novedades
 SEARCH   
 
 

05.12.2016 Críticas  
El estallido del duelo materno-filial

Wajdi Mouawad regresa a la Biblioteca de Catalunya. O quizá deberíamos invertir sujeto y espacio. La necesidad de compartir tanto el contenido de sus obras así como su discurso narrativo no parece conocer límites ni para profesionales ni para espectadores. Ernest Villegas se suma a la gran familia del autor recogiendo el testigo de sus predecesores.

Es un consenso en el teatro de Mouawad que los personajes realicen dos periplos en paralelo. Su ascendencia y sentimiento de pertenencia con respecto a los trágicos de la antigüedad clásica así lo requieren. Uno geográfico (que habitualmente está asociado al argumento) y otro interior (especialmente plasmado a través del código y canal del discurso, de su teatralidad). En el caso de UN OBÚS AL COR se sigue esta estructura y, sin embargo, tenemos la sensación de asistir a algo nuevo.

Ahora que ya hemos sido testigos de distintos montajes de varias de sus obras, a nivel autóctono, nacional y, también, de algunas visitas de compañías internacionales (incluido el propio autor interpretando su propio texto) ya hemos establecido una relación más o menos íntima e individual con su discurso. Esta interiorización hace que lo sintamos como nuestro. Es un a gran acierto programar ahora, siguiendo el trazo de la cronología Mouawad, UN OBÚS AL COR. La calidad de la experiencia hasta ahora ha sido considerable y el formato de monólogo hace que el único personaje presente en escena sea una extrapolación de nosotros mismos y que sintamos sus palabras y sentimientos como si fueran propias. Incluso los nombres de los protagonistas coinciden con los de “Incendios”, así que la intensidad del relato se amplificará de forma exponencial en función de nuestra asistencia anterior. No es una continuación de otros textos, sino que en su individualidad, éste los incluye a todos.

La escenografía muestra la sala al desnudo y no “es” como tal. La escenografía es Ernest Villegas y su capacidad para enlazar tanto con las reminiscencias alegóricas del texto como con lo más esencial y profundo de nuestra intimidad. Aunque sí sobre la escena, el intérprete no está solo en éste, su viaje. La excelente iluminación de Quim Blancafort y la no por sutil menos precisa labor en el sonido de Damien Bazin redondean la propuesta. El primero delimitará los espacios físicos, pero también los internos por los que batalla el personajes. A su vez, el segundo hará presentes recuerdos, voces, conversaciones, ambientes de un modo sutil, prácticamente insinuado y emocionante tanto a nivel dramatúrgico como estético. La escenografía se convierte, finalmente, en la inmensidad del abismo interior por el que deambulamos tanto los espectadores como Villegas.

Monólogo interior dicho en voz alta. Así lo han querido Oriol Broggi y Ferran Utzet en su delicada y excelente dirección. Espacio vacío como recóndito e insondable parece el interior del protagonista. Vacío escénico que escenifica el espíritu. En combinación con el uso del audivisual de Francesc Isern, que proyecta algunas imágenes recreadas por el el personaje al mismo tiempo, favorecen que él mismo se vea desde fuera, con otros ojos, y empiece así su periplo interior hasta llegar a la catarsis. Su madre ha muerto. La muerte es el fin. Es la guerra. También la vida. Pero con cada fin, un nuevo principio asoma… Excelente puesta en escena.

La escucha, la teatralidad de Mouawad y todas las condiciones comentadas no sucederían ante nosotros sin el trabajo de Ernest Villegas. Él es el eslabón imprescindible que consigue transmitir todo el sentido hasta de la última coma. Cada pausa, cada silencio, cada titubeo, cada exhalación. Todo esta ahí. Sólo con ver la progresión de su semblante durante la obra, ya podemos entender y compartir toda la complejidad de su personaje. A pesar de los momentos en los que a priori pueda parecer más complicado empatizar con él, Villegas nunca nos suelta, siempre nos lleva de la mano. De alguna manera, parece pasarnos el testigo de todo lo aprendido hasta ahora. Manteniendo su magnífico estilo e intacta su dicción, el trabajo físico y gestual adquiere aquí una adecuación perfecta con la idea original de la propuesta y del texto.

Un triunfo de Mouawad, por supuesto, pero sobretodo de Broggi, Utzet y de un inmenso y generosísimo Ernest Villegas.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES