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28.02.2017 Críticas  
Visceral bofetada hacia los (d)efectos del paso del tiempo

Moisès Maicas se atreve de nuevo con un texto de Roland Schimmelpfennig. El Maldà se transforma en la sala de estar de cualquier domicilio urbano del mundo occidental. El sentimiento de culpa toma la escena en un juego entre lo cómico y lo trágico que, en manos de unos estupendos intérpretes, se traduce en algo tan ácido y punzante como sobrecogedor.

Cuatro personajes en escena. Seis si contamos a las dos muñecas y ocho si asumimos el símil entre las últimas y las dos niñas (hija y prohijada) de las parejas. Maicas ha dirigido la obra bajo una mirada caleidoscópica. Y así se entienden todas las disciplinas artísticas que intervienen en la propuesta. La escultura de Pep Borràs y la muñeca de Xevi Bonany copan en muchos momentos el protagonismo. Con sus creaciones ofrecen un gran reflejo de las diferencias culturales con las que confrontamos nuestra visión desde el “primer” mundo hacia fuera. También vemos cómo inculcamos y reproducimos ese punto de vista, incluso, a través de los juguetes que adquirimos para las futuras generaciones.

La escenografía e iluminación de Daniel Gener nos trasladan a lo que podría ser el salón del hogar de una de las dos parejas. Un espacio aséptico, prácticamente vacío, del que los protagonistas necesitarán salir en algún momento u otro. Antiguos estudiantes de Medicina, el juego lumínico hará que fantaseemos con la idea de que nos hallamos en una alegórica y quirúrgica sala de operaciones. La disección que se realiza sobre diversas ideas, como el altruismo o el acomodamiento, la solidaridad y la responsabilidad es ligera sólo en apariencia, porque el poso que queda no tiene fondo.

La dirección técnica de Gener es, pues, impecable y cada intervención suma y amplifica tanto las múltiples resonancias del texto como de las interpretaciones. Las salidas de escena constantes, con la consiguiente ruptura de la cuarta pared, están muy bien coordinadas. Maicas supera el que quizá sea el reto más difícil del texto del alemán y es la repetición constante de la escena anterior a estas salidas, una vez ya conocemos la opinión del personaje en cuestión. Lejos de ralentizar el ritmo, el director escénico sabe apoyarse en esta peculiaridad para amplificar las resonancias ideológicas del texto y reforzar más si cabe el trabajo con los personajes.

En LA PEGGY PICKIT VEU LA CARA DE DÉU no encontraremos una dirección de actores al uso. Por supuesto que la base se encuentra en el teatro de texto, pero el gesto y el movimiento (obra de Maria Garriga) adquieren gran relevancia. Especialmente en el caso de Núria Cuyàs y Lluna Pindado. No desvelaremos más, pero la confrontación entre ambos personajes irá mucho más allá de las palabras y su manifestación física es tremenda. Cuando los personajes están al límite y parece que ya no pueden seguir hablando (o se salen del todo de sus casillas) entra en escena la composición musical de Ivan Prades y Sheila García. Siempre interpretada a capela (y muy bien) por los cuatro intérpretes.

Los cuatro recogen el testigo de todo lo descrito hasta ahora y, lo más importante, propician un juego teatral conjunto con Maicas. Y este consiste en que cuando haya las rupturas de la cuarta pared, estos se expresarán con total libertad antes como el actor que como el personaje. Xavier Frau lo hará en mallorquín y Óscar Jarque en castellano. El resultado es que, más allá de la cuestión idiomática, esto permite amplificar la sensación de “puesta en escena” e impostura de la reunión entre los cuatro amigos. Será fuera de cuadro cuando se expresarán con libertad y no dentro. Esta decisión juega muy a favor de las premisas del texto.

De nuevo, quedamos fascinados por la mirada de Núria Cuyàs. Donde ya llega con el texto y la interpretación musical, nos sobrepasa con sus recursos expresivos. Y esa mirada, nos hace ver todo lo que ha vivido su personaje durante los seis años anteriores a la reunión que contextualiza el tiempo narrativo de la obra. Sobre Lluna Pindado recae la responsabilidad de dar vida mediante su voz y juego con las muñecas a los cuatro personajes “no visibles” de la función y la actriz consigue dejarnos pasmados en muchos momentos. Frau y Jarque no se quedán atrás, y cada uno se aproxima a sus personajes de modo más contenido o expresivo siempre consiguiendo (y manteniendo) el tono adecuado. A nivel individual están fantásticos. En pareja también, pero cuando interactúan los cuatro, la propuesta adquiero todo su sentido. Muy buen trabajo.

Finalmente, LA PEGGY PICKIT VEU LA CARA DE DÉU se convierte en una comedia ácida que, progresivamente, se descubre en una radiografía de lo complejos y contradictorios que podemos llegar a ser los seres humanos. El poso de la tragedia se apodera de nosotros cuando dejamos la sala y la reflexión se dispara sola en nuestro cerebro. Sin duda, una puesta en escena a tener muy en cuenta. Más si pensamos que a Schimmelpfennig no siempre se le sabe sacar todo el jugo y, aquí, se exprime hasta la última posibilidad de su discurso, formal e ideológico.

Crítica realizada por Fernando Solla

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