la obra que debemos recomendar a nuestra madre, a nuestras hermanas, a las abuelas, porque lo que cuenta Loza, es universal, y como el amor de MIrian, eterno.

Solo queda una semana para poder disfrutar de este montaje, y esperemos que reaparezca en la cartelera en algún momento futuro, y repetiremos los que nos hemos dejado seducir por esta emocionante obra, que debéis aprovechar para cazar al vuelo las últimas localidades que quedan en el teatro de La Abadía, antes del próximo domingo 19 de marzo. Imperdible.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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