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03.03.2017 Críticas  
Curioso maridaje entre música y literatura

La palabra del poeta vuelve a los escenarios. La obra de juventud de Jacint Verdaguer se instala en el Romea en una ópera rock que combina música compuesta para la ocasión por Obeses y diversos textos del rapsoda. El resultado es una propuesta más innovadora en la forma que en el desarrollo del libreto que siempre tiene en cuenta el protagonismo de Verdaguer.

Uno de los aciertos del espectáculo es desligar tanto la obra escogida como la versión resultante de cualquier ideología. Cuando las palabras de Verdaguer se escuchan en el escenario la función alcanza sus mejores momentos. VERDAGUER, OMBRES I MADUIXES tiene algunos hallazgos que distinguen la propuesta. Que el personaje principal se desdoble en dos actores (Ferran Frauca y Arnau Tordera I) que comparten escena es un acierto. Los dos ofrecen registros muy distintos, tanto interpretativos como vocales, que muestran en un solo plano las inquietudes de juventud y la frustración de la edad más tardía.

A pesar del dinamismo de la música el libreto resulta algo estático. El desarrollo de los personajes nos lo creeremos por las interpretaciones y porque lo dice el texto, no tanto por la progresión que vemos de ellos escena tras escena. La escenografía de Xavier Oró nos sitúa en el contexto enseguida. Su funcionalidad se complementa a la perfección con el diseño de iluminación de Antoni Font-Mir. En algunos momentos quizá sea demasiado enfático, pero la potenciación de colores fríos y cálidos tanto en la focalización de los personajes como sobre el telón del fondo del escenario resulta tan impactante como adecuada para enfatizar el estado interior de los personajes y las situaciones.

La composición musical del propio Tordera I viste muy bien a las palabras de Verdaguer y a nivel vocal la interpretación de todo el elenco es más que correcta. La amplificación es la adecuada y los intérpretes parecen sentirse cómodos, cada uno en su registro. En algunos de ellos vemos antes al cantante que al personaje, pero teniendo en cuenta el estilo musical eso nunca juega en contra de la propuesta. Hay que destacar la interpretación de Xuel Díaz por su capacidad para transmitir todo lo que le pasa a su personaje a través de la interpretación de sus canciones, así como por el timbre de su voz y su dicción. Realmente, resulta un placer verla y escucharla.

Quizá se echa de menos que la vida del autor se explique más a partir de su obra y no viceversa. La función se supera a sí misma en los momentos más introspectivos de los personajes principales. La potencia de la música contrasta muy bien con la épica implosiva de los sentimientos y las pasiones de Verdaguer y de Roser. En los momentos más corales, en cambio, y a pesar de la buena ejecución por parte de los intérpretes todo queda algo más difuminado y el interés se mantiene antes por su trabajo que por lo que se está contando.

Sin duda, tanto el inicio como el cierre del espectáculo saben captar nuestro interés y empatía hacia lo que estamos viendo y hacia el personaje principal. En el caso del resto, entendemos que los conocemos siempre a partir de los recuerdos de Verdaguer, pero en algunos casos se echa de menos desarrollarlos un poco más. La desaparición de la mayoría resulta bastante abrupta, especialmente en el caso de Roser.

Finalmente, se agradece el atrevimiento y la intención de retomar el legado de Verdaguer hoy en día. Quizá sea un espectáculo más cercano al público del cuarteto que al del escritor, pero en cualquier caso el maridaje funciona bien. En VERDAGUER, OMBRES I MADUIXES encontramos a un grupo que cada vez se siente más cómodo en el formato teatral.

Crítica realizada por Fernando Solla

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