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28.11.2016 Críticas  
La verdad teatral noquea a la ficción conyugal

La compañía Les Antonietes desempolva los guantes de boxeo para celebrar un gran combate entre lo absurdo e inverosímil de una relación conyugal y las connotaciones de su puesta en escena. Oriol Tarrasón nos invita a participar en primera persona de un electrizante psicodrama que profundiza mucho más allá del caso particular que retrata.

La dramaturgia de Tarrasón consigue que las constantes entradas y salidas entre personajes e intérpretes, así como de las situaciones escenificadas, nos persuadan desde buen principio. La ruptura permanente de la cuarta pared y la interpelación directa al público pocas veces conllevan una conexión tan importante con la finalidad intrínseca de la obra. A partir de unos referentes cinematográficos muy concretos y explícitos asistiremos a una de las representaciones más elocuentes para tratar la impostura a la que sometemos todos y cada uno de los aspectos de nuestra realidad más inmediata que podemos recordar, así como de la interacción para con nuestros semejantes.

Los dos puntales básicos para que el éxito de la propuesta suceda antes nuestros ojos son, sin duda, Annabel Castan y Dani Arrebola. No hay fisuras en su interpretación. Desde la espectacular y efusiva coreografía inicial hasta el matiz más discreto y delicado está presente en la labor de ambos. Él, Arrebola, se muestra espontáneo y cercano hasta decir basta. En ningún momento se fuerza la relación intérprete-personaje, actor-espectador, personaje-público. Todo parece fluir con aparente sencillez cuando precisamente en ese detalle radica la dificultad y el reto tanto del (no) texto como de la extrapolación ficticia de la realidad de ambos.

Castan resulta una actriz todoterreno cuando su personaje lo necesita. Literalmente. Esa esposa frustrada necesita esta conversión. Ella, nos hará perder la noción de la realidad hasta introducirnos completamente en el juego propuesto. Pocas veces un silencio dice tanto como el de su interpretación. Incluso cuando parece comerse las palabras o decirlas para ella misma entendemos, comprendemos.y sentimos hasta el último suspiro de sus intervenciones y réplicas. La entrega es completa y el salvajismo de los momentos más escarnecedores y alocados se combina con maestría con los más relajados. La dicción y colocación de cuerpo y voz es precisa y perfecta durante toda la función.

La dirección de actores es, pues, otro de los platos fuertes de la propuesta. Tarrasón realiza aquí un gran trabajo apoyado por una no menos inspirada coreografía de Fàtima Campos. Los intérpretes-personajes no pararán quietos en prácticamente ningún momento, amplificando las posibilidades tanto del espacio físico como del mental hasta su último recurso. La iluminación de Iñaki Garz opta muy acertadamente por mantener la escena a la vista y sin filtros, detalle que incluye definitivamente al espectador desde el inicio.

Finalmente, la originalidad y novedad de la dirección de Tarrasón es que no se buscará la catarsis a partir de un giro dramático sino que la premisa se convertirá en la dramaturgia completa. Un matrimonio que escenifica diariamente su divorcio. El desenlace será tan imposible como la capacidad para salir del bucle. El sutilísimo paralelismo entre la idea y la incesante búsqueda del intérprete de una verdad que trascienda de su trabajo, así como de su exposición constante y completa ante el público es, por momentos (y sin nunca olvidar el contexto disparatado) tragicómico e, incluso, escalofriante. En cualquier caso, apasionante.

Crítica realizada por Fernando Solla

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