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13.02.2017 Críticas  
Los milagros existen, en el escenario de un teatro

¿Cómo podríamos llegar a comunicarnos con una niña que es ciega, sorda y muda? ¿Cómo llegar hasta su mente para hacerle entender lo que el lenguaje significa y de esa manera poder llegar a su corazón?

Hoy día existen centros y personas formadas para atender ese tipo de necesidades especiales, pero a finales del siglo XIX fue toda una hazaña que la pequeña Hellen Keller pudiera llegar a comunicarse siendo que se había quedado ciega y sordomuda desde que era casi un bebé.

La historia de Keller y de la persona que consiguió ayudarla a entender el significado del lenguaje hasta el punto de enseñarla a hablar, su profesora Anne Sullivan, fue llevada al teatro en Broadway en el año 1959 por William Gibson. Más tarde, él mismo escribió el guión para la película que protagonizaron Anne Bancroft y Patty Duke (‘The Miracle Worker’) que las consagró hasta el punto de conseguir las estatuillas de oro en los Óscar por sus trabajos como actriz principal y de reparto.

El Teatre del Raval siente pasión por adaptar clásicos de la gran pantalla y no es la primera vez que apuesta por un montaje así. Tras ‘Dotze Homes Sense Pietat’ y ‘Testimoni de Càrrec’ le toca el turno a EL MIRACLE D’ANNE SULLIVAN. Estos días, el Raval acoge este precioso montaje basado en el clásico de Gibson y que cuenta con un elenco de ocho actores en su reparto, incluyendo a una jovencita Mar Ferrer que se estrena como actriz profesional en las tablas.

Las características de este escenario dan opción a que se puedan crear dos pequeños decorados más fuera de telón, separados de la escenografía principal. En esta obra se han utilizado esos dos ambientes para crear la estación de tren desde donde parte Anne Sullivan cuando abandona la institución donde reside hacia casa de los Keller y la casa del jardín donde residirán Hellen y Anne juntas y separadas por un tiempo del resto de la familia. El ambiente principal representa el interior de la vivienda, la habitación de Anne y el porche de la casa.

Algo que llama la atención de este montaje es que prácticamente siempre el escenario permanece lleno con la mayoría de los actores, aunque la escena que esté ocurriendo en ese momento solo precise de dos o tres de los personajes. Mediante la iluminación se incide en la parte principal de la escena pero el resto queda en segundo plano como si de una pintura se tratase, vistiendo la decoración. Es esta una manera original de realizar el montaje por parte de la directora, Empar López, que junto a la música de la época da extraordinaria vida y un silencioso rumor en todo momento. El vestuario en los montajes del Raval, es otro de sus platos fuertes, que con todos sus detalles y acabados de la época, te sumergen en la historia a la perfección.

Empar, además, consigue de forma magistral llevar a los actores a la época y consigue que trabajen sus personajes con tal credibilidad que solo faltaría estar viendolos en blanco y negro para sentirse transportado a otro siglo. Todos ellos están maravillosamente integrados en el cuadro y la ejecución de sus personajes es exquisita, desde Tai Fati quien hace de Viney la simpática criada, hasta Andrea Portella que representa a Kate Keller, la dulce y permisiva madre de Hellen, pasando por Jep Barceló, Rosa Serra, Carlos García y Marius Hernández en los papeles del Capitán Arthur Keller, Jimmy Keller (el hijo mayor del capitán), la tía Eva y Amagnos respectivamente.

Pero las dos indiscutibles estrellas de la obra (pues brillan como tal) son Mar Ferrer como la asalvajada y rebelde hija pequeña de los Keller y Míriam Escurriola en el papel de la profesora Anne Sullivan (la cual también tiene que luchar con sus monstruos interiores). Solo por citar uno de ellos, sobresale el gran momento en el que Sullivan se empecina en enseñarle modales en la mesa a la niña y echa a toda la familia del comedor. Una escena evidentemente coreografiada al milímetro (aunque pueda tolerar algo de improvisación), que ambas realizan con tal perfección, verosimilitud y maestría, que hasta el público rompe en aplausos al terminar.

Ciertamente, todos le dan gran personalidad y convicción a la obra pero, en este caso, es para quitarse el sombrero con esta sorprendente intervención de la jovencísima Ferrer para el papel de la niña. No solo por la dificultad de generar auténtica credibilidad en las tablas representando unas discapacidades que no son propias, sino por que a esa complicación, se le añade la de actuar conviviendo con esa compleja personalidad sobre el escenario, pese a su corta experiencia.

Creo que la mejor crítica para una obra de teatro es haber conseguido el verdadero milagro. El de conmover al respetable público hasta el punto de hacerle brotar las lágrimas. La última escena de EL MIRACLE D’ANNE SULLIVAN, con su ternura y sensibilidad, lo consigue. Y esa, podemos decir, es la guinda para una obra que nos habla de constancia, tesón, superación y amor.

Crítica realizada por Diana Limones

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