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12.12.2016 Críticas  
¡Menudos bigotes, Papitu!

Al barrio del Poblenou y, por extensión, a la ciudad condal entera, le ha llovido un regalo en forma de celebración. A la apertura definitiva de la nueva Sala Beckett se le suma la elección de un texto de Josep Maria Benet i Jornet que rezuma de necesidad teatral y, además, el montaje que resulta es tan particular como especial.

Oriol Broggi realiza una cuidadosa y minuciosa labor con una dramaturgia que entiende perfectamente en qué tres estratos debe funcionar el espectáculo como si de un único y sedimentado englobado se tratara. La constante vigilia entre realidad y ensoñación del material de partida; la reflexión intrínseca sobre la necesidad de la realización teatral de toda persona que se reúne en un teatro y la invitación a celebrar la inauguración del nuevo recinto como espacio para la libertad y la creación. En manos del dramaturgo, el material de Benet i Jornet se convierte en el trampolín ideal que propulsa un emotivo y catártico salto hacia el respeto y el cariño más profundo a este oficio de artista. A esta persistente labor de creador, intérprete y espectador.

Como en las mejores ocasiones, nos encontramos ante un montaje que merece ser descubierto antes que explicado. A partir de la excusa argumental que consiste en la aparición en escena de un grupo de cómicos que se ve obligado a variar su representación de Peter Pan por necesidades de decorado (sólo había disponible el de La Cenicienta), la magia sucede en escena desde el primer segundo. La escenografía (también de Broggi) juega con elementos construidos para la ocasión aprovechando la disposición y características de la sala en todo momento, convirtiéndola en una de las grandes protagonistas de la función. La labor de Broggi logra con éxito construir el esqueleto de una obra a partir de imágenes, recuerdos y sensaciones antes que de un argumento desarrollado de modo acostumbrado. Grande su trabajo en LA DESAPARICIÓ DE WENDY.

En combinación con la iluminación de Luís Martí y los audiovisuales de Francesc Isern la sensación de estar asistiendo a un acontecimiento único se materializa. Un momento álgido será el del panel con la cara de Samuel Beckett (sello de la anterior sala) tumbado tras el teatrillo que sirve de escenario y mirando hacia el público con unos ojos que cambian de forma y color ante lo que está viendo. Una imagen que resume por sí sola todo el trabajo dramatúrgico, así como la voluntad artística del recinto. Lo verdaderamente insólito e imperdible de esta propuesta: su capacidad transversal de construir profundas y hermosísimas alegorías.

El vestuario de Berta Riera y la caracterización de Àngels Salinas favorecen que las interpretaciones se conviertan en algo inolvidable. El elenco femenino realiza una labor excelente (bravo por Diana Gómez, Mar del Hoyo y Antònia Jaume). Cada actriz con un estilo propio pero con una solvencia y unidad a nivel de compañía encomiable. Aplauso también para Josep Sobrevals y Armand Villén. No hay papel pequeño en manos de estos dos artistas. Joan Anguera es el canal imprescindible para descodificar las características tanto del texto como de la propuesta e incluir al público en todo momento. No es tarea fácil, ya que cuando se trata del terreno de la imaginación y los sueños no se puede generalizar. Él resulta el prestidigitador que lo hace posible. Y llegamos a Xavier Ripoll. Él es Peter Pan, el niño que no quería crecer y el actor que lo interpreta. Su mirada y elocución, así como su gestualidad y movimiento, son capaces de transmitir toda la sugestión de la propuesta. Esa cara de constante perplejidad rematada con una imagen final que traspasa la platea es antológía. La presencia de Carles Pegragosa, el músico, como de los técnicos, plenamente integrada en la compañía, suma varios enteros a la función.

Finalmente, LA DESAPARICIÓ DE WENDY se convierte en una prolongación de la celebración que supone la inauguración de la sala por sí sola. Incluyendo en la propuesta tanto al público como a los técnicos y utilizando las posibilidades de la Sala de Baix en su totalidad, la introducción audiovisual supone toda una declaración de intenciones. De la línea artística que seguirá Toni Casares así como del canto de amor al teatro que nuestro querido Papitu ideó ya en 1974. Oriol Broggi contextualiza, con una sensibilidad que no conoce límites, la necesidad de compartir el momento de la representación teatral incluyéndonos a todos y cada uno de los que allí nos encontramos. Una toma de posesión corpórea de un sentimiento intrínseco y particular que, en esta ocasión, consigue convertir la excepcionalidad de todos los implicados en un condicionante público que nos identifica como colectivo universal. El de los afines a una manera de entender el mundo llamada Teatro.

Crítica realizada por Fernando Solla

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