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09.02.2017 Críticas  
El latido y la respiración del ballet

El bailarín y coreógrafo francés Angelin Preljocaj debuta en el Gran Teatre del Liceu con un doble programa creado para el New York City Ballet. Dos piezas que, a título individual, son significativas y merecen especial atención pero que, en conjunto, rastrean, indagan y persisten en la obstinada e infatigable urgencia de la danza como máxima expresión humanista.

A nivel cronológico, el programa muestra las dos coreografía en orden inverso al de su creación, 2013 y 1997 respectivamente. Este detalle se convertiría en pura anécdota si no fuera porque la segunda exhibición parece nacida de la asimilación de la primera.

¿Cómo convertir en movimiento el latido del corazón o el sonido de la respiración? La respuesta a esta pregunta la encontramos en “Spectral Evidence”. Blanco y negro en el vestuario. Seis bailarines (tres hombres y tres mujeres, pero no siempre tres parejas). La objetivación de los cuerpos, no por su conversión en objetos sino por su búsqueda inalterable e (in)alcanzable de la verdad. (A)simetría en el posicionamiento. Dos bloques de hormigón movibles, mutables e intercambiables entre sí y en su interacción con los bailarines. Latidos. Respiración. Música que se nos antojará como alegoría expresiva de un electrocardiógrafo. Ellas les taparán los ojos y apoyarán su mano sobre el corazón de los invidentes. Así empieza esta coreografía.

Una exploración concebida a partir de la música de John Cage que nos llevará hasta el incendiario espectro de las brujas de Salem. Escenografía mínima sólo interrumpida por leves proyecciones de hogueras. El vestuario de Olivier Theyskens en perfecta comunión con la iluminación de Mark Stanley. Roja cuando suenan los instrumentos de percusión y azul para los de cuerda. Estéticamente, es emocionante ver cómo Stanley consigue extraer luminosidad del negro y ensombrecer lo blanco a través de una focalización fija. De nuevo, serán los cuerpos los que encontrarán o huirán de la luz. Theyskens diseña unas piezas de ropa que, especialmente en el caso de ellos, resultan una ejemplar muestra de convivencia entre lo contemporáneo y lo clásico en el ballet.

Dany Lévêque se encarga de la reposición de la coreografía de Preljocaj. Hay siempre un matiz en la finalización de cada gesto. Las parejas se intercambiarán y se convertirán en tríos. Cada bailarín parecerá terminar el movimiento de su compañero en un leve decalaje, apenas perceptible pero no por sutil menos contundente. Excelente trabajo de toda la compañía. La interacción de los bailarines con los objetos ayudarán a reformular la idea de “dentro” y “fuera”. Del tiempo, del espacio, de uno mismo…

Cuando los cuerpos ya se han revelado llegamos a “La stravaganza”. Esta pieza resulta una muestra explosiva y ejemplar de cómo la historia vuelve con efecto retroactivo. Un flashack coreográfico a medio camino entre el retroceso y la reanudación. En esta composición es imprescindible la escenografía de Maya Schweizer. Menos es más. El escenario vacío que se convierte en algo inmenso cuando sube un telón posterior que descubre una grandiosa pintura cubista en las formas e impresionista en el colorido. Todas las tonalidades de rojo, granate, marrón y ocre aparecerán ante nosotros gracias a la iluminación (también de Stanley) y al vestuario de Hervé Pierre.

Una reformulación de la casa de Dorothy en “El mago de Oz”. Desde Kansas a quién sabe dónde, arrojada a un campo plagado de espigas. En este caso, la reposición corre a cargo de Noémie Perlov. Aquí los bailarines se dividirán en dos grupos, así como todas las disciplinas artísticas implicadas, especialmente el vestuario. Un grupo de seis se sumirá en una atemporalidad que baila al son del Concierto nº8 de Antonio Vivaldi. Música clásica para el no tiempo y mucho más contemporánea (Evelyn Ficarra, Serge Morand, Robert Normandeau y Ake Parmerud) para lo que parece ser el pasado que se esconde tras el telón y que muestra el vestuario del segundo grupo. Lo anterior que siempre vuelve. Que se repite y se recrea para (no) comprenderlo. El pasado que irrumpe en el futuro. El bucle de la eternidad. Renacimiento y esperanza de renovación.

Cada grupo alternará sus intervenciones siempre en presencia del otro. Enfrentamiento inicial que progresivamente se tornará en reflejo. Preljocaj convierte el espacio escénico en un no tiempo y no lugar multidimensional. Entradas y salidas que no serán sólo los laterales del escenario sino también el fondo escondido tras el segundo telón. No hay palabras para describir la entidad alegórica y el despertar sensorial y físico que produce esta coreografía. La perfección técnica se muestra sin costuras visibles y la coordinación parecerá siempre surgida desde la espontaneidad más absoluta. Cuerpos que únicamente podrán expresarse a través del movimiento cuando ya no queda nada más para comunicarse. Espectacular ejecución unificada en una compañía en estado de gracia.

Finalmente, en manos de Preljocaj todo es posible cuando la probabilidad es la capacidad de transformar cualquier música o sonido en movimiento. Sin lugar a dudas, una visita imprescindible para comprender la necesidad e inquietud de la danza como máxima manifestación de la identidad del ser humano.

Crítica realizada por Fernando Solla

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