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10.02.2017 Críticas  
Hiperrealista desafío a la lógica del espacio, el tiempo y la memoria

La compañía internacional Peeping Tom vuelve al Mercat de les Flors con la segunda parte de su trilogía sobre los miembros que conforman el núcleo familiar. La pérdida o ausencia de la figura materna sirve de punto de partida para un espectáculo cuyas resonancias introspectivas sobrepasan cualquier tipo de aproximación artística para instalarse en lo psíquico y espiritual.

El espacio sonoro es apabullante. Cada personaje está relacionado con un sonido y su amplificación. A veces producido por el propio cuerpo y a veces extraído o asimilado desde el exterior. La coordinación de los torsos en sus movimientos con la reproducción sonora se enlaza al micrómetro. Personajes serán los intérpretes, pero también los objetos. El vínculo entre la danza (movimiento), el sonido y los cuerpos (humanos y no) será tan asertivo como sorprendente. Resonancias cuya articulación ayuda a secuenciar la coreografía para seguir un hilo argumental donde la imaginación desbocada y fuera de control se convierte en pesadilla. Tanto la composición y arreglos de Raphaëlle Latini, Renaud Crols y Glenn Vervliet como las mezclas de Yannick Willox nos transportan al interior de cada uno de los personajes. Impresionante trabajo en equipo.

Esto nos lleva a la importancia capital que tiene el espacio escénico. Por supuesto, en todos los espectáculos de la compañía, pero en MOEDER adquiere especial relevancia. El diseño de Diane Fourdrignier y Kristof Van Hoorde capta y desarrolla a la perfección la doble naturaleza de la propuesta. Exterior (permitiendo el movimiento expresivo e hiperrealista de los miembros de la compañía) e interior (de los objetos y el universo mental de los protagonistas) Sus fantasías y sobretodo sus miedos y angustia vital, provocadas por la ausencia materna. De este modo, un mismo espacio será un tanatorio, una sala de parto, una incubadora, una estudio radiofónico o de grabación o un museo. No sólo los espacios más o menos cotidianos que podamos conocer tras el término y en los que se desarrolla la acción. Lo más importante ocurrirá cuando estos lugares adquieran una nueva dimensión y evidencien los miedos interiores que los personajes viven allí. La mente convertida en cada uno de ellos. De nuevo, para propiciar la coreografía de la angustia. Especial mención a los cuadros y a la máquina de café, que adquieren vida propia en diversos momentos (el corazón sangrante, el cuadro caníbal…). Escalofriante la incubadora en la que un personaje parece vivir indefinidamente. Figuras y movimientos que impactan sin distraer del alma y la esencia vocacional del espectáculo. Un triunfo de la puesta en escena.

Del mismo modo que cada personaje tiene su sonido, también tiene su momento para mostrar su fobia. Las escenas demuestran una conexión argumental perfectamente equilibrada con la dispersión de la mente cuando da rienda suelta a sus temores. El de los padres primerizos, el de la enfermera, el de la visitante al museo… Se nota que la creación ha surgido de los mismos intérpretes. Pocas veces se podrá ver en un escenario un talento semejante al de esta compañía. Su danza hiperrealista difumina cualquier frontera interpretativa. Eurudike De Beul, Maria Carolina Vieira, Marie Gyselbrecht, Brandon Lagaert, Hun-Mok-Jung, Yi-Chun Liu, Simon Versnel y Charlotte Clamens merecen no sólo nuestro aplauso sino nuestro agradecimiento más sincero y efusivo. Sucede con los grandes intérpretes, a veces, que nos llevamos su creación, repitiéndola en nuestra memoria hasta inmortalizarla. En su caso, nuestra experiencia pronto se convierte en un refugio al que acudiremos con frecuencia, gracias al aprendizaje adquirido desde la butaca. Su virtuosismo no conoce límites pero nunca llegará al exhibicionismo gratuito.

Finalmente, entra en juego el diseño de iluminación de Giacomo Gorini y Amber Vanderhoeck. Lo suficientemente preciso para determinar lo real de la pesadilla, pero dejando que el espectador decida y se sumerja entre la confusión del sueño y la vigilia. Último eslabón, junto con el vestuario de Diane Fourdrignier y Kristof Van Hoorde, que convierte a MOEDER en un espectáculo de cabecera para comprender el estado de la investigación coreográfica a día de hoy. Sin duda, imprescindible la visita al Mercat de les Flors.

Crítica realizada por Fernando Solla

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