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03.01.2017 Críticas  
La relevancia de una gran pareja protagonista

Marc Chornet vuelve a La Seca con su versión de ROMEU I JULIETA. El espectáculo se mantiene prácticamente intacto en esta segunda temporada, pero algunos cambios en el reparto (incluido el protagonista titular) y la afianzamiento de ciertas decisiones dramatúrgicas aseguran que la función conserva inalterada su soltura para conectar con el público.

La importancia de la palabra es crucial en este espectáculo. La traducción catalana y la dramaturgia, firmada a cuatro manos por Chornet y Anna Maria Ricart, condensa en dos horas el original shakesperiano. Hay tanta sensibilidad volcada en la versión que incluso los anacronismos nos parecen legítimos en todo momento. Las composiciones de John Dowland, contemporáneo de Shakespeare, están perfectamente integradas en el texto y la ejecución por parte de la compañía, convertida en coro, es excepcional. La dirección guía vocal de Neus Pàmies (intérprete en la primera temporada) y Rosa Serra complementa el trabajo del dramaturgo de manera ideal.

La dirección de actores mezcla hábilmente la naturalidad en la composición de la pareja protagonista con la expresividad y comicidad algo más canónicas cuando se representa al autor del resto. El trabajo de toda la compañía es sobresaliente, pero merecen mención especial Xavier Torra (en su triple papel de Tibalt, Paris y Sra. Capulet) y Ricard Farré, que compone a una nodriza antológica, desternillante y adecuada tanto al personaje como a la propuesta. Impagable. El movimiento coreografiado de Víctor Rodrigo es hábil y preciso, así como la ejecución por parte de todos.

Finalmente, gracias a la labor de Clàudia Benito y Martí Salvat (y por supuesto de Chornet) asimilaremos a su Julieta y su Romeo como los únicos que seremos capaces de imaginar durante mucho tiempo. Ella es Julieta y él Romeo. Ambos consiguen lo imposible en tantas ocasiones, y esta es precisamente su proeza: la sinceridad. Por fin, nos creemos a la pareja de enamorados y con ellos experimentamos su amor y su desgracia, pero sobretodo, su felicidad. La dicción, particular en cada caso es perfecta, así como su expresión facial y su movimiento corporal. Sus intervenciones individuales son impagables. El asombro y estupefacción de él. El deslumbramiento, aturdimiento e impaciencia de ella. La conmoción será nuestra, de los asistentes, cuando coincidan en la escena de la fiesta, su primer encuentro. Y de ahí hasta el final, dos interpretaciones espléndidas, generosas y completamente entregadas.

La escenografía de Laura Clos desnuda al completo el espacio de la sala. La disposición a la italiana del patio de butacas no impide que podamos vislumbrar a los intérpretes en algunos cambios de personaje o que los escuchemos mientras se aproximan a escena. Estos detalles acrecientan tanto la implicación del público como la sensación de estar participando de la historia que sucede ante nuestros ojos en primera persona. El verdadero decorado lo formarán los mismos intérpretes que, coordinados en una magnífico trabajo en equipo, interactúan con los objetos y la utilería que ocupan la escena. Algunas sillas, varas de madera y las piezas de vestuario (también de Clos), así como dos estructuras metálicas (que también se utilizarán como instrumento de percusión) facilitan los cambios de espacio y escena de una manera tan adecuada dramáticamente como deslumbrante a nivel estético. La iluminación de Justo Gallego es crucial para delimitar los cambios de escena así como focalizar expresivamente la relevancia de los intérpretes y sus parlamentos en cada momento.

El conocido cuadro final en el sepulcro merece mención aparte. Es precisamente en ese momento cuando todo lo que ha sucedido hasta entonces toma su sentido definitivo y asistimos a uno de los momentos teatrales más delicados y arriesgados de toda la temporada. Una vez ha llegado el clímax, Chormet y toda la compañía son capaces de alargar ese momento culminante como si de una silente nota musical se tratara hasta que arranca la ovación final de una manera insólita y sugestiva, siempre alusiva.

Experiencias como ROMEU I JULIETA y trabajos como los de Projecte Ingenu son los que consiguen que la ilusión del público se propague y desarrolle con un orgullo y sentimiento de pertenencia hacia lo que sucede en el escenario que traspasan el acto teatral hasta convertirlo en algo valioso, trascendental e indispensable. La función teatral como creadora de un espacio común donde, durante las dos horas que dura el montaje, volvemos a priorizar al corazón sobre la razón y donde, por fin, nos transfiguramos en la pareja protagonista. Asimilación a tiempo real mientras dura la representación. Imprescindible.

Crítica realizada por Fernando Solla

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